rosario

Jueves, 3 de diciembre de 2015

CONTRATAPA

Días de caricias dulces

 Por Alberto Kreimer

--¿Cómo sabe que es esa la planta que me va a curar?

--Porque ella me lo dice, afirmó sin dudar el chamán.

Acepté su medicina resignado ante mi fiebre que no bajaba y la ausencia de alternativas.

Fue en los años en que lleno de ilusiones, con una mochila a la espalda que se fue vaciando en el viaje de cosas inservibles, partí a ver la América del lado de Los Andes. Sin un destino, con la idea fija de conocer y conocerme, me encontré con la profunda energía de la montaña y conocí a quienes, en silencio, la habitan desde siempre, desde antes que los nombraran.

Lejos de todo, en un lugar al que llegué porque uno me dijo que otro le habló de alguien que le contó que en ese lugar del Perú encontraría respuestas a mis preguntas, ahí, justo ahí, me enfermé, y conocí al chamán que me curó con el brebaje de esa planta con la que conversaba.

Repuesto de la fiebre y aún incrédulo pregunté en qué idioma hablan las plantas. Sin ofenderse por mi ironía inoportuna, me contestó que él conversaba con ellas, que hay que observar alrededor y aprender, y me contó de las ranas que les marcan antes de las lluvias las tierras a sembrar, de los caracoles que descansan arriba de donde llegarán las aguas en la próxima crecida, del mundo de arriba y del mundo de abajo, de no sembrar la misma tierra dos años seguidos para no gastarla, de que aprendiera a mirar la selva, que ella me guiaría. Me mostró piletas de aguas talladas en la piedra donde en las noches claras, miraban el cielo y las estrellas, y en ese espejo natural, estudiaban el universo. Me contó de las ranas que saltaban del Titicaca a agarrar las piedras que les tiraban y se convertían en oro, símbolo del sol y de la vida, no de la riqueza y el poder. Supe del poder curativo de la muña, que descongestionó mis pulmones allá, en la cima del mundo. Conocí el tiempo circular de los indígenas, donde el pasado está adelante y el porvenir detrás.

Asombrado, con un respeto que me nació de golpe, quise saber si el futuro se puede ver en la naturaleza.

--Sí. Tienes que estar atento a sus señales. Siempre volvemos al principio, dijo. Tomó su pipa, la encendió y no volvió a hablar, dejando el enigma retumbando en mi cabeza.

El viaje continuó y regresé con el tiempo de la vida de los Andes incorporado en mí y choqué con el vertiginoso de la ciudad. Pude por un tiempo resistirlo pero, poco a poco, entré en él y mis pasos demorados comenzaron a correr. Ya no había signos para interpretar en la naturaleza y la selva sino otros femeninos enigmas: la sociedad acelerada, la política violenta, la tecnología abrumadora, la pareja deseada.

Hoy recuerdo al chamán porque se me ha revelado que sí, que la naturaleza me habló, acá, en la ciudad, en mi jardín, pero no estuve atento para interpretarla.

En el jardín que rodea al pasillo para entrar a mi casa, hay un jazmín chino y a su lado una retama.

Al jazmín lo plantamos hace años, cuando empezaba la relación, de un brote que trajimos de su casa. El brote prendió y año a año creció aromando el aire y el viento dispersó semillas que se reprodujeron haciendo del pasillo en estos días, un túnel de perfumes y flores blancas. Eran días de caricias dulces, de acompañamientos silenciosos, de lecturas cómplices, de descubrimientos musicales inesperados. Después trajimos esta retama y la plantamos junto al jazmín.

Al principio dio unas pocas flores amarillas que alegraron nuestras miradas. La retama no crecía vertical, sino ladeada. Le colocamos un tutor para enderezarla pero en una tormenta se soltó. Ninguno recolocó el tutor. La retama se doblaba pero resistía y seguía creciendo. Fue cuando los encuentros se espaciaron, cuando nos mirábamos sin comprender ni comprendernos.

En la primavera la retama no dio flores, parecía secarse pero resistió. Ese año nos separamos por primera vez. Creo que fui yo el que llamó para ver cómo estaba y volvimos a vernos y a estar juntos. La retama se hizo más alta y más torcida. Seguía sin flores. Viajamos para ver si nos encontrábamos. Estuvimos juntos y nos sentimos solos.

No volvimos más a regar los dos el jardín.

Hoy decidí sacar la retama que opacaba con grises tanta blancura. Intenté hacerlo removiendo el delgado tronco, tirando hacia arriba para arrancarla, dibujé círculos en el aire para que la planta se suelte de la tierra, pero no pude. Debería cavar muy hondo para arrancar esa raíz y no quiero hacerlo.

Recuerdo el momento que las plantamos, su rostro, sus manos sucias, mi felicidad antigua, las sonrisas, la alegría al ver las flores blancas y la tristeza ante la ausencia de amarillas.

Entonces comprendí: la naturaleza nos habló, no habría un futuro juntos, solo un recuerdo, profundo como esta raíz, perfumado y blanco como ese jazmín.

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