Sábado, 12 de noviembre de 2005 | Hoy
Por Gary Vila Ortiz
Hacia 1932, Paul Valery se propuso evocar, ante cierta audiencia y sus lectores, "El desorden que vivimos". Y procuraba mostrar la reacción del espíritu que observa (observaba deberíamos decir hoy) este desorden. Pero la imagen de un caos es un caos. Eso era válido para 1932, es válido para este 2005. "Jamás, decía Valery, una transformación tan profunda y tan rápida, la tierra enteramente reconocida, explorada, casi diría enteramente apropiada; los acontecimientos mas lejanos conocidos en el instante mismo; muestras ideas y nuestros poderes sobre la materia y el tiempo, sobre el espacio, concebidos y utilizados de modo muy distinto de cómo lo fueron antes de nosotros. (...) ... pienso en ese estado de las cosas, y los hombres, a la vez tan brillante y tan oscuro, tan activo y tan miserable..." Esto, como ya dijimos, fue escrito en 1932. Y luego de otras reflexiones, la lucidez implacable de Valery le hace decir: "El mundo moderno en toda su potencia, es posesión de capital técnico prodigioso, enteramente penetrado de métodos positivos, no ha sabido, sin embargo, procurarse una política, ni una moral, ni un ideal, ni leyes civiles o penales, que esté en armonía con los modos de vida que él ha creado, y aun con los modos de pensamiento que la difusión universal y el desarrollo de cierto científico imponen poco a poco a los hombres".
Valery escribía cuando la experiencia de la guerra del 14, que fue mucho mas feroz de lo que se puede imaginar, la había hecho comprender con mayor precisión aquello de que "nosotros, las civilizaciones, sabemos ahora que somos mortales"; que esas circunstancias que "podrían mandar las de Keats y Baudelaire a unirse con la de Menandro no son ya totalmente inconcebibles: están en los periódicos".
En este 2005, podemos decir que se encuentra en la historia (las cosas ocurridas entre 1932 a este presente, son tantas que podrían parecer un relato de un viaje a los infiernos) y también en todos los medios de comunicación que de 1932 a hoy se han acrecentado hasta convertirse no tanto en un símbolo elocuente de la libertad que tenemos para expresarnos sino en uno de los elementos que sirven para la destrucción y la autodestrucción.
Brillante y oscuro, activo y miserable. ¿Nos quedan chicas estas palabras? Después de los campos de exterminio de los nazis, del mundo concentracionario de Stalin, del uso de las armas atómicas, del genocidio de los armenios, del horror de la guerra civil española, de la segunda guerra mundial que no hay adjetivo calificativo que le cuadre, de las sangrientas además de interminables guerras de la post guerra, todo nos parece oscuro y miserable. ¿Dónde están lo brillante y activo para la condición humana. Acaso la creación, que parece ir salvándonos. ¿En la ciencia? Es difícil decirlo. Sabemos que ahora el hombre puede hacer un territorio habitado por clones, no destinados a la vida (en realidad no se bien si decir que tienen vida) sino a servir para prolongar la vida de otros. Se aumentará la expectativa de vida, eso podría ser algo positivo. Aunque no deja de ser inquietante que el país donde es posible dentro de unos veinte años tendrá la mayor cantidad de mayores de cien años es también el país que mayor suicidios tiene por día: alrededor de un centenar. Y en el Japón, la ciencia y la técnica avanzan al galope largo.
Las palabras de uno de los descubridores del ADN pueden hacernos pensar, con cierto optimismo, que acaso dentro de unos veinticinco años, el cáncer ya no será lo que es ahora y quizá hasta se encuentren remedios con el SIDA, el Alzehimer, el Parkinson y otros males, algunos de ellos que representan largos padecimientos para aquél que lo sufre. También la eutanasia y el aborto siguen siendo temas de polémica, acaso porque aún hoy, cerca de ochenta años después de lo dicho por Valery, el hombre no ha encontrado ese camino que pueda ser el único que no hemos tomado: una política, una moral, un ideal, leyes civiles y penales que estén al servicio de la humanidad.
Si bien se admite la imprevisibilidad del comportamiento, ya sea en lo individual o en lo colectivo, también deberíamos admitir que ese comportamiento será siempre imprevisible. Ignoro si para bien o para mal, pero si se sostiene la libertad para elegir del hombre, esa libertad hace que la conducta de esto que somos en la historia del universo, una llama que apenas brilla por unos instantes, no pueda ser prevista. Tal vez en una hipotética sociedad de clones (Dios quiera que no se las logre) podrá determinarse ese comportamiento. Mejor dicho, podrá inducirse cierto comportamiento. Y eso, será menos que humano.
Volvamos a Paul Valery: "Nos vemos pues, poseídos por una confusión de esperanzas ilimitadas, justificadas por éxitos inauditos y de decepciones inmensas o de presentimientos funestos, efectos inevitables de fracasos y catástrofes inauditas". Y Valery no construye utopías, como Huxley o como Orwell. Valery, al decir de Borges, fue alguien que en un siglo que adora los caóticos ídolos de la sangre, la tierra y la pasión, prefirió los lúcidos placeres del pensamiento y las secretas aventuras del orden.
Por ahora, sesenta años después que Borges escribiese esas palabras, parece que tenemos que conformarnos, con tristeza, a la presencia de un Gran Hermano cuya mediocridad es proporcional a su peligrosidad, y sentirnos que y sentir que vivimos en un mundo parecido, y bastante, al que nos mostraron Huxley y Orwell y en el cine lo tenebroso que se nos ofrece en Blade Runner.
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