Jue 17.05.2007
rosario

CONTRATAPA

Fragmentos

› Por Miriam Cairo *

ALMA

Cuántas veces te soñé, alargada, con los ojos llenos de arena y de prisa en la opacidad de mis noches. Soñarte es el fermento de mi latido. En sueños te envuelvo con los ritos a los que siempre vuelvo: mi pie derecho apoyado sobre tu pecho izquierdo. Mi pie izquierdo hundiéndose en tu pecho diestro. El látex entrando y saliendo por uno y otro corredor templado, provocando el imprescindible atontamiento. Pero dejemos de lado el detalle escandaloso de nuestros hábitos. Te sueño porque en el soñar no hay espacio para el alma sufridora. Sus relieves fulguran baboseados y en el remolino de su cueva penetran dedos, saliva, ideas. Algunas de ellas son exactas. Esto se refleja en la roja hinchazón de su morada. El alma puede acabar de pie, puede acabar sin aire, puede acabar en la noche o su costado.

Soñarte es mi alimento. Es mi modo de llegar a la abierta magnitud de tus brazos. Y el alma colabora. El alma se entrega. El alma se abre, suda, burbujea, retumba. Como una dulce flor de carbón exhala su perfume implacable. Y se toca, se retuerce, corre como loca por las arterias ausentes. Un resplandor fugaz sobre la tierra funda la noche entre las noches y tiende el puente que atraviesa la dicha. ¿Dónde sino al centro de tu corazón iría a parar el tesonero gemido de mi alma?

CORAZON

Yo vuelo. Bendigo el interior de tus sueños. Pongo en marcha las alas y vuelo. Vuelo para irme más allá del espacio disponible pero me llevo tu boca que muerde. Tus manos que aprietan.

Me multiplico en vuelos. Siembro la espiga del pan. Corto la línea del tiempo. Hablo en nombre de todos los que aman. Me adelanto a decir que tu alma no está muerta. Que tu cuerpo no está lejos. Abandono todo dolor para instalarme en un nivel más hondo que los recuerdos.

Te nombro para que entres en mí. Te abro los caminos de un corazón sereno, que no brinca demencial pero que no está anestesiado. Al nombrarte ofrezco el corazón turgente. El corazón de giros mansos. El corazón que marca en la memoria el latido y la sed que abarca toda el agua.

Te nombro sin imperativos, sin acumulación, sin carga. Te nombro por sobre todos los nombres. Te llamo desde el fondo de mi historia, serenamente, suavemente. No con un grito. No con un alarido de desesperación sino con la dulzura de todas las mujeres que llaman, de todas las mujeres que no lloran sino que aman. Con cada palabra que escribo te llamo. Cuando miro alrededor, te llamo. Cuando estoy quieta y cuando vuelo te llamo. ¿Estás aquí?, pregunto. ¿Pronto estarás aquí? El silencio es la respuesta que te nombra. Tu nombre se extiende, se despliega soberano de mi prioridad. Y tu recuerdo se vuelve un aire ardiente que entra por la ventana. Un aire que derrite el temor.

PREFERENCIA

Si vos no tuvieras el poder de preferir mis atrocidades de otras, no te sería dado establecer la diferencia entre un zaguán y una caverna, y por lo tanto, yo no sería espeluznante. Esa incapacidad de deducción te pondría a salvo de mí y te verías como un cachorro de caniche toy a los pies de cualquier verdad irrebatible. Para tu intranquilidad confieso que no consigo detener el vértigo ni la tundra cenagosa de lo real. Pero aunque no tengo rabo, puedo mover mi atrás alegremente cuando tu humanidad despierta mi animalidad.

Nuestra verdad no es el arma al costado del camino. No tiene una boca imponente, no resuena como un bramido rodante por la avenida. No se te pega como chicle en el zapato, no sube al piso doce en un ascensor que te lleva hasta las lágrimas. No cena en la más absoluta soledad de tu mesa. Nuestra verdad no despierta con cara de aburrimiento, no luce un prendedor de alfileres, no se peina con desgano ante el espejo, no quiere las llaves de tu casa.

A diferencia de otras, esta verdad olvida sus catástrofes. Te nombra la dulzura esperada. Te abarca como un mordisco que se traga la noche. Te demuestra que si vos no tuvieras el poder de preferir la hendidura de mi alma, yo no tendría interés por volverme riesgosa, expuesta, zozobrada.

Las cosas muertas empobrecen todo entusiasmo legítimo. Si no tuvieras el poder de acalambrarte fervientemente, si no fueras hijo predilecto de la convulsión, yo permanecería quieta y silenciosa como una almohada. ¿A quién daría de comer los insolentes bocados de mi sexo?

Sé que a veces corremos a una velocidad que desbarranca. A veces, no querés soltar la mordedura, a veces un pez dorado nos devora, a veces provocamos violentos espumarajos, cataclismos, derrames y sudores. Pero también sé que puedo tenderme en forma de arena y entibiar los pies de quien me ama. Puedo nombrarte con esa ilusión escapada de donde estaba bien sujeta. Y sobre todo sé que me gusta la continuidad, pero prefiero nuestros fragmentos a construir una permanencia frígida y ácida.

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