Jueves, 23 de julio de 2015 | Hoy
Por Luisina Bourband
Que me perdone Negroponte, disculpas a Piscitelli. Ni decir a Sigmund Freud. El multitasking es incesto.
Para horror de cognitivistas, educadores elearning, la sanción de psicoanalistas por el mal uso de los conceptos, y demás religiones, paso a comentar. Multitasking: dícese de la ejecución contemporánea de más de un programa. Se dice de las madres, ellas se dicen, que son multitasking. Esto es, la acumulación en capas geológicas de quehaceres diarios, memorizaciones, teorizaciones, tareas pendientes, etc., que emergen al mismo tiempo a la superficie. La posibilidad de hacer simultáneamente muchas cosas de distinto calibre, para resolver nuestra vida cotidiana.
¿Cuántas veces hemos comentado entre mujeres esta abrumadora práctica de conciliar las esferas laboral y familiar? Quejas elaboradas en párrafos donde por una aberración lingüística pueden convivir con un mínimo de diferencia temporal las palabras pesonera, AFIP, tesis, pelotero, doce cuotas y abstract, desafiando cualquier género discursivo. (Querida lectora, aquí puede insertar su propia cadena de palabras, es decir, su propia aberración)
Hacemos catarsis maldiciendo la multiplicación de opciones a las que nos llevó el capitalismo, el feminismo y nuestras madres, mientras tomamos un café con nuestras amigas, tratando de armar un proyecto para presentar en x institución pública. Porque la convocatoria es ahora o nunca. Contestamos a su vez al whatsapp de la niñera para que cocine algo con lo que hay, porque no llegaste al super, y te enterás que el nene tiene que llevar goma eva a la escuela mañana. Para esto último calculás que a las ocho menos cuarto esté abierto el kiosquito de la vuelta, porque ya no llegás, con la tarde por delante de laburo, pagofácil, fútbol infantil y cumpleañitos.
Están las que adoran este estilo de vida, al son altruista de "...pero si a mí me gusta ocuparme de todo". Luego tenemos a las ojerosas que hacen y se lamentan, bajo una premisa de igualdad de género, de igualdad de clase, y de tareas que no se cumple. También están las obsesivas multifunción, que ante la posibilidad de aflojar tiran el "prefiero controlar lo que sucede, porque nadie lo hace mejor que yo". Por último estamos las con poca estabilidad identitaria, que nos vamos deslizando de una posición a la otra para pasar de la Wonder Woman a la indignación, y de la indignación a la secreta satisfacción que nos da tener el poder sobre el cuerpo y la mente de esas fantásticas espejadas criaturas que son nuestros hijos.
Entonces, escribo un artículo al mismo tiempo que se me aparece la cara del plomero al que tengo que llamar, o contesto a mi madre por el Hangout, que me manda por Dropbox una receta. Evalúo al estudiante nervioso frente a mis ojos mientras pienso si le dejé plata a la chica para la leche o trato de recordar si le dije cuánto era de ibuprofeno para el bebé. Le limpio la caca a mi hijo a la vez que recuerdo la programación vacacional del Teatro y escucho la noticia del diario que me lee el padre de las criaturas. Soy investigadora, escritora, cocinera, madre, mujer argentina, entre otros motes. Todo a medias, todo, todo, atado con alambre.
En la enorme carta de opciones y funciones contemporánea, elegimos... todo. De alguna manera, muchas no podemos o no queremos sustraernos de la superposición. La superposición. Y como la cosa no es sencilla, sufrimos por ello. Por algún tipo de argumento, psicótico o neurótico, con todo tenemos que ver. Todo nos resulta familiar. El incesto es eso.
Todo puede articularse, y debe pasar por mí. Arrancar alguna idea que se distancie de lo cotidiano, mientras se cuece el arroz, elegís la cartulina o te olvidaste de comprar perejil. Con culpa.
Quisiera poder extrañarme. Quisiera poder ser extranjera de mi amigable cárcel. De mi ultra electiva vida.
Quisiera poder tomar unos mates sin discutir sobre los malabares horarios de mañana, cocinar sin hablar con mi jefe de cátedra y quedar con tortícolis, escribir sin pensar en lo posiblemente angustiados que están mis niños en la guardería, o hacer el amor sin pensar en el speech del concurso que tengo por delante.
Soy de las que llevo Nietzsche para leer en la sala de espera de la ginecóloga, con la esperanza de que es el comienzo de la lectura ininterrumpida de sus obras completas.
Pero estimado Friedrich, soy humana demasiado humana, y quiero que algo de lo humano, aunque sea una pequeña parte, me resulte ajeno. Ah, son las doce, Benjamín sale de la escuela... y se me queman las papas.
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