CONTRATAPA
› Por Patricia Suárez
Un día le cuento a O., mi amiga que un hombre con el que salí tiene todavía mis llaves. Se las dí por pereza, para no bajar las escaleras a abrirle, o por amor tal vez. Ella larga, con naturalidad:
- Yo todavía tengo las llaves de Marcos.
Era su novio, el último que cumplió con el rol de novio. Algo así. Vivían a pocas cuadras y cada uno tenía las llaves del otro. Ella se las pidió explícitamente; con alguna excusa seguro, porque ninguna razón explica que uno pueda querer tener las llaves de la casa de otro. Salvo como signo de posesión amorosa. Si tengo tus llaves, estoy en tu vida. El novio tenía una vida enredada de ex novias y cosas así. Es comediante, pero su aspecto es el de un funebrero. Es dudoso que pueda hacer reír a alguna persona, tiene la mirada adusta, oscura. Le falta una cierta ligereza propia de la comedia. Por una razón o por otra, la relación dura seis meses y se termina. Ella dice no haber lamentado tanto el final, parece no haberla afectado, como a una estatua de hielo. Tal vez llora de dolor, pero no lo comenta. Un corazón se puede romper con mucha delicadeza, también. Igual: ¿qué debería haber hecho ella, qué se puede hacer cuando un amor se termina?
Pero las llaves permanecen en su poder.
Un día, al cabo de un año, mi amiga las usa y entra en su casa. Calcula la hora a la que él no está y entra. Calcula a qué hora puede regresar. No hace demasiado: anda por la sala, se mete en el dormitorio, husmea con mucho cuidado el botiquín del año. Enciende la computadora. No busca especialmente si hay indicios de otra mujer, pero no deja de prestar atención al asunto. No parece haberlos. Cuida no dejar nada fuera de lugar, que ninguna señal delate su presencia. En el dormitorio está todo perfecto, igual: con el desorden habitual que es ya como un orden. No siente nostalgia; es insensible al pasado. Se acuesta en la alfombra de la sala: hay olor a sucio, a lana mojada. Permanece tirada ahí, sin pensamiento. Abre los brazos en cruz y se queda así un buen rato. Después, se levanta, sale, cierra con sus propias llaves y se va.
***
Así que mi O., mi amiga se entera que él es finalista de un gran premio de novela. No la alegra en absoluto; no tiene sentimientos generosos al respecto. Estaba sentada en su casa leyendo el diario y ve el nombre de él a punto de ganarse quince mil dólares por una novela que escribió, un 'engendro' como la denomina ella. Hace año o año y medio que no se ven, no tienen ningún tipo de relación. Estuvieron juntos seis meses, pero ella dice que fue tan intensa la relación que es como si se hubieran amado diez años seguidos. Aun conserva las llaves de él como una reliquia. Cuando los recuerdos escasean, las reliquias son importantes. Ella leyó esa novela cuando aun era un original sin ton ni son; ella lo ayudó a corregirla, le dio ideas. Después, él resultó un mal tipo, hacía muchas cosas mal, hasta ir a la cama era algo que hacía mal. Cuando uno se va, se lleva todo. El se llevó todo y la novela era suya, por supuesto.
Le escribe. Un breve correo con un nombre falso. Le pone que lo admira como escritor, etcétera. Pero él ni siquiera es un escritor; es actor y artista con veleidades. El le contesta, desabrido. Ella insiste; luego hackea la clave de él y se mete en su correo. Tiene habilidad para esto, para meterse en la cabeza del otro, pensar como el otro lo haría. Por eso prueba dos o tres claves hasta que da con la que le abre paso en el correo electrónico. Le vino esta vocación viendo películas de James Bond. Quiere ver qué dijo él de ella, cuando rompieron. Busca carpetas antiguas, los inicios de la bandeja de entrada. Dos o tres correos a su hermana, la hermana de él que vive fuera. Le dice que terminó con O., una pena. No dice nada más, no hay palabras. No hay comentarios. La hermana ni siquiera opina una palabra sobre O., directamente le habla sobre la vida en el exterior, la nieve, el clima, las cosas a la que no se acostumbra. Es todo; al día siguiente, él le escribe a ella, a O. Le pide que no lo moleste más; tiene la casilla bloqueada. Ella no le contesta; se hace la tonta, la desentendida.
Un mes después va a la entrega de premios de esa novela.
El acude con otra mujer, despeinada, desarreglada.
El premio lo gana otro escritor; él ni siquiera es mencionado.
O. se acerca al ganador, lo besa. Le dice que le hace muy feliz que haya ganado.
Está feliz, esto es cierto.
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