Viernes, 25 de marzo de 2016 | Hoy
Por Manuel Quaranta
Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. No es extraño que el tiempo haya confundido las que alguna vez me representaron con las que fueron símbolos de la suerte de quien me acompañó tantos siglos. Yo he sido Homero; en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve, seré todos: estaré muerto.
Jorge Luis Borges, "El inmortal"
Parafraseo, en el comienzo, a Oscar Masotta: soy un nudo de obsesiones que yo no he puesto en mí. Soy, un nudo, de, obsesiones, que, yo, no, he, puesto, en, mí. De ese nudo que sólo puede desatarse (hermosa fantasía) mediante el persistente trabajo literario voy a tomar dos puntas: la dictadura cívico-militar que gobernó la Argentina durante siete años y el apellido que me tocó en suerte. Empiezo, espero, por lo más fácil: Quaranta significa cuarenta en italiano. ¿Cuarenta qué? Cuando era chico, cada vez que en la escuela tomaban asistencia, después de nombrarme, un coro anónimo de voces proseguía la progresión: cinquanta, sessanta, settanta, etc.; cuarenta. Incluso,desde hace tiempo,mi ansiosa obsesión suele arrastrarme hacia el futuro: llevar el apellido Quaranta (algunos menos generosos pretenden corregir el verbo: ¿deshonrar?, ¿ultrajar?) y cumplir, exacta, esa edad. Sin embargo para eso falta,pero no falta para el cuadragésimo aniversario de la más invariable de mis obsesiones (aclaración: no soy hijo de desaparecidos, tuve, como cualquiera, ciertas dudas sobre mi procedencia que de inmediato se diluyeron, aunque sí me considero hijo de la dictadura, y por eso soy incapaz de poner entre paréntesis varias preguntas. ¿Qué hacían? ¿Quiénes eran? ¿Cómo fue que...? De esos días tenebrosos que no viví sólo sé, con cierto grado de exactitud, una cosa: el futuro esposo de mi tía, amigo de la familia, debía escaparse a España, y ese viaje aún hoy late presente y ausente entre la memoria imposible y el olvido brutal, conjunción rugosa que se presenta quizás tan problemática como la cuadratura del círculo). Justamente, la mezcla (propia de toda obsesión) de fechas, nombres, edades, historias, viajes hizo que rumiando este texto se produjera un lapsus que registré en mi cuaderno: "Tuve la confusión de creer que había nacido en 1976". Así iba a comenzar: "Nací en 1976", pero inmediatamente recordé que el año correcto era 1979. El 24 de junio de 1979, para mayor precisión; exactamente 173 días antes de que el presidente de facto Jorge Rafael Videla pronunciara, en una conferencia de prensa, ante la consulta de un periodista del diario Clarín, las célebres y lóbregas palabras: "Frente al desaparecido en tanto esté como tal, es una incógnita el desaparecido. Si el hombre apareciera tendría un tratamiento X. Si la aparición se convirtiera en certeza de su fallecimiento, tiene un tratamiento Z. Pero mientras sea desaparecido, no puede tener un tratamiento especial [...] Es un desaparecido, no tiene entidad. No está ni muerto ni vivo, está desaparecido... Frente a eso no podemos hacer nada".El discurso de Videla, en medio de la destrucción planificada (cuyas consecuencias políticas, sociales, económicas e ideológicas aún hoy somos incapaces de dimensionar) resulta paradójico, puesabreuna interrogación donde existía una fuerte certeza: el desaparecido es un muerto al que denomina incógnita, es una incógnita que introduce en la muerte, acción que lo transforma en una suerte de Sócrates maestro del horror. O sea, Videla impide morir al desaparecido, lo retiene,inmóvil, en su discurso, lo envuelve en la maraña de la palabras, lo estructura como una pregunta y logra así que su muerte sea imposible: de algún modo lo condena a una especie salvaje de inmortalidad (condición la del inmortal que al parecer siempre busca revertirse; recordemos el cuento de Jorge Luis Borges: "Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal" y por eso en el siglo X, los inmortales se dispersan en busca del río que los libere de su condición; el 4 de octubre de 1921 lo encuentran y descubren que es posible curar su maldición en esas aguas), así introduce,con esa suspensión indefinida de la muerte, otro capítulo a la tortura perpetrada por su ejército, pero al mismo tiempo esa imposibilidad es la que permite, cuarenta años después, seguir con la vista fija, mantener, firme, la obsesión. Porque una obsesión se combate con otra. Y por eso Videla se equivoca cuando confiesa: "Frente a eso no podemos hacer nada". Ellos, antes, no podían, o no querían, hacer, como dijo, nada, pero nosotros ahora podemos, podemos buscar, pensar, proyectar, sentir frente al desaparecido, podemos hacer infinitas elucubraciones por esa condición que se le niega, por ese interrogante que se le dibuja en sus entrañas. Dice Oscar Terán: "Es el llamado proceso, que se cifra en la figura del desaparecido. Ese fenómeno monstruoso se ha condensado en Argentina de un modo tan excepcional que no han aparecido formas de representarlo para poder tramitar esa experiencia". La intervención del filósofo es de 1999, en una charla abierta sobre literatura y política entre Juan José Saer y Ricardo Piglia (en una ponencia presentada en 2005 Piglia rememora una historia que circulaba durante el proceso: alguien cuenta que alguien le había contado que alguien en una estación de ferrocarril del suburbio, al amanecer, había visto un tren de carga, lento, interminable, lleno de ataúdes; la historia, claro, alude a la dictadura, pero se vuelve paradójica porque el procedimiento de los genocidas era la desaparición forzada de los cuerpos, por lo tanto no había féretros ni cadáveres; el mejor ejemplo de esta dialéctica sanguinaria es el poema de Néstor Perlongher "Cadáveres", hay cadáveres: no hay cadáveres); en aquella época faltaban algunos años para que, a mi entender, una película lograra tramitar la experiencia: Los rubios. De Albertina Carri. Hija de desaparecidos. Obsesionada con su identidad, con la fragmentación de la memoria, con su familia, con sus preguntas presentes y pasadas: ¿Quiénes fueron mis padres? ¿Quién soy yo? ¿Quién dice que la memoria tiene el deber de recordar? Las respuestas no son fáciles de aceptar y al mismo tiempo me resisto a admitir que este texto se me está yendo de las manos con tanto paréntesis y tanta referencia cruzada, como se nos van, en general, de las manos, las obsesiones. Por eso creo que llegó el momento de cerrar con un breve fragmento del Maurice Blanchot que, tal vez, agregue más oscuridad a la cuestión: "La muerte es lejanía, es el gran castillo que no se puede alcanzar, y la vida era lejanía, el lugar natal que se ha dejado por un llamado falso; ahora sólo queda luchar, trabajar para morir por completo, pero luchar es seguir viviendo; y todo lo que aproxima a la meta hace la meta inaccesible".
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