Martes, 12 de mayo de 2009 | Hoy
La sociedades en que vivimos son -al decir de Castoriadis- laberintos plagados de encrucijadas, y decimos nosotros que allí aguardan pestes, castástrofes naturales y artificiales, guerras, farsas electorales y simulacros varios.
Todo esto propiciado o bien permitido por los expertos en cosas banales, como transacciones mezquinas, conciliábulos, alianzas ad hoc que se tejen o rompen con igual rapidez, todo para perpetuarse en el ejercicio del poder.
En realidad, expertos sin demasiados conocimientos de cuestiones esenciales como lo son la vida en comunidad o el equilibrio de los sistemas ecológicos, obsesionados en construir consensos en torno de mitos perecederos ante el primer cimbronazo.
La libertad en su bocas suena una palabra vacía o como decía Julio Cortázar una palabra violada.
Decía el filósofo Th. W. Adorno: "Los hombres han manipulado de tal forma el concepto de libertad, que acaba en el derecho del más fuerte y el más rico a quitarle al más débil y más pobre lo poco que aún tiene".
Pero lo más grave es que "el intento de cambiar algo de esto se considera una intromisión intolerable en ese dominio de la individualidad que, a consecuencia de aquella libertad, se ha deshecho en una nada administrativa."
En efecto, los poderosos invocan la libertad para abolir todas las libertades y el ejercicio efectivo por parte de los más. Para ellos la libertad es libertad de explotar, manipular, destruir, prostituir, controlar discrecionalmente.
Pero la libertad es ante todo la posibilidad de eliminar las injusticias instituidas en el mundo por el patriarcalismo capitalista de la cultura judeocristiana.
Es preciso instituir un imaginario social emancipador, autogestionario, genuinamente liberador de las potencias creativas en germen en los pueblos, anestesiadas por los dogmas y las múltiples violencias.
Carlos A. Solero
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