Domingo, 13 de mayo de 2007 | Hoy
Por Luis Novaresio
Uno: Para vos, para mí, al menos en esa época, Napoleón había detenido al Rey de España y entonces la noticia llegó en barco. Imaginate la vida sin Internet, me decís sin que te importe un bledo que estoy haciendo memoria y las interferencias con la realidad tan inmediata perturba. Es raro: A vos no te gusta que haga memoria. Decís que los recuerdos envejecen el presente y, sobre todo, alientan la creación de paraísos perdidos. Los únicos paraísos son los paraísos perdidos, citás al gran hombre de los laberintos, los espejos y los tigres. Sucede, te digo, que me invitaron a una escuela primaria para que hable de la revolución de Mayo. EGB, corregís con enojo, enseñanza general básica, explicás, y no primaria como en tu época. El odio a la memoria. Para nosotros, insisto, Napoleón pone preso al rey español y en Montevideo, después de un largo par de meses llega la noticia. Se filtra. A la orilla de enfrente llega mucho más rápido, te digo, sin saber que esa distancia nos separaría doscientos años después por una chimenea que contamina. No te interesa. Seguís meditando sobre la ausencia de Internet y el paso del tiempo necesario para cruzar el océano, sin motor moderno, para saber el destino de tu patria. Raro, decís. Los tiempos. Cuánto tiempo perdido, te parece. A mí me dan ganas de decirte que Internet ya corre por mis venas y soy portador feliz de ese virus. Pero también tengo ganas de decirte si no sería más noble esperar un buen rato, nada de inmediatez, para tomar decisiones importantes como las emancipaciones. Como en 1800. Macerar lo drástico, lo definitivo. Pero no te lo digo.
Después vino la gente, las calles y la plaza. Que el pueblo quiere saber, que nombremos una junta en nombre del preso don Fernando, que más vale la independencia, que las provincias deben ser llamadas, junta primera, junta grande, impuestos de las aduanas porteñas, curas pro realistas y sacerdotes independentistas. Nuestro 25 de mayo, nuestra semana de mayo era un pulcro sendero minado con la pólvora de la independencia que iba quemando con prolijidad y precisión necesaria para que Astolfi pudiera resumirlo en dos carillas. Así lo aprendimos. Así era. Y voy entonces a una escuela primera, EGB, sabrás disculpar, para contar lo que implica la gesta de French, Berutti, Cornelio y mi siempre admirado Mariano Moreno.
Me miraste pidiendo que tenga menos alegría y advirtiéndome que las expectativas de mi escuela no son las de los que las habitan hoy. Te advierto, te pude entender. No es para tanto, quise explicarte con mis ojos. Y vino la risa. La tuya, de quien sabe que al final le vas a dar la razón. La mía, la del heroico que pelea con onda y piedra al gigante incrédulo. Ya vas a ver, dijimos al unísono.
Dos: ¿Por qué el rey es rey? Cometí una gran torpeza. Lo reconozco. Entregarle a estas criaturas el derecho a preguntar lo que quieran sin antes hacer una exposición de mis ideas. No es que lo que uno creyese fuese a calmar las ganas de preguntar. Sucede que hasta el mismo tono de tu voz impone espacios de distancia o acercamiento y no deja ese vacío de la nada para que el resto la use como le plazca. Error. El niño de pelo rubio quería saber por qué el rey es (o era) rey. Intenté arrancar con la historia de los pueblos que se organizan de manera diferente eligiendo presidentes en algunos casos, primeros ministros en otros y reyes, los menos. ¿Y por qué Fernando era rey y no otro?, aprovecho el espacio de mi respiración agitada el crío. Porque, no embromemos. Un pibe de la primaria es un crío. Molesto, ya, pero crío al fin. Los que creen en los reyes suponen que los monarcas son elegidos por Dios para ejercer el difícil arte (dije "difícil arte") de gobernar. ¿Y vos creés eso? Silencio. No. No creo, pero...Yo tampoco, dijo Nahuel, así se llama la criatura, seguro padre y madre que piensa que un nombre mapuche es empezar a irse a vivir a La Angostura. Yo tampoco, dijo. Y lo que no entiendo es como acá no hicieron la revolución antes para sacar a un Fernando que decía que se podía ser rey porque lo quería Dios. Un bolazo, ¿no?
Tres: Mariano Moreno quería desear a lo grande. El iluminismo de este prócer tan poco citado pude entenderlo mucho más tarde cuando superé la anécdota de tanta agua para tanto fuego y entendí el hombre revolucionó al son de desear, desear sabiendo que se podía. Mariano Moreno había superado los designios de la Edad Media, se había rebelado al destino divino. Había leído del cambio en cabeza del hombre, del progreso por decisión del cerebro humano, de la necesidad de la insumisión por obra y gracia de nuestras manos. ¿Cómo decir esto a un grupo de chicos de escuela primaria que saben que te invitan a un aula para reflexionar sobre la semana de mayo por el solo hecho de trabajar en un medio de comunicación?
No esperé la pregunta. Uno aprende de sus errores. Y rapidito. Mariano Moreno, dije, deseaba deseos. No cosas. Me paré frente al banco de una morena morocha hermosa y le pregunté yo. ¿Qué deseás? Fue primero el susto. Siempre, el silencio. Y entonces le pregunté a otro y a otro qué deseban. El mismo hereje que discutió si un Rey podía salir de la elección interna organizada por Dios me dijo: Yo deseo ser grande. Ahora.
Eso es Mariano Moreno, Nahuel. Eso era. Porque Moreno quería ser grande en un país que apenas si iba a la primaria a la que lo mandaban los españoles. Moreno quería poder elegir la escuela, el grado y los compañeros. Quería poder estudiar lo que le gustaba para compartirlo con sus familias más cercanas. Con los que vivían en este país. Casi no podía detenerme, te juro. LA mirada de treinta chicos, el silencio expectante de ellos, mi pasión. Moreno deseaba deseos. NO deseaba algo material (¡dame un sinónimo para chicos de primaria de tangible, por Dios!). Sino el deseo de que cada uno de los que viviera en esta patria pudiese desear en libertad lo que quisiera. Cada uno. Lo que quisiera. Cuando lo quisiera.
Y los pibes aplaudieron. Te juro.
Cuatro: Yo quiero hacer la revolución, me dijo una nena con anteojos. Del primer banco, claro, como a vos cuando te pusieron los marcos de pasta marrón y el apodo "cuatrojos". Me acerqué para darle un beso. Y fue justo entonces cuando me preguntó: ¿Contra quién tengo que revolucionarme, señor?
Ya sé. Vos me lo advertiste.
Cinco: La Asamblea Del año 13 sancionó con fuerza de ley las estrofas de Blas Parera y Vicente López y Planes como Himno nacional argentino. Fue un día como el de hoy, casi, hace doscientos años, casi.
Los pibes preguntan qué es la gesta de mayo. Cuál es nuestra revolución. Y alguno me dice. Mi viejo se revoluciona (¿se rebela?) este año y dice que no piensa ir a votar en ninguna de las elecciones. Le digo al chico que no hace bien, que lo convenza para que vaya, y que le pregunte si no le puede enseñar cómo se vota.
Y se fue. Antes de despedirme, lo corrí y le regalé un ejemplar del Plan de Operaciones que compré en una feria de viejo hace mucho. "La verdad es el signo más característico del hombre de bien; la resignación, el honor y la grandeza de ánimo en las arduas empresas, son las señales más evidentes de un corazón virtuoso, verdadero amante de la libertad de su patria; tales son los principios que me he propuesto seguir para desenvolver el cúmulo de reflexiones que me han parecido más conducentes para la salvación de la patria en el presente plan, sin que preocupación alguna política sea capaz de trastornar ni torcer la rectitud de mi carácter y responsabilidad".
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