Martes, 11 de agosto de 2009 | Hoy
No es mi intención en el presente discutir si los hechos delictivos y los índices de criminalidad, aumentan o disminuyen, si estadísticamente superan o no a los de otros países, mucho menos minimizar su existencia, implicancia social y su recurrencia.
Simplemente pretendo descorrer el velo en torno a los intereses que se mueven detrás de las estrategias comunicacionales de estos hechos y reflexionar sobre el impacto de las mismas en el ambiente urbano.
Los otrora políticos de los golpes, "los anímense y vayan" de los que hablaba Jauretche, han mutado a los políticos del miedo. Seguramente coincidiremos en que existen pocas cosas más paralizantes que el miedo.
Por lo ello, me atrevo a afirmar que en el país, como en otros lados, existe una verdadera política de la inseguridad con fines económicos, institucionales, de acceso al poder y el control del Estado y la sociedad. Que ya no necesita de las fuerzas armadas, sino de los medios de comunicación como ejército de ocupación, por lo menos de las mentes.
La violencia y la muerte se han erigido como una constante que atraviesa a todo el cuerpo social y que se extiende como una metástasis, que pone en riesgo la normalidad de la vida. Frente a la locura y el salvajismo de algunos, la sociedad, a través de "esas campañas" de difusión, internaliza estas anomalías. Como consecuencia natural, aflora el temor y la inseguridad sobre qué nos puede pasar.
En forma directamente proporcional a ello, se alzan voces que claman por más seguridad, mano dura, tolerancia cero, bajar la edad de imputabilidad penal, algunos proponen la pena de muerte, en un país en el que la muerte ha estado presente como invitado de lujo a lo largo de toda su historia.
Se siente miedo, se respira miedo y en consecuencia se actúa con miedo.
El miedo vacía las calles, las organizaciones sociales, los partidos políticos, sólo se concurre a aquellos lugares con seguridad, luz y clima artificial y así, shopping, salas de juego y paseos de compras actúan como sedantes y adormecedores de la vida social.
En el interior de nuestros hogares, los Tinelli y tantos otros tilingos, muchas veces disfrazados de analistas y formadores de opinión, continúan con el lavado de cerebros. Ciertos periodistas multiplican hasta el infinito estas sensaciones y se transforman en verdaderas usinas generadoras del temor.
El miedo paraliza, impide actuar, encierra, ciega el entendimiento, nos vuelve irracionales, desconfiados, casi animales, nos aísla, nos confunde y sobre todo limita nuestra capacidad de análisis.
Ricardo Luis Mascheroni
docente e investigador U.N.L.
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