Miércoles, 17 de junio de 2015 | Hoy
Por Gloria Lenardón
Después que terminó la ronda de ese jueves de mayo, después que las madres de Rosario despidieron a las dos madres mexicanas y se guardaron las fotos y en la plaza 25 de Mayo solo quedaron las flores en el monolito, el regreso del pasado pesó más que nunca. Las dos madres de Rosario (las que todavía pueden ir a la plaza), se sentaron en el bar sacudidas por la historia reciente escuchada en boca de las madres de Ayotzinapa, la historia de los cuarenta y tres jóvenes desaparecidos en setiembre del 2014, tragados por la tierra, como les pasó a sus hijos.
"No me animé a decirles que a mi hijo Osvaldo lo busco hace más de treinta años, y porque sigo sin encontrarlo le traigo flores al monolito -dijo Norma Vermeulen-, tanto Hilda Hernández Rivera como Hilda Legideño Vargas sabían muy poco de los jóvenes desaparecidos de Rosario, y de los juicios que se están haciendo con los que conseguimos conocer algo más. Ellas todavía tienen fe en que vuelvan, como nos pasó a nosotras al principio, piensan que los suyos van a estar en casa otra vez, no se apartan de esa idea". "Con vida se los llevaron con vida los queremos, es lo que repiten y lo que las sostiene", dijo Chiche Massa, "vinieron a la Argentina, a Rosario, hay otras ciudades en la lista, a difundir esa idea, van a ir donde puedan a defenderla y difundirla; yo les conté de los quinientos veinte jóvenes desaparecidos de Rosario, hace tantos años, a los que buscamos sin interrumpir nunca la búsqueda, de mi hijo Ricardo, del trabajo de Ricardo como médico en la villa, de la última vez que lo vi: cuando se iba se volvió para saludarme otra vez, al otro lado de la calle levantó las dos manos, después se las puso en los bolsillos porque hacía mucho frío, y se fue".
En Ayotzinapa, el pueblo de la Escuela Normal de la que faltan los cuarenta y tres estudiantes, vive muy poca gente, realmente los habitantes son muy pocos, y muchos otros pueblitos cercanos no son mucho más grandes, pueblos rurales, pueblos indígenas trabajadores de la tierra, no tienen otra posibilidad más que el trabajo duro. Quieren esconder la indiferencia y la persecución detrás de una preocupación falsa, eso es lo que está pasando en México, dijo el joven sobreviviente de Ayotzinapa en Rosario, y ahora todo tomó proporciones tremendas y no tienen cómo disimular lo que se ve de muy lejos.
Juan Carlos Echegaray forma parte del colectivo "Rosario con Ayotzinapa" que trabajó con Córdoba, Buenos Aires, Montevideo, Porto Alegre, Río de Janeiro y San Pablo; sin otro aporte que la de bonos contribución, comidas, funciones de cine, consiguieron que cuatro personas vinieran desde Ayotzinapa a contar los hechos del 26 y 27 de septiembre del 2014, que llegaran a Argentina para hablar de lo que les pasa. Les gestionaron el viaje para que ellos pudieran salir a difundir en cada una de las ciudades solidarias y en todas las que pudieran, pese al temor y la ansiedad que les significaba de la noche a la mañana cruzar México y volar para llegar a otros países para hablar de Ayotzinapa.
El no a la categoría desaparecido detrás de la que se excusan los responsables que siempre dicen estar investigando y avanzando; si está vivo o está muerto, de eso deben darnos cuenta primero que todo, dijo Francisco Sánchez, el joven estudiante que pudo escapar.
La rutina en Ayotzinapa en la Escuela Normal es siempre la misma, siempre fue la misma desde que la revolución mexicana impulsó su creación. En 1920 el presidente Cárdenas creó setenta escuelas rurales para alfabetizar los estados más abandonados: Guajaca, Guerrero y Chiapas, recibían clases los campesinos pobres. Pero a lo largo de los años las escuelas normales donde se formaban los maestros se fueron cerrando, de las setenta escuelas hoy quedan solamente quince. Primero les quitan el presupuesto y después las cierran. Los alumnos resisten cuidando como pueden la escuela en la que viven, cumplen la rutina. En Ayotzinapa el desayuno es de siete a ocho, después estudio hasta las tres de la tarde, una vez terminado el almuerzo van a la tierra, es primordial para alimentarse ocuparse del trabajo de la tierra, suspenden a las siete para el intercambio y la socialización, todos son hijos de campesinos que conocen muy bien cuál es la realidad con la que tienen que lidiar a diario, las limitaciones que sufre su vida de estudiantes.
Cada tanto salen de boteo, que es como decir: salen a pasar la gorra, mientras denuncian todos los cimbronazos que les achica la economía y la cultura, a ellos y al resto de la gente de los pueblos rurales, el boteo jamás consigue reemplazar la falta del estado. Ese 26 de setiembre estaban de boteo e insistiendo con los reclamos cuando apareció la policía del municipio de Iguala, 22 policías que se llevaron los 43 estudiantes que ahora nadie puede encontrar. Como Hilda Hernández Rivera y Mario Cesar González son los padres de Cesar Manuel Gonzalez Hernandez, que después de ese 27 de setiembre todavía no pudo volver a la Escuela Normal, ellos viven en la escuela. Dejaron su pueblo en el centro de México, a 9 horas de Ayotzinapa, para ir a esperarlo. Y se quedaron en la escuela. Al padre de Cesar Manuel los estudiantes que quedaron lo llaman tío Mario, y no dejan de alentarlo a que viva ahí y lo espere.
"No nos olviden, ustedes son gente muy bonita, no nos olviden porque ellos están vivos y tienen que reclamar junto con nosotros que los devuelvan", dijeron las madres mexicanas en Rosario.
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