Viernes, 3 de noviembre de 2006 | Hoy
Por Beatriz G. Suárez *
Córdoba y los asuntos joviales. Un bar, un baño, un país. Oigo el murmullo del castellano en bocas nativas, va y viene, mejor dicho sube y baja, esdrújulas empeñadas en ser graves y, empinadas, las palabras largas parecen otras. Habitantes con pedigrí. Los signos de pregunta estiran la vida, admiraciones bárbaras en cada transeúnte, cabecitas populistas del dieciocho; el diccionario afectado también por el cuarteto, un llamado de Jardín Florido con el etéreo predicado del caballero de ley. Calle Nueve de julio esquina Rivera Indarte, etcétera.
Aquí, sola y viajera, decir Argentina sirve, busco estacas donde atarme. No está La Capital ni las plazas, ni el olor a Terminal. No. Ni Echesortu. Solo el idioma, sustantivos vuelto locos, verbos cantados, re sostenido, consonantes gritadas como himnos al viento de las sierras, a los yuyales en gremio.
Córdoba. Aquí descubrieron lo que tenía mi hermana, aquí se descompuso como un meteorito y llevó al hospital los restos de sí misma, los mismos que de ella tengo perdida en una enfermedad, en un impedimento, no sé. Ahora en esta isla de memoria que la contiene y llora, ella que en vez de exhalar el aire lo sufrió.
Aquí pasábamos algunas vacaciones mientras reíamos de tanto razonamiento con orquesta comenzados en Canals o La Carlota.
Córdoba era chica y yo también y el tamaño de ahora se desajusta una y otra vez a la vida. Que va a ser.
Acá al lado hay, no obstante, varias mesas, parecen sucursales de Rosario, una de señoras exquisitas por el sábado, otra de recién casados con carritos y lloros de bebés ricos, imagen de cuerpos alimentados con alta gracia. Más allá tres amigos comentan un gol malo y en otras hay propuestas para el sol y la ensalada.
El chamuyo musical es lo distinto pero estamos tocados por las grandes incógnitas.
Pasan taxis verdes, lo único, y en un vaso de soda ahogo la honda extrañeza de mi casa a lo lejos, ese cemento que es prologo de perdones por haber disfrutado lo prohibido.
Todo intangible y real como un amor, todo en la supremacía de la distancia.
¿A qué vine? También ¿a qué vuelvo y porqué? Y lo peor ¿por quién o quienes?
Vienen los cerros a suplantar botes, el espinillo al espinel; extranjera querría salir corriendo y perderme en un mundo, sacar documentos universales y hacer un viaje con destino incierto, partir de estos cerritos turbulentos que se ven a lo lejos.
Córdoba, como una obra organizada, cortada en secciones, la colonial, la deseada. Realza estas ideas solteras.
Pasa gente supuestamente loca como allá, enferma de adoquines que solo puedo oler.
Sin amigos ni parientes es difícil pensarme, sin embargo este extravío roza lo mas concreto de la masa.
Un día en Córdoba, la fracción de una vida infinitesimal transcurrida escuchando el habla en balsa.
Y aunque se que la luna es común, y la noche, quiero fervientemente ver mi calle, mis pequeños fracasos cotidianos y que lo cordobés quedara como tema de un eventual concurso.
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