Jueves, 22 de octubre de 2015 | Hoy
Por Roberto Retamoso
para Ricardo Miguel
El septuagésimo aniversario del diecisiete de octubre me sorprende en Buenos Aires. Es sábado, el día luce soleado y fresco, y se presta para las salidas a la intemperie.
Así es como partimos con Marcela rumbo a la exESMA, en los confines de la ciudad. Después de viajar más de una hora en el 29, arribamos al predio, situado en el barrio de Núñez. El acceso es libre, lo cual no deja de provocarme una sensación de extrañamiento.
Una vez dentro, comenzamos a visitar los lugares que se hayan abiertos al público ese día, en primer lugar el Centro Cultural Haroldo Conti. También recorremos las calles interiores de la antigua escuela, pobladas ahora por carteles que recuerdan los rostros y los datos de numerosas personas secuestradas y exterminadas en la exESMA. Finalmente nos dirigimos al que fuera el Casino de Oficiales, para realizar una visita guiada. Junto a un grupo de visitantes que, como nosotros, se disponen a internarse en ese sitio célebre por lo increíblemente perverso de las prácticas que allí se realizaban, comenzamos la recorrida conducidos por un guía joven.
La experiencia es tan dura como catártica. Ver La Capucha y La Capuchita es escalofriante y al mismo tiempo un ejercicio de reafirmación de creencias, valores y convicciones. "¿Cómo era posible que en este lugar nacieran chicos?", pregunta un cartel que reproduce el interrogante angustiado de la presidenta al conocer el lugar.
La visita concluye con la proyección de un audiovisual, en el cual simplemente se proyectan los rostros y los nombres de todos los marinos juzgados por las causas vinculadas a la exESMA, acompañada de un rótulo que dice, según los casos, "condenado", o "en juicio".
Cuando salimos nuevamente a Libertador le digo a Marcela: en este caso, aunque tarde, se puede decir que la justicia ha llegado. Gracias a la decisión histórica de retomar los juicios por parte de Néstor, agrega ella.
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El domingo dieciocho, tan soleado como el sábado, vamos a Tecnópolis. Partimos de Retiro donde nos dan un pasaje gratis para los trenes que inauguró Randazzo, cuyo confort contrasta nítidamente en relación con las antiguas formacione que iban al suburbano bonaerense. Al llegar a San Martín tomamos un colectivo de línea, también gratis, destinado a realizar el trasbordo de los pasajeros del tren hasta Tecnópolis.
Cuando llegamos a la descomunal feria, nos encontramos con un espectáculo maravillosamente impensado por nosotros. Los stands parecen proliferar en una vasta superficie, albergando todo tipo de actividades destinadas a un conocimiento plural, actualizado y atractivo.
La tecnología, de punta, da la impresión de estar puesta para posibilitar un acceso fascinante a los saberes más sofisticados que caracterizan al mundo contemporáneo. De ese modo, la feria conjuga conocimiento, tecnología, aprendizaje y entretenimiento en una ecuación cuya eficacia demuestra la concurrencia de miles y miles de personas, de distinta condición social y etaria.
El sentido de la apuesta del gobierno al realizar Tecnópolis es claro y profundo: democratizar y popularizar la cultura y el conocimiento. Y sin "bajar el nivel", como se dice. Lamentablemente, quienes militan en la oposición, proponen una visión degradada y prejuiciosa del proyecto, ya que lo llaman, despectivamente, "negrópolis", o "grasópolis", dejando en claro que, para ellos, el conocimiento y la cultura son y serán beneficios y derechos de unos pocos.
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De regreso de Tecnópolis vamos al Centro Cultural Kirchner, para asistir a la presentación del libro La Plaza de Perón, del amigo y compañero Roberto Baschetti, compuesto por diversos documentos históricos que dan cuenta del momento fundacional del peronismo. El acto desborda de militantes, estimulados por la presencia en el estrado del ministro Tomada, quien se define y pronuncia como un militante más.
Como es lógico, en la mesa abundan, además de consideraciones de todo tipo acerca del diecisiete de octubre del cuarenta y cinco, reflexiones y ponderaciones respecto del momento político actual. Entre tantas cuestiones que se enuncian en torno a la vitalidad histórica del peronismo, hay una observación de Tomada que me parece destacable, justamente por lo simple y concreto de su formulación: "no es menor que, por primera vez en la historia, después de tres períodos presidenciales consecutivos de signo peronista, el presidente que inaugure el cuarto período sea del mismo signo político". Vigencia y fortaleza indubitables al cabo de setenta años, agrego para mis adentros, pensando que solamente se explican por el sustento popular que alienta y encarna ese fenómeno inescrutable para la razón académica y científica dominante en las universidades argentinas.
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El lunes diecinueve tomamos un taxi, por la mañana, para ir a la terminal de Retiro. El taxista conversa; previsiblemente habla de política. Como le dijimos que somos de Rosario nos pregunta, midiéndonos, si votamos a Del Sel. ¡Jamás!... responde, enfática, Marcela. La respuesta lo anima a avanzar. Critica al candidato santafesino del PRO no por ser un cómico, aclara, sino por sus ideas machistas y misóginas. Llega así a la conclusión de que el problema de fondo es que sea del PRO. Como los que votan a Macri acá en Buenos Aires, agrega, como si hiciera falta. Se oponen al aborto y a la ley de fertilización asistida, arguye. Bueno, lo que ocurre es que son todos de Recoleta, Palermo o Barrio Norte, intento explicar sociológicamente la situación, aunque mi razonamiento sea básico. No tiene nada que ver, responde el taxista. Porque aunque tengan toda la plata del mundo, de ese modo lo único que logran es que se sigan haciendo abortos clandestinos sus mujeres, y que las pobres mueran por mala praxis en consultorios impresentables.
Tiene razón, admito convencido, mientras pienso que debe ser la primera vez que un taxista porteño me habla en estos términos. Le digo entonces a Marcela al oído, para que el taxista no me escuche, que en vez de decir estamos mal pero vamos bien, ahora podemos decir estamos bien y vamos mejor. Y que, en ese sentido, los dichos del taxista sugieren que la batalla cultural parece estar ganada.
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