Sábado, 11 de agosto de 2007 | Hoy
Por Javier Chiabrando
Miguel Erbetta hacía pozos. Era habitual verlo salir de su casa de la calle Rivadavia entre Tucumán y la vía cargado de una pala y un pico. A veces llevaba baldes, sogas y una roldana. De ser necesario contrataba a un ayudante que en ocasiones era su propio hijo. En Colonia Venezia, si había que hacer un pozo, pensaban primero en Erbetta. No importaba si era un pozo ciego, de agua, aljibe o cañería. La mañana del día que un cólico renal lo mandó al hospital, Erbetta cargó en el carrito que arrastraba con su bicicleta dos palas, un pico, un balde, sogas y una roldana. Iba a la casa del gordo Operti, un vendedor de autos usados que tenía el berretín de tener un aljibe en el patio para que los pibes, su mujer y su cuñada (sobre todo, tenía una cabellera negra que le llegaba a la cintura) se lavaran el pelo con agua de lluvia. Erbetta cavó hasta las once y media. Había avanzado casi un metro cuando lo azotó un dolor tremendo. Como el de un parto, le dijeron los médicos. Era un cólico renal. Estuvo internado en el hospital cinco días. Lo visitaron su mujer y su hijo mayor (el menor estudiaba en Rosario y no consideró necesario viajar por un cólico). El gordo Operti nunca supo que Erbetta estaba enfermo. El lo vio montarse en la bicicleta y abandonar el patio de su casa a las once y treinta y dos lo mßs tranquilo. Y sin llevarse el carrito con las herramientas. Operti esperó dos días y contrató a otro pocero. Le costó, pero al fin encontró a un jornalero del horno de ladrillos que hizo el pozo fuera de su horario de trabajo. Lo terminó en tres días y le cobró setenta pesos. Operti contrató a los hermanos Boggino para levantar las paredes del aljibe. Pero justo se largó a llover. Llovió toda la semana. Erbetta expulsó la piedra del riñón el viernes. Descansó sábado y domingo y el lunes volvió a su trabajo. Llegó a la casa de Operti muy temprano, minutos después de que Operti saliera en su camioneta con toda la familia (su esposa a la peluquería, los chicos a la escuela, su cuñada al trabajo, él a buscar los ladrillos para el aljibe). Erbetta encontró sus herramientas al lado de la boca del pozo. No le llamó la atención que su propia pala estuviera muy sucia de tierra. Un vecino de Operti vio como Erbetta se la ponía al hombro y saltaba adentro del pozo al grito de ¡upalal! En lugar de uno, cayó quince metros rebotando contra las paredes húmedas. Tocó fondo muerto. O murió luego, no importa. Se quebró el cuello contra el borde de la pala. Desde entonces, una de las muletillas preferidas de los habitantes de Colonia Venezia es: "upalal, dijo Erbetta". La utilizan indiscriminadamente. Operti nunca tuvo aljibe.
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