CONTRATAPA
› Por Sonia Catela
Es como si cada vez te llegara el relato de una noche de amor vivida por tu mujer con otro, un mensaje erótico con la propia firma del protagonista, Rafael. No lográs que se integre a la rutina y desaparezca, (como el bache de la otra cuadra o los muertos en Irak), porque en cada ocasión teclea un coito diferente ya que el nombre, perfectamente tatuado en letra cursiva sobre la piel de Anita, "Rafael", a la altura de la última vértebra de su espalda, en el huesito dulce, lo enuncia, Rafael macho, cuando ella revolotea delante de la cama, o se desviste para meterse en la bañera, Rafael copulador, tercero de presencia virtual entre las sábanas, entrometido, "aquí estuve", banderita plantada y que no se puede quitar, me digo: "cuestión de tiempo; tarde o temprano te resultará indiferente", pero la sangre hierve, y si inadvertidamente mi mano roza esa zona, el tatuaje me quema como ácido, "¿te pasa algo que no te movés, Dante?", "me distraje, querida", "¿te desconcentrás en la cama?" se enchincha Anita y fuerzo mimos que puedan llevarnos a la ebullición precedente mientras tambaleo en el inframundo buscando convertir en cadáver a este Rafael de testículos presentes. No es que no sea tolerante, tampoco pretendo que Anita naciera recién al cruzarse conmigo, pero el tatuaje es una boca que se jacta, "aquí estoy", "hicimos todo, me la apreté así y asá". Francamente, esa etiqueta con su propio nombre, que Rafael habrá besado frecuentemente, es para mí terreno minado. Fin del mundo. The end.
En la cama, Anita se echa de bruces, y andá a pedirle que se lo borre, feminista como es, "de aquí en más, vos y yo; de lo anterior no me pidas rendiciones de cuentas", así empezó nuestra historia; se da vuelta y le beso los pelitos de la entrepierna, de donde salta para picarme un piojo ladilla, "Denis". Anita lleva escrito ese nombre, "Denis", en un lugar que no por nada la humanidad llama parte íntima, pero ¿qué es esta mujer? ¿una coleccionista de cueros cabelludos?, ¿una reducidora de falos disecados? "Volviste a enfriarte. Y ahora qué ¿Viste un fantasma?" se fastidia porque salto como un resorte y salgo de la cama, "más o menos eso",y agrego: "voy al baño, esperame que vuelvo en un minuto", sentado en el inodoro busco la luz al final del túnel: ¿por qué Denis se halla en la cancel de la fachada y Rafael en la entrada de servicio? ¿hay otros porteros custodiando pasos? Meado por gatos que demarcan su territorio, el cuerpo de Anita chilla y se burla "llegaste al final de la estación, viejo, te perdiste el viaje". ¿Y si acechan más transeúntes? Debe haber más; termino el lance sexual que no podría achacarse a un ardiente amante latino sino más bien a un perplejo debutante; aguanto hasta que Anita se duerme, busco la lupa de la secundaria y encuentro a Joaquín debajo de la curva del seno, donde la teta se apoya en el torso, a Martín en una arruga de la axila, y a Lucas en la flor del orificio anal. Para mí no queda lugar relevante, salvo el cerebro, máximo órgano sexual o premio consuelo, pero escondido en el cuero cabelludo ya se atrinchera Román, con versito y todo: la pasamos bien. Como mi chica respira por la boca, le reviso la lengua y ¡bingo! se aposenta allí el lascivo Luciano.
Conocí a Anita cuando vino a mi taller precisamente a hacerse un tatuaje: una tímida y diminuta flor entrelazada, en el bíceps, que asocié a una personalidad tierna y apocada; así me enamoré.
Con sigilo salgo del dormitorio y busco mis herramientas. Debido a mi oficio, que domino con destreza, induzco a Anita a un sopor de seminconsciencia que le permite verme y entender, pero que la deja inerte mientras, a lo largo y ancho de su cuerpo, tatúo prolijas bandas en distintas letras, arial, times new roman, tahoma, que van poniendo mi nombre, Dante, como bandera que la tapa por completo. Perdoname, Anita. Como sé que no lo hará, y como va cobrando fuerzas y debo huir aprisa, rubrico mi labor con un "oír es obedecer" que le saca chispas. Yo recibiré una demanda por abuso, sometimiento físico/moral y privación de libertad etc, pero ella deberá usar camisa de manga larga y pantalones de ahora en más. Y con lo que le gustan las minifaldas. ¿Me perdonás, Anita? ¿No?
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux