Miércoles, 6 de mayo de 2015 | Hoy
Por Ezequiel Vazquez Grosso
I
Hay tres fechas recientes, precisas, que en el vértigo del azar han derivado en una tríada maciza e indiscutible. Buscarle un sentido que las enlace quizás sea apresurado. Supongo que algo de inadvertido habrá en todo aquello, un puente al menos incongruente que logre columbrarlas hacia el éxito dela coincidencia. Por lo demás, los rompecabezas del destino, los laberintos que se arrebatan del té de algunas hebras, no suelen desvelarme. Antes bien, los recibo con agrado, sin preguntarme sus razones, sin cuestionar las desmaneras de sus hazañas ni el antojo de sus inconveniencias. Si hay algo que con asombro e incredulidad podemos apostrofarle al mundo es su capacidad de inventar intrigas. Que tres días corridos logren en su forma de trébol dar rienda suelta a un pequeño acontecimiento es algo que merece festejos o, en todo caso, enmudecer en su despropósito.
Como el orden de las fechas es continuo, y esta es una progresión esquemática de dominó, pienso que lo mejor es ir por la primera. Al menos ahora, que aún podemos hablar de primeros lugares, de segundos y terceros. Al menos ahora, que los remolinos incesantes no nos arrojan a los cartapacios mutilados de los eternos retornos. Vayamos, entonces, por la primera:
El último 25 de marzo -los que lo precedieron, los que vendrán-, es el día que la letanía de los cosmos ha decidido que sea el de mi cumpleaños. La fecha, en mí, no tiene gran cosa más allá de eso. Lo que yo entiendo como el día del natalicio significa, en verdad, un día para el resto de los huéspedes, un momento para aprovechar al convite de sustancias, levantar una copa, agradecer una vez más el haber sobrevivido. Este año, a diferencia de los restantes, me desperté convencido de que al día siguiente me pegaría una buena ducha, me daría una buena afeitada, y tomaría un colectivo rumbo a Buenos Aires, capital federal. Necesitaba despejarme, extraviarme en esa marea de libros, en esa ciudad que ha sido catalogada como la polis con mayor número de librerías en el planeta. Cautivado por ese instinto repentino, así lo hice.
La ciudad de Buenos Aires me sienta bien. Lejos está de ser el ombligo de algún mundo. Es la pelusa electrizante, la concavidad nómade de todos los mundos.
Para el día 27 de marzo no tengo muchas más actividades en la agenda que la presentación de un libro en una editorial que suele distinguirse por sus certeras publicaciones. El autor es Luis Sagasti, un autor que desconozco pero que en la elección del título del libro, Maelstrom, sospecho que me caerá bien. La presentación tiene todo lo que la dignifica como tal: un notario que despliega su vocabulario emblemático de enciclopedia; un cómico desarraigado que realza los aires; un autor que lee con voz apagada y ronca lo que cree más llamativo de su historia, un extracto que no necesariamente tiene que ser lo más llamativo para aquellos que, perdidos en el tumulto, recolectamos los cuajos de aire como quien caza tiburones con una cerbatana. Después de un aplauso moderado y de servirse un buen vino, la gente se dispersa en íntimas direcciones. Algunos hacen firmar su libro. Otros, miran embobados los títulos conspicuos de la librería.
Al final de la jornada realmente breve algunos pocos quedamos dando vueltas y esos pocos nos vamos a cenar. La cena se da en un restaurant vietnamita, las conversaciones se dispersan en la naturalidad de su decurso, Sagasti habla con una emoción comprensible de este libro suyo Maelstrom que yo resguardo a un costado de la mesa, entre la servilleta de tela y los cubiertos. Brindamos algunas veces. Entre Sagasti y yo, sólo un dato nos coincide: ambos tenemos un cierto fanatismo por el canibalismo.
Para terminar pedimos café y hablamos sobre los chinos, cosa tan extraña para nosotros, los seudo occidentales. En una avenida cualquiera, a la espera de un taxi, nos despedimos como quien sabe que nunca más va a volver a cruzarse. Como quien intuye que si habrá una próxima vez habrá que dejarla en manos de la puntual y fatídica errancia.
II
Después de ese breve encuentro los días corren y la ciudad logra atraparme. Repito: no busco razones. Su manera de devorarme me parece la adecuada. Asisto varias veces al cine, consulto los pasillos de un museo, alguna que otra conferencia. En el cementerio de Recoleta fotografío a un gato al borde la de la descomposición e imagino: en un cementerio, es lo único que resta de vida. Enseguida me detengo y pienso en los turistas. ¿Acaso los turistas viven? ¿En qué franja de la vida se sitúan?
Casi sin darme cuenta pasan diez días. Como los lunes suelen resolverse urgencias ese día intento retirarme pero una noticia logra detener mi acto fútil: una revista de un cierto reconocido prestigio me otorga una beca para realizar un seminario dirigido por Coetzee, un tipo pulcro, con aires magistrales, casi que decimonónico. Por supuesto que lo primero que hago es tomar el enunciado como una llamada: después de cursar una semana de seminario decido marcar mi residencia fija en la ciudad. Llamo a algunos amigos, a algunos familiares, y les hago enterarse de mi intención. Todos de acuerdo.
III
Por más que los días seguían pasando yo aun no había notado un dato que por ser pasajero no dejaba de tener una cierta preponderancia de ritmo: el día en que estrenaba una nueva edad en mi calendario era el día que, también, había decidido estrenar una nueva ciudad en mi vida. Hasta entonces, esto de concurrir una ciudad y quererme abandonar en ella, había pasado dos veces: una en París; la otra, en Valparaíso. De la primera huí, con el temor incipiente de convertirme en Oliveira. De la segunda fui desplazado por una chilena, verdadera ninfómana, que hizo peligrar la cordura de mis intenciones.
Para este caso, el descubrimientode la coincidencia calendaria no me inquietó. Para Hegel no somos más que marionetas del desenvolvimiento de la historia de una idea. A veces, muchas veces, somos menos que eso: marionetas precoces del inconsciente, arcilla pudorosa en la parte mala de su praxis. A pesar de todo, me resultó inevitable armar en mi cabeza una suerte de mito, una idea precoz e impulsiva.
Entonces es que la fecha cobra grosor:
25 de marzo > cumpleaños
26 de marzo > huida
IV
El libro de Sagasti es de esos libros particulares, ideales para leer en trenes, en subtes y colectivos. La trama contiene un movimiento incesante y si el movimiento mismo del lector lo acompaña la aventura logra un grado emocionante, cierta fenomenología que logra ajustarse a los márgenes del cuerpo. Algo parecido pasa con Deleuze, con Kafka, con Robert Walser: son autores en pleno movimiento. El título de por sí ya lo advierte: el Maelstrom es un gran remolino en las zonas noruegas de nuestro mundo; su nombre significa algo así como corriente trituradora.
A lo largo de los días que pasan la historia de Sagasti es una historia que, entonces, decido leer en los devenires, en las corrientes intempestivas del merodear diario. La trama es simpática e inteligente; el concepto ambulatorio de un joven persiguiendo una pista inverosímil por el mundo logra cautivarme. Sin embargo, más allá de eso, el momento clave aparece con la lectura de una fecha que bien podría pasar inadvertida para un lector capricorniano o leonino, para un lector desatento a las cosmogonías que anudan nuestras vidas, pero que definitivamente no podía pasar por alto para un ariano de pura cepa. La fecha es 25 de marzo. Es decir: la fecha de mi cumpleaños; la fecha que para seguir rebotando en los estómagos del Maelstrom diez años antes de mi nacimiento secuestraban y desaparecían a Rodolfo Walsh. Todo un dato.
Cuando uno ve la fecha de su cumpleaños impresa en un libro ay de nosotros, los narcisistas inmediatamente la atención se agudiza. Lo mismo ocurre cuando el apellido de un personaje nos resulta familiar o cuando percibimos que ese diálogo, alguna vez, lo hemos tenido. Esa historia que leemos de algún modo pasa a comprometernos en primera persona.
Las razones por la aparición de tan exacta fecha son interesantes. Resulta que el 25 de marzo es el día de la concepción de este Cristo que nacerá, con todas las matemáticas ajustadas al extremo, nueve meses más tarde, el 25 de diciembre. Lo importante para el cristianismo es que ese día a José se le presenta un ángel en sueños y le advierte que debe tomar a María y emprender un exilio, por peligrar la vida de su futuro hijo.
Con estos datos, entonces, terminé por armar el diorama:
25 de marzo >advertencia sobre la huida
26 de marzo > cumplimiento del destino
27 de marzo > Maelstrom.
Es decir: remolino, espiral. Volver hacia atrás. Hacia adelante. Hacia el infinito.
V
A partir de estos sucesos se desprenden varias bisectrices intrigantes. La primera de ellas es la obvia, mi necesidad de saber qué ángel susurró en mis oídos las cláusulas de la huida. ¿Habrá sido esedaimon, vulgarmente conocido como pepe grillo, que tanto atormentabala vida de los griegos?
¿Qué tipo de arcángel, en la modestia de su corcoveo, me habrá inducido a semejante ostracismo? La segunda, un tanto más rebuscada, pero no por eso menos providencial: claramente no llevo dentro de mí un Cristo y espero que tampoco una virgen ambulatoria contenga dentro uno de mi parte, pero si esto es así ¿qué es entonces lo que llevo dentro de mí? ¿Hay algo que se esté gestando a la sombra de mi organismo sin yo tener noticia alguna de aquello? ¿Volveré a ver alguna vez a Luis Sagasti y tener la posibilidad de anudar estos sucesos?
Para la tercera, hay que volver, como en un Maelstrom, inexorable, al libro. Y es que el año que viene, en el 2016, ocurre un hecho de lo más curioso. Ese año el 25 de marzo no sólo será el día dela concepción de Cristo, sino que también coincidirá con viernes Santo, es decir, con el día de su muerte. En el siglo pasado, dice Sagasti, sólo ocurrió tres veces: en el año 1910, en 1921, y en el año 1931. Con esto quiero decir: si el 25 de marzo del año 2015 algo empezó a concebirse en mí, algo aún innombrable pero que en la pesadez de su genética va encumbrando hacia su destino, el 25 de marzo del año 2016 hay algo que, definitivamente, empezará a morirse. Al menos, así empiezo a entenderlo.
Por el momento, sólo tengo una certeza: a partir de ahora, mis cumpleaños serán diferentes. A partir de ahora, sé que esta ciudad, monstruosa ciudad, morirá en mí en algún momento. Sobrevivirla o no será acaso la apuesta definitiva de este atroz y momentáneo atrevimiento.
¿Cada 25 de marzo Rodolfo Walsh se levanta de su muerte y sobrevive?
Yo creo que sí.
@ezequielvgross
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.