CONTRATAPA
› Por Dahiana Belfiori
A Mimí, por lo que olvida.
A Gladys, por lo que recuerda.
A ambas, por la memoria compartida.
Recordar se dice de muchos modos. Olvidar también. Mimí entró tarareando a la habitación demasiado arreglada en la que Gladys, su madre de 76 años, pasaba la mayor parte del día desde que fue perdiendo la memoria. La hermana de Mimí se había empeñado en pintar la casa con colores claros, sacar muebles viejos, hacer espacio. Darle otro aire, decía entusiasmada mientras un desfile de pintores y albañiles revolvía la casa materna. A Mimí le importaba más que su madre pudiera reconocer algo de aquella casa una vez terminada la faena, que un blanco más o menos blanco sobre las paredes. Ese día la pieza estaba más luminosa que de costumbre. El sol entraba de lleno y posaba su lengua cálida sobre la frazada. Desde la cama, Gladys miraba más allá de la ventana, fijamente, como añorando su querido cerro salteño, que a pesar de estar, se escondía tras el patio lleno de frutales y los patios de otras casas del barrio, ocultándose de su vista. ¿Usted viene por el mismo problema que yo?, preguntó súbitamente Gladys, dejándole a Mimí el tarareo a medio camino entre el silencio y el asombro. Y sin esperar respuesta continuó: A mí no me gusta hacer esto, pero tengo dos hijas chiquitas y no me puedo hacer cargo de nadie más. Este médico me conoce, sabe que yo le voy a pagar, hace dos meses que me ha dicho que junte la plata y no la puedo juntar, yo quiero que me lo haga porque este chico ya va a nacer vivo.
"¿La pérdida de la memoria es una metáfora?", se pregunta Julieta, la personaje principal en la novela "Lengua madre" de María Teresa Andruetto. Ella busca la respuesta en los fragmentos del discurso construido por otras. Otras, así, en femenino y adrede. Otras que son la abuela, la madre, ella misma en la lengua de sus recuerdos. Y de sus olvidos. La ilusión de continuidad entre lo que Julieta recuerda y lo que olvida se inscribe en la narración de un rastreo apasionado por asir algo de esa lengua que entrelaza la historia personal con la historia colectiva para volverla propia. Arrebatada de la lengua, que es como decir de su madre, construye una posible memoria, repone unos recuerdos, repara en la doble significación de "detenerse en" y "remendar" olvidos; se repara a sí misma. Mimí, como Julieta, se fue acostumbrando a lidiar con las ausencias de su madre. El recuerdo irrumpe y Gladys confunde a Mimí con alguien como ella, en su misma situación, en ¿una sala de espera? La propia habitación convertida en aquella sala de espera del hospital donde trabajaba como enfermera ad honorem hace más de cuarenta años. La pérdida de la memoria aquí es como una metáfora, un desplazamiento del sentido... ¿desde qué?, ¿hacia qué?
No se sienta mal, todas las mujeres abortamos, le dijo Mimí sin dudarlo. Hace años que acompaña a mujeres a abortar. Incluso en la adolescencia cuando su madre se iba a trabajar y sin que se enterara, ofrecía su casa a la comadrona del barrio para darles una mano. Quédese tranquila, acá la vamos a socorrer, somos un grupo de mujeres que ayudamos a otras a abortar con pastillas, continuó Mimí. Mientras hablaba, Gladys iba tranquilizándose. Justo antes de cerrar los ojos dijo: Sí, todas abortamos... qué bueno que existan. El sueño profundo y plácido de Gladys acompañó las lágrimas silenciosas de Mimí durante un par de horas. La hija remienda y se detiene en el dolor, con forma de recuerdo, de su propia madre que no la reconoce. "Recordar todo/ olvidar todo", murmura otra de las personajes de "Lengua madre" aferrada a la foto de un amor ido. Recordar para sanar, olvidar para seguir viviendo. Y volver a recordar.
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