Lunes, 20 de agosto de 2007 | Hoy
Por Sonia Catela
(Senos)
Picábamos cebollas que, al rajarse, nos arrancaban un caudal de lágrimas; entre hipos Leonor me marcó interdicciones: "la mano, en el escote, no". Pero en un descuido, le refregué el nacimiento oval de los senos con la cabeza de una cebolla morada, plantándole bajo el borde de la solera cáscaras, barbas y jugos (tonto) y había que quitar esa escoria del olor (huelo a basura de consorcio) y lamí su carne lavándola con saliva (no me dejes moretones). Mientras barría suculencias y me cebaba en ellas, Leonor continuó rebanando cebollas y llorando, pero un llanto que ya no rascaba de sus lagrimales el ácido de las arandelas, sino una vertiente que se remontaba distante, donde yo no cabía ni era arte ni parte; el hilillo bajaba de un momento desfasado ¿cuál? del que se me expulsaba; seguí con mis lamidas ignorando todo sobre ese lugar, si allí Leonor se hallaba cortando rodajas sobre una tabla o embebiéndose de malos recuerdos o peores noticias, pero no retrocedí ni cesé de pulsear con su angustia empujándome, echándome de los senos, de la fuente de placeres, hasta que me pone al tanto, se desprende y dice "se acabó. Se acabó todo entre nosotros, Martín". "Tenemos que hablar, hablemos", rogué, "De qué" abrochó ella y se retiró otro poco.
Aparté mi boca. Saqué las últimas cebollas que quedaban en el canasto y seguimos trozándolas hasta que ya no pudieron ponernos más excusas en los ojos.
Anochecía.
....
(Nalgas)
Reventaban las berenjenas en la siesta y mientras las recogían, Nelba y Laura se quitaban la sed desgarrando pepinos a dentellada limpia; "te tenemos visto, Juan", advertían gritando hacia las ramas desde donde yo cosechaba sus nalgas en movimiento, zigzags de balones número quince en una cancha donde metían un gol tras otro derribando impunemente mis arcos. Cuando se les antojaba, me acertaban con un pepino que yo sorbía mientras prestaba atención al meneo de sus atributos. "Bajate de ahí, sinvergüenza", bromeaban y levantándose las faldas se agachaban a fingir que orinaban, rápido, antes de que el verano se acabara y ellas tuvieran que regresar a la ciudad, a encadenarse a trabajo, expedientes, órdenes, oficina, "Andate y dejá de espiar, desgraciado", me azuzaba Laura con su rastrillo, rápido, antes de que se hiciera marzo y yo debiera cargar valijas con ropa y libros y volver a mi internado.
Nelba recorre los almácigos a los saltos, con una falda liviana, que muestra lo que se propone mostrar, (y no me marcho ni me bajo), hasta que Laura se planta, brazos en jarra, al pie de la higuera donde resulto visible y pusilánime, "bajá". Agacho las agallas y empiezo a descolgarme del árbol cuando una correntada de viento envuelve sus piernas y les trepa hasta las rodillas, les caracolea el vestido, les llena de tierra los ojos, les sube, las sube donde el follaje las cobija, donde yo las recibo. Ellas me han jugado a cara o cruz. Las oí. Me lanzo a investigar el cómo; estiro el brazo los dedos y tanteo y tanteando \"que habías resultado mano larga, sacá eso, sosegate\", corroboro el cuerpo a cuerpo del envite. Y nos estamos apostando con bríos y ganando aunque finalmente empatemos.
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