Lunes, 25 de septiembre de 2006 | Hoy
Por Sonia Catela
Cuando Molly la emprendió a dentelladas contra su bragueta, Fred arremetió (con ella a horcajadas cumpliendo su misión), por el pasillo del hotel mientras controlaba en sus zapatillas Nique la velocidad desarrollada (140 kilómetros por hora) y que cayera lo que tuviera que caer a su paso (el dressoir espejado, la lámpara de yeso del Apolo griego) porque nada iba a detener su american pasión de american boy mientras metía mano en las siliconas pectorales de Molly, (norma ISO 9000) sosteniéndola entre sus piernas con el salto canguro en el que se había entrenado con las clases prácticas de la Ci Ai Ei en el canal 245, que cayera lo que tuviera que caer así el carrito con vituallas que arrastraba la mucama puertoriqueña hacia una suite vecina y la puertoriqueña misma dejando ver muslos, bragas y cicatrices de parto, así la puerta de su propia habitación, volteada en combate bajo la patada de Fred, quien, sacando la navaja que llevaba a punto por si se tropezaba con Bin Laden o algún gay en los toilettes públicos de Manhattan, hizo saltar de un limpio golpe de hoja los breteles del corpiño de Molly: "beibi, sos un meteoro, nunca conocí a nadie como vos" y al toque, bajando la cuchilla a la cintura de ella, luego, por las caderas y más y más, barrió las costuras del apretado pantalón jean diez talles menos que hace tan sensual a Molly, mientras ella le despellejaba el lóbulo de la oreja de Fred esperando el paso a la etapa dos de la operación Tormenta en el Desierto, taladros penetrando, "tócala otra vez, Sam" dijo Fred enjugándose un poco de sangre que le brotaba del ombligo (dientes poderosos los de su partenaire) y tumbaban la mesa ratona de cristal, atropellaban dos sillas, volaban cinco botellones del bar, caían sobre la mesa de la suite desbordante de mayonesa y papas fritas que había ordenado Fred ignorando que el amor lo esperaba en el lobby, a manotazos barrieron vajilla y platillos de su opulencia americana de american boys; se abotonaron, se flagelaron, amasaron, revolcaron, rodaron, irguieron, quince flexiones un/dos un/dos para tomar aire, se mordieron, se desgarraron, rasgaron, se masacraron, fumaron, descansaron, y cuando testearon los detectores personales de terroristas que llevan desde el 11 de setiembre, los de ambos repicaron el mismo ring tone, la propia voz de Georgie Bush cantando el himno al dólar: "in god we trust"; entonces se supieron almas gemelas, después vendría la factura del hotel por los daños ocasionados, que pagaron sin rechistar: los agujeros en la pared que ocasionaron los disparos con que Fred celebró el tercer orgasmo, los caireles enviados a la estratosfera cuando se levantaron para gritar como osos en celo, la pantalla tridimensional de TV pulverizada por un nalgazo de Molly, las demandas de los vecinos del cuarto por sueño interruptus, las sábanas quemadas por el encendedor de Molly, "amémonos entre fuego, recreemos Afganistán, beibi" nada del otro mundo, sos un chico malo, elásticos desmoronados, sofás reventados que no pueden detener el amor en este free country ni aguantar el peso americano del amor, 180 kilos de Fred, 133 de Molly, cebados a base de la mejor fast food nacional que ya llamo al servicio de habitación y ordeno dos docenas de hamburguesas y quince cocas para reponer el sudor perdido.
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