CORREO
La movilización de propietarios rurales a la casa de Agustín Rossi no sólo merece repudio, sino también reflexiones.
Se autodenominó y fue caracterizada por la prensa republicana como "escrache". No lo fue, y las palabras importan.
El escrache como forma de protesta tomó notoriedad entre nosotros como una manera de señalar y estigmatizar a los represores, asesinos y torturadores de la última dictadura. Recurrieron a estas movilizaciones víctimas, familiares y amigos de éstas, ciudadanos convencidos de que era un deber señalar a los verdugos ante la denegación de justicia y la consagración de la impunidad. En una sociedad donde ante tamaños males no hubo ni un solo hecho de venganza, y en donde la impunidad consagrada y exhibida era un nuevo remache sobre el dolor y las heridas abiertas, este accionar el escrache se ganó un lugar.
El escrache señala y pone en escena, saca a la luz, una conducta antisocial que las instituciones no condenan. Condena social ya que hay y ante la denegación de justicia.
Aunque algunos inteligentes periodistas hayan pretendido equipararlo, no existe punto de contacto entre asesinos torturadores que impunes se mimetizaban con la sociedad, y un militante político, hoy diputado, que defiende al gobierno del que forma parte, que vota lo que dijo que votaría en la campaña electoral, que vive en ese lugar desde hace años, conocido por sus vecinos y que expresa su verdad tranquila y claramente.
No se trata de un escrache, entonces.
Se me dirá que las metodologías no son propiedad de nadie y que pueden evolucionar y difundirse. Y que no podemos enojarnos de que la derecha reaccionaria adopte formas de acción que provienen o se forjaron en militancias populares. Pero en sus adaptaciones sucesivas, siempre tuvo que ver con denegación de justicia (Cromagnon, inundaciones de Santa Fe).
Esto no fue un escrache, entonces, aunque así lo hayan querido disfrazar para darle cierta legitimidad "en la calle". Fue un apriete. "Que se vayan todos los que no piensan como yo". "Tu me quieres, yo te quiero; no me toques el dinero".
No digo que Ugolini sea fascista. Nunca me ha gustado gastar las palabras. Pero lo que hace es desleal, peligroso. Y los bienpensantes republicanos, eternos llorones de nuestras desgracias, deberían dar cuenta de esto.
Las imágenes de la juventud cruceña que clama por su autonomía en Bolivia, que rechaza "la dominación colla" (?!), que exhibe svásticas en sus cuatro por cuatro, y muelen a palos a los seguidores de Evo Morales están unos pasos adelante.
Sería bueno no dar esos pasos.
Sergio Rossi
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