CONTRATAPA
› Por Víctor Maini
Inexplicablemente, no derramé ni una lágrima en el velorio de mi padre. Las miradas de mi madre y hermana me siguieron de cerca un tiempo, temiendo efectos colaterales. Pude iniciar el duelo un domingo por la tarde, entre papeles picados, bombos y cánticos desafinados, quebrándome en llanto en la misma tribuna popular a la que alguna vez el muerto, me supo llevar sentado sobre sus hombros. Gloriosos años aquellos, coronados por campeonatos y la vuelta de Perón. Dos cosas que mi viejo siempre anheló pero que en su final descreía. "¡Siempre nos van a afanar. Los porteños nunca nos van a dejar salir campeones!". "Si en el '64 lo dejaron llegar hasta un aeropuerto brasileño..., ahora le derriban el avión en el Atlántico ¡Quedate bien tranquilo!" Frases hechas con las que cerraba toda discusión sobre ambos temas, nacidas -tal vez- en su más profundo cansancio. Siempre sentí una sana envidia por las conversaciones sobre política que tenía con mi tío Santiago. Algo indescifrable parecía hermanarlos mucho más que la sangre misma. Se excitaban recordando planes quinquenales, tercera posición, comunidades organizadas, el ABC, Getulio Vargas, Ibañez, YPF, soberanía, independencia, justicia social. Los 17 de Octubre terminaban cantando abrazados la marcha junto a Hugo del Carril con las persianas bajas. Imposibles transmitir vivencias. Más bien parecía el relato de un cuento del pasado, irrepetible, con un líder que surgía cada doscientos años y el de una mujer que había roto el molde al nacer. Jamás alguien con tantos ovarios para enfrentar a una oligarquía vernácula que solía divertirse hablando de revoluciones lejanas, pero destilaba odio contra quienes se animaban a mover un ápice la pirámide social nativa. Aquella melancolía expresa, tal vez era una forma de ocultar lo deseado. Nunca supieron que me transmitieron lo misterioso, lo emocional, lo que no se explica en teorías universitarias y junto a esa esencia, la certeza de saber que alguna vez se había podido. Fue aquella magia heredada la que me alejó de los planteos pesimistas e inteligentes de pseudointelectuales, la que me ayudó a resistir en el túnel de muertes, desapariciones, perversiones, mentiras, traiciones, entregas y por la que volví a insistir en movimientos populares, democráticos, esperando el momento de intentarlo nuevamente. Juro que no los vi venir. Alguien habló sobre "las hendijas de la Historia". Los grandes sueños no sólo no mueren, también enamoran rápidamente. La Historia no se repite, se mejora, se actualiza, se perfecciona. Doce años haciendo y diciendo. Formando conciencia. Dándole un sentido a la vida en comunidad. Doce años llenos de Mercosur, Chávez. Lula, YPF, Aerolíneas, educación pública, mercado interno, industrialización, desendeudamiento. Doce años que me obligaron a agradecer en otra Plaza histórica. Otra vez el mismo hechizo me hizo llorar como un chico. Pero esta vez no fue en señal de duelo, más bien viví la resurrección de mi viejo, de mi tío, junto a todos los muertos por el mismo sueño inmortal, que vuelve una y otra vez, contra todos los pronósticos, como volveremos nosotros.
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