Sábado, 12 de diciembre de 2015 | Hoy
Por Leonel Giacometto
Todo lo que lo amó ya pasó. Para el otro también. Las ocasiones del amor no saben nada de selecciones temporales y lo que la memoria traduce, a veces, es una cosecha de sensaciones sobre determinados momentos, sobre determinadas acciones, marquesinas con neón como se dice, música que viene de algún lugar al que es imposible dimensionar como un refugio, de envolturas varias sobre las especies de la premura y sobre la ilusión de la frescura. Como una fotografía, pero con olor. El amor entre Duilio Minyana y José Parola duró un promedio de seis meses. Ardieron que se dice, por dentro y por fuera. Rodaron, se entretejieron, fueron hasta el fondo. De golpe todo fue todo. No exagero. Se dieron uno al otro, más reales que posibles. Así empezaron a arder, así se entregaron, como quien cayendo desde un piso 46, antes del infarto, siente casi sin la posibilidad de una descripción temporal, ahí el que va cayendo se le hace real el iridiscente fulgor de una epifanía que alguna cosa debe transmitirle antes de la estrepitosa explosión de un cuerpo humano que se revienta literal sobre el cemento armado. Duilio Minyana y José Parola así se amaron y se entregaron irreductibles y espontáneos como había sido el inicio y como fue el final. Amor fue, de eso no hay dudas. Y fue el de los mandalas y los anticuarios, el no visible, el incontable por defecto lingüístico casi. No es poco teniendo en cuenta la marcha de los acontecimientos de ambos, después, cuando se dejaron de sí, hace ya más de diez años, cuando aún el número dos estaba primero en su edad, la carne era negligente a la cabeza y sólo se dejaba estar, mansa y no pasajera, receptiva a la fuerza. Esto es una especie de energía que se proyecta según (y por supuesto sin opción) desde cada uno, por separado y desde quién sabe cuándo de la vida de cada uno, conjurado el modo y apropiado ya también un siglo audiovisual. Este es otro tema y la cuestión fue más anodina, más común que se dice. Amigos es una palabra tan gastada y manoseada como derecha, izquierda y centro. Como mentir y creencia. Por eso, Duilio Minyana y José Parola no fueron ni son amigos ni conocidos. Menos amantes ocasionales de la evocación, ni nada que ya los acerque a una distancia mayor de más o menos uno o dos minutos promedio, según el día. Se cruzan por ahí, se saludan afables que se dice. Sin lógica, a veces se detienen mutuamente y se hacen dos o tres preguntas, el ordinario esquema del cruce. Al alejarse de sí, después, ninguno de los dos escucha nada en su cabeza y lo que emiten sendas bocas podría ser una sonrisa, pero no se nota.
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