Viernes, 27 de noviembre de 2015 | Hoy
Por Roberto Retamoso
El Nieto: Pasado el día crucial, veo que se cumplieron los peores augurios.
El Abuelo: Los peores, sí, pero no por obra de la fatalidad sino de los seres humanos. La Historia, siempre, es su obra magna, porque en ella encuentran la ansiada trascendencia. En ella, no en los paraísos celestiales.
El Nieto: ¿Aunque esa trascendencia se aparte del camino de la dicha o la ventura?
El Abuelo: Por supuesto, porque la trascendencia, para ser, no requiere mieles placenteras. Puede darse también con el gusto amargo de la hiel, como cuando sube, áspero, hacia la boca.
El Nieto: De modo que la trascendencia puede ser muy dura, dolorosa.
El Abuelo: Generalmente lo es, salvo momentos puntuales. Como cuando nace un hijo o un nieto, por ejemplo.
El Nieto: Y sin embargo persistimos en su búsqueda...
El Abuelo: Porque es lo que le da sentido a nuestras vidas. Si no fuese por ello, sentiríamos, como algo absurdo, la angustia que provoca nuestra propia finitud.
El Nieto: Así, ¿podría decirse que, aún en la derrota, logramos trascender?
El Abuelo: Desde luego que sí. Trascendemos porque somos artífices del destino común, aunque estemos del lado de los derrotados. Porque los derrotados son imprescindibles para que haya Historia, ya que ésta no es más que la sucesión interminable de esos encuentros agonísticos que le dan forma y sustancia.
El Nieto: Abuelo, ¿entonces la Historia no es más que la historia de las luchas entre los que logran imponer, como emblema de su triunfo, su nombre y su palabra, y aquellos que, sometidos por el olvido y el silencio, insisten por permanecer, tercamente, como fantasmas anónimos?
El Abuelo: Espectros que, de todos modos, convocan nuestra memoria agradecida, porque somos gracias a ellos. Nuestro ser de allí proviene; y no por mera gratitud, sino por esa pulsional necesidad de trascender, a ellos volvemos en circunstancias como éstas.
El Nieto: ¿Podremos, entonces, abuelo, encontrar en su memoria, las claves de estos días funestos?
El Abuelo: Podremos si somos capaces de descifrar esas claves con los signos del presente. Nuestros tiempos son otros, y si no supiéramos reconocer esa diferencia, estaríamos tratando, neciamente, de reponer lo que definitivamente ya no es. Porque ellos no pueden volver como presencia viva sino tan sólo como lo ausente que, por increíble y paradójico que parezca, se manifiesta en nosotros como réplica o resonancia. Pero réplica o resonancia de lo que ha dejado de ser.
El Nieto: Y así se labra la Historia, del mismo modo que en ella se labra nuestra trascendencia.
El Abuelo: Exactamente. Pero como la Historia es agón, por principio y naturaleza, siempre es bueno buscar el triunfo, por efímero que sea. El triunfo es, sin dudas, el momento paradisíaco de lo que, aventada la ilusión celestial, se revela sobre el barro y la escoria que cotidianamente nos acechan.
El Nieto: Aunque sea efímero...
El Abuelo: Aunque así lo sea, porque esa condición podría quedar fijada en un instante que, por momentos, parezca escapar al flujo temporal, y devenir eterno. Al igual que la ilusoria eternidad de la gloria.
El Nieto: En la que todos recaemos, abuelo.
El Abuelo: Recaemos en ella porque no sabemos descifrar los rostros engañosos del presente. Esos rostros son, siempre, los artificios vacuos que despliegan los vencedores, los dueños del poder, para disfrazar sus apetencias sórdidas a la manera de buenos propósitos que a todos habrían de concernir.
El Nieto: Curiosamente, solemos tomar esos artificios por verdades...
El Abuelo: Porque la verdad es el objeto superior de nuestras búsquedas en la vida. Pero como bien lo explicó el Estagirita, solemos perdernos detrás de aquello que, simulando ser lo verdadero, es simplemente creíble.
El Nieto: ¿Creía él, como su maestro, que el mundo en que nos movemos es un puro escenario poblado de apariencias?
El Abuelo: No era tan contundente, creía más bien en el poder ficcional de las palabras, del que, y por otra parte, su maestro asimismo sospechaba. Y lo que es ficticio, imaginaba, siempre está a un paso de ser falso.
El Nieto: De manera que, si continuamos con su pensamiento, deberíamos, por utilizar un sabio proverbio, poder separar la paja del trigo.
El Abuelo: Y llegar a lo esencial, si es que tal cosa existiese. O a lo medular, aquello que hace que las cosas sean lo que son, y no lo que, para nosotros, parecieran ser. Tarea ciertamente ímproba y muchas veces condenada al fracaso, porque solemos quedar encandilados, como los hombres que la caverna moraban, por esas sombras que proyectan las cosas situadas más allá de su vista.
El Nieto: Sombras tan inmateriales como los fantasmas de los que me hablabas.
El Abuelo: Pero de otra condición, porque no forman parte de nuestro linaje, ni están allí para permitir que nuestro ser sea. Están, por el contrario, para desviar nuestro rumbo y hacernos perder, tal como lo haría el minotauro en su laberinto.
El Nieto: ¿Y cuál sería, abuelo, la forma de llegar a eso esencial que no pueden ver nuestros ojos?
El Abuelo: El arte de leer bajo el agua, del mismo modo que los adivinos leen la borra de las infusiones. Pero no se trata de algo mágico, sino de un arte intuitivo que se entrega a la ósmosis cósmica. Y al penetrar en la real sustancia de las cosas, lograr captar su sentido genuino.
El Nieto: Abuelo, anhelo poseer algún día tu arte y tu ciencia.
El Abuelo: Habrás de poseerlas, sin duda. Lo que debes rogar es que, cuando las poseas, ya no sea tarde para practicarlas.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.