CONTRATAPA › FOTOGRAFIANDO LA ZONA.
Camperas
› Por Adrián Abonizio
La línea electrificada del boyero luego de una tormenta quedó tocando un desprendido cable 220 volts de la luz. El Marito se bajó de la camioneta y se dispuso a orinar al costado del camino. Lo hizo sobre la juntura de ambas líneas. No murió del choque eléctrico pero comentan que hasta hoy tiene el pito más negro y difícil de ver sin horrorizarse.
El ruso Stefanovich es un urso de 140 kilos, gaucho pampeano enriquecido por astucias elementales de siembra, pastoreo y caballada. No se le nota la plata, él está en otra cosa, la observación de los vientos, las costumbres, el chiste filoso, la filosofía grave de la llanura. Come como un oso pardo y sus amigos le dictaminan poca vida. "¿A que estoy más sano que todos ustedes?". Uno redobla la apuesta. "Apostamos un corderito y nos traés los análisis sellados y confirmados". Se encuentran y leen que el colesterol es casi inexistente, no hay infección alguna y el corazón rebalsa de fortaleza. En el fuego, como una cordial excusa se está haciendo asada la apuesta perdida por sus amigos. A los postres, solo con un cuchillo arranca la grasa fría que ha dejado el animal y la unta en un pan abierto. "Como postre", se jacta. "Ahora les voy a decir el secreto de mi salud. Reparto, reparto mis ganancias con gente que ni conozco, así no tienen que agradecer. Eso me salva". Luego se sienta a disfrutar del manjar. Algunos bajan la cabeza.
"¡Lindo pantalón para una partida de damas con alfajores blancos y negros!", gritó desde el fondo Barcino al recién llegado que había entrado en ese bolichón de peludos a preguntar por el camino luciendo bermudas a cuadros gigantes. El tipo miró y vió unos bultos humosos y decidió salir sin contestar. Afuera la mujer al verlo, con la cara enrojecida entendió que algo había pasado. El, macho de la especie familiar arrancó y comentó: "Unos vivos, no me quedó otra que pegarle una trompada a uno". "Ay Bichi siempre ese carácter vos, ¿eh?". le comentó la rubia que hojeaba una revista. "No le habrás hecho daño, ¿no?". En una parada de combustible se puso bermudas negras.
Nos contó un amigo, mientras el fuego del asado ya extinto languidecía suavemente cómo tuvo a la dama bajo su cuerpo en esa tarde de arboledas con olmos plateados meciéndose en la altura y el recodo aquel con cama de tréboles. "Cuando la penetré sentí como si entrara en la misma naturaleza", esgrimió. Y nadie, créanme, se rió o se burló de la arborescencia poética. Todos chocamos los vasos y nada comentamos.
Cuando decidieron arbolar las ciudades, los ministros, hijos de estancieros o estancieros ellos mismos, supuestos conocedores de la fauna y flora compraron en París ejemplares de plátanos, para que las aldeas se parecieran a la Ciudad Luz. Lo que nunca dieron a conocer fue que fueron timados como idiotas: Les vendieron al mayoreo y a precios exorbitantes ejemplares de plátanos hembra, de los que largan esas bolitas que tanto mal hacen y producen alergias varias. Estos son los campeones de nuestra Argentina campera y colonial.
En todos los pueblos existe el refranero, el tipo que encarna los dichos como ninguno. Robles era ese. Cuando detectaba a un mezquino soltaba. "Es más agarrado que puerta de submarino y que vieja en moto". Ante las supuestas virtudes santificadas de una dama local soltaba: "Más manoseada que molinete de tren". "Es más desagradable que la vidriera de una ortopedia", ante un tipo fiero. "Es más desubicado que pickle en pan dulce y que torta frita en fiesta de quince", ante un torpe. "Es más difícil que depilar al hombre lobo o que embarazar a una Barbie o que hacer gárgaras con talco o que limpiarse el culo con papel picado o pellizcar un vidrio", ante una contrariedad. Cuando la salud se le fue y la muerte se lo llevó, sus amigos compungidos pusieron un cartelito a los pies del ataúd como preciado homenaje: "Morirse es más feo que Lanata en portaligas".
El amigo, víctima de los subtes, el tráfico y los pesares ciudadanos en Buenos Aires pidió refugio en el campito aislado de su amigo. Pero nadie sabe bien por qué pero a los diez días huyó hacia su madriguera de edificios. Al tiempo se supo reprodujo la frase de Woody Allen acerca de la tan mentada tranquilidad de la campiña: "El ruido que hacen los grillos me pone muy nervioso".
Por la zona que bordea al océano, pero no se ve, solo se lo resiente en el aire llámese Madariaga, General Conesa, Magdalena, la niebla en ciertas épocas del año es una cortina fantasmal que asusta a la carretera y agobia los faros de los autos que pugnan por librarse de esa manta siniestra. "Son las almas de todos los indios asesinados en pos de lo que dieron en llamar Patria", deduce el estudiante llevado por el camionero en plena noche, quien cabecea afirmando, mientras repasa con el rabillo del ojo al pibe que ha hablado con una certeza poética que el tipo entiende pero que no puede explicar.
Es gordo de panza hinchada y huesos flacos. Anda en alpargatas y se viste a lo gaucho pero cool. Es el gracioso del pueblo, con sus cinco mil hectáreas jugosas en dividendos. Por ello se permite holagazanear y chanzear con todos. Hace precios sobre el "precio sostén" aludiendo a las tetas de su esposa; "los valores en alza" lo transforma en gente que ronda la época de celo; y el cepo para él es la tranquera donde la ex Presidenta pastorea en el retiro. Se ríe y ríe como un toro drogado a cuerda. Mira a veces el horizonte y se solaza en que cada vez acumulará más semillas y se liberará del yugo de las retenciones. Por eso es que en las esquina del pueblo, se pregunta y les pregunta los que tienen una nada comparado con lo suyo y se sorprende del "porque andan siempre con las caras largas y no saben vivir", entre risotadas. El otro día el diariero le cumplió con la respuesta. "Cristina incluyó a todos pero debería de haber incluído a los pelotudos como vos así no votaban para el culo, como lo hicieron". El gordo se ríe un poco y contesta que es malo que el hombre ande amargado por nada.
Arroyo de la Nutria Mansa, del Chancho, de las Garzas, de Los Patos, del Pescado. El pibe veía pasar las señales del camino y se ensoñaba como Alicia en al País de las Maravillas. Cuando detectó el anuncio que proclamaba Arroyo Seco y alcanzó a entrever un borbollón pujante de agua que atravesaba casi rozando la panza del puente dedujo que la geografía era una materia elástica y que alguien en ese cartografía mutante estaba mintiendo. Se maravilló porque de ahí en más todo sería relativo, como la felicidad, las órdenes, el amor y las obligaciones. Empezaba a entender lo resbaloso del mundo y eso lo tranquilizaba.
Lejos de lo relatos borgianos de cuchillos y duelos criollos ella se preguntó cómo sería la muerte bajo esta estrellas de la cruz del sur, sola ante el Fin, sin más arma que el coraje, el hierro entrando en la carne propia o ajena. Se metió bajo las cobijas de su cama en aquella Reserva Forestal dispuesta a soñar con con indiadas y peones malevos antes que con cruzados reyes y caballeros. Esta era su tierra y sobre los huesos de sus muertos ella estaba empezando a dormirse. Rezó un padre nuestro por todos ellos y cerró lo ojos. Cerca chilló una lechuza.
[email protected]