Lun 06.07.2015
rosario

CONTRATAPA

Susanita

› Por Víctor Maini

Jugar, se jugaba en la calle. Las malas inclemencias del tiempo, las injustas penitencias o enfermedades pasajeras eran las causas del encierro. En mi caso, aquella reclusión se convertía en un infierno cada vez que tenía que entretenerme obligadamente con mi prima en algunas de sus repetidas visitas. Era como jugar con el personaje de Quino en persona. Se movía acompañada de un cochecito con dos muñecos, una plancha, dos tazas y una pava, todo de plástico. Imposible negociar otro juego que no fuera el de las visitas, una reconstrucción de la vida de los adultos modelos, normales, clase media ascendente, familia tipo, occidental y cristiana. El rol de padre que me correspondía en la puesta en escena estaba plagado de limitaciones. Mis sueños de ser astronauta o jinete en mi corcel negro Tornado chocaban con su grito prohibitivo: "Ni loca, es muy peligroso. Lo necesito vivo para que me ayude a criar a mis hijos!". Sólo aceptaba un marido sin madre, con un trabajo seguro, de excelente ingreso y mucho tiempo para dedicarle a su familia. Un médico, en lo posible, para que sus hijos sigan el ejemplo y firmen con el apellido seguido de la palabra junior. En el ámbito de sus amigas en donde jugaría a la canasta, la conocerían como la madre de los doctores. Mis fantasías estaban acostumbradas a chocar contra la realidad. Había conocido la dirección de mi escuela por tallar en mi banco y en la puerta de los baños el Apolo XI. Mi maestra no se cansaba de escribir insuficiente debajo de mis dibujos, debido a la repetida presencia de un caballo negro en los distintos paisajes. Nunca me defendí, veía tan obvia la representación del viento en la sumatoria de músculos, venas, crines, forrada en un cuero azabache lustrado a base de sudor, soplando misterios, acariciando rostros, sacudiendo ramas, peinando ríos, que sentí pena por quien carecía de la sensibilidad necesaria para interpretarlo. La última vez que vi a mi prima fue en su cumpleaños de quince. Estaba feliz con su vestido blanco, como si estuviera ensayando su futuro casamiento. Con el correr del tiempo fui recibiendo noticias sobre su vida que no me sorprendieron en absoluto. Alguna vez jugué a inventarme distintos presentes para los personajes Mafalda, Libertad, Miguelito o Felipe, pero me fue imposible pensar otro final para la historieta de Susanita. Quizás fue la única que logró cumplir los sueños de la infancia. Por mi parte, trabajé alienado durante más de veinte años en una misma fábrica. Mis rodillas me alejaron del verde césped en donde jugué mi último juego. Siempre me cuidé del colesterol alto y de la hipertensión. Nadie se cuida de lo que ignora que existe. Hace unos meses me paralicé en medio de la vereda, un frío de muerte me recorrió el cuerpo y me costó horrores caminar los doscientos metros que me separaban de mi casa. El médico de la ambulancia le puso título a mi estado, "ataque de pánico". Después de no pocas excusas asistí al consultorio de la doctora Lobos. Los nervios de la primera vez me hicieron llegar temprano. Grande fue mi sorpresa cuando divisé a la psicóloga despedirse de la paciente que me antecedió, mi prima Susana. Después de alegrarnos por el casual reencuentro, me dijo "entrá vos ahora primo a divertirte un rato, te espero en la sala, tengo todo el tiempo del mundo para que me invites un café". Pasaron varios cortados, la vida la fue moldeando pero no la dotó de poder de síntesis. Dedicó monólogos de una hora para cada uno de sus hijos. Habló maravillas de la profesional que la había sacado del pozo depresivo en el que había caído el día en que sus hijos decidieron hacer sus propios caminos. De la alianza con su esposo sólo acotó una frase. "Estoy blanqueando una relación inexistente con Mariano, hace rato que sale con una pendeja que no piensa tener hijos". Como siempre hablé poco, minimicé mi problema, "lo mío es sólo una pavada, algunas distracciones en el trabajo, pequeños olvidos, cosas sin importancia...". Cuando le ofrecí mi enorme casco azul con dibujos de astros en amarillo para que subiera a mi negra moto enduro con la intención de llevarla hasta su casa, rechazó mi propuesta con una frase familiar "¡Ni loca, es muy peligroso! Me necesito viva para ayudar a criar a mis nietos".

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