Mar 12.07.2016
rosario

CONTRATAPA

Velas

› Por Sonia Catela*

Quizá se trate de que Cáceres los toma como ratones de algún experimento, o tal vez se le descosió el saco de sus caprichos cuando ordena: --Mañana véngase con velas a la clase.

Siglo XX cambalache, siglo XXI ¿medioevo?

Iluminarse con cirios en la universidad, vaya, pero sigámosle el juego para ver qué se trae entre manos nuestro colega ingeniero.

Ambos, Julio y Claudio, se acomodan en el mismo podio junto al profesor, colegas, aunque no pasen de alumnos y el otro sea catedrático del postgrado, pero, trío de ingenieros al fin.

Tampoco es cuestión de que el compañero de cuarto de repente enloquezca y le toquetee los glúteos a Julio, ¿qué llovió anoche, un aguacero colectivo de locura? El ultrajado devuelve una trompada que él otro alcanza a frenar: este se explica: -¿No entendés? Representaba una metáfora de lo que pretende de nosotros Cáceres, "el arrogante": manosearnos.

Julio refunfuña, juego de manos...

Y llevan cirios a la clase nocturna de la Universidad para ver qué maquina el profesor, mientras las manos de los asistentes sentados se pasan en la oscuridad un periódico que alumbran con encendedores, este diario maúlla y muerde con sus titulares ¿serán así las cosas, a ese punto hemos llegado? ¿Velas?

Ya Cáceres, desde su escritorio, indica: --Procedan.

Encienden los tubos de glicerina como les enseñaron sus viejos, las vuelven boca abajo para que escurran el líquido que vierten, y las refriegan sobre los pupitres con el fin de pegarlas sobre la madera cuando cuaje el fluido. Un par de estudiantes se las clavan encima de su palma izquierda.

--Ya creado está el ambiente para nuestra santa misa -ironiza Claudio.

Candelas titilando en la noche.

Cáceres menea la cabeza. Saca una linterna. La apunta hacia el pizarrón, donde dispone números y signos. --Van a resolver esta integral, señores. Tienen diez minutos a partir de ahora- controla y vigila el reloj bajo su foquito. Pero su voz trepada a un alto tobogán resbala y se cae a toda velocidad rompiéndose en fragmentos amargados. Clase con velas. Ajuste.

Esta Universidad no puede pagar la luz. Por rencores políticos es discriminada y las autoridades demoran el envío de fondos que le corresponde según el presupuesto. Esta Universidad se queda en tinieblas. Le suspenden el servicio eléctrico hasta tanto regularice la situación de facturas no saldadas.

--¿Y ahora cuál serán las novedades? ¿Acaso habrá que mover los aparatos que usamos y hacer que anden encendiendo un fósforo? -grita uno de los estudiantes.

Las protestas se expanden. --¿Deberemos colgarnos de la luz como hacen los pobres y marginados a los que íbamos a rescatar? ¿No alardeábamos de cómo cambiaríamos este estado de cosas?

Un silencio total se desploma sobre la clase, estrella su estrépito contra cada oído. Ninguno de los presentes escribe, ni hace caso a la integral o los diez minutos de plazo para resolverla.

Cáceres, de pie, embalsamado.

Y ya que se hallan en misa, a prosternarse y suplicar perdón. Julio alza su cirio en lo alto y marcha hacia el escritorio arrastrándose sobre sus rodillas. --Perdón -grita con ira batiendo el brazo libre contra los mosaicos.

Pero cae encima del auditorio un nuevo telón: El "basta" desciende de Ana. --Resistir es buscar soluciones, dispara.

--¿Solucionar algo ante oídos sordos?

--Generadores...Tenemos que fabricarlos, señores ingenieros- apunta Camilo.

--¡Eso! Busquemos estrategias- adhiere Marcos.

--Yo tengo un tío que dirige la parte técnica de la Empresa de Energía. Puede asesorarnos...

--¡De acuerdo! ¡Busquemos posibilidades en la tecnología! Juntémonos con los profes y esa gente de la EPE para analizarlas.

--¡Resistiremos!- se apoya por unanimidad.

--Pero resistir pasa por otras esquinas -señala el índice de Julio-. Por la lucha, compañeros.

--¿Qué decís?

--Lo que ustedes proponen es infantil. Debemos voltear un par de torres de transmisión de la energía eléctrica, se aflojan los angulares que las sostienen, y apártense, ¡caen! Se hizo en Argentina en 1992, 1993 y en el '94. Cuando las torres se desploman, una ciudad entera se queda sin luz. Entonces, los que nos tienen friéndonos en su sartén, entenderán por dónde pasa la cosa.

--Para nada. Autoabastecerse con generadores es la solución de base.

--Claro. Como si tuviéramos autonomía económica para encarar eso...

No. Sí.

Disenso. Puños en alto.

El cisma los secciona, unos se empecinan con las estrategias técnicas. Otros, en los sabotajes.

--¿Su opinión al respecto, ingeniero Cáceres?

Sin palabras, algo le enciende a Cáceres una dudosa pero sonrisa al fin, y mientras se espanta los gritos como a mosquitos que zumban y clavan sus aguijones, da su asentimiento a ambas facciones, cabeza que gira como un péndulo, en sus "sí, sí"; sus "podremos", sus "lo intentaremos", sus "nunca se sabe". Y se distancia: --Sufraguen, decidan, y organícense. Mañana nos reunimos.

La votación con papeles manuscritos se acaba en un santiamén. Pero los que pierden por pocos sufragios se niegan a aceptar el resultado. Cada bando se empecina en su postura.

--¡Y traemos velas! -golpean sus manos contra los bancos y acomodan sus carpetas para acometer la resolución de las integrales, del mismo modo con el que, mañana, buscarán zanjar la fractura que los divide y coincidir en una estrategia para subsistir. Dos posiciones. Dos tajadas de la misma carne. Cara y cruz de una moneda. El ingeniero se coloca el sobretodo. Recomienda: --Señores: no se olviden de traer las velas.

Ellos discuten. Buscarán respuestas. No será una. Cada grupo lo intentará a su manera. En remolinos se repliegan, se dispersan. "No nos vencerán", porfía Claudio y un coro machaca al unísono ese "no". Unánime negativa que los une en este momento quizá volátil, quizá instante que se prolonga en horas, semanas, y se vuelve tiempo. Quizá.

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