CORREO
Por aquellos años -década del 60 éramos niños y los duraznos tenían gusto a duraznos, la leche y el pan eran repartidos casa por casa, las yemas de los huevos tenían un intenso color amarillo naranja y las gallinas vivían sus vidas de gallinas, así como los cerdos hacían sus vidas de chanchos y las vacas sólo comían pasto. Por aquel entonces, los tomates y pimientos eran cosas únicamente del verano; el cine abría sus puertas casi todos los días, existían los bailes en casas de familia, el radioteatro era parte de la liturgia del encuentro familiar y la imaginación; los muertos eran velados en sus casas; las comidas eran simples y la mesa familiar reunía a los abuelos, padres, jóvenes y chicos. La vida era sencilla.
Cuando fuimos adolescentes -década del 70 supimos de una violencia política feroz y la sangre, el dolor, el miedo y la muerte tiñeron aquella larga noche. El neoliberalismo -esa pseudo religión dogmática, fanática y simplificadora fue impuesto.
Ahora cuando somos candidatos a viejos los duraznos ya no tienen aquel sabor, la leche es larga vida y presenta el sublime gusto de los conservantes, los huevos son pálidos, aguachentos y provienen de gallinas sin vida de gallinas; los cerdos, pollos y vacas comen casi el mismo alimento y son criados perversamente en cuasi fábricas de animales; los tomates parecen de plástico; muchísimos viejos ya no comparten la mesa como no sea con otros ancianos y en geriátricos; la televisión vulgar y estupidizante, salvo algunas pocas excepciones es omnipresente; el lenguaje de los economistas se ha infiltrado en el habla cotidiana; la comida chatarra invade a los hogares; la sobreexplotación de la naturaleza y la contaminación ambiental corren parejas con el desprecio por la vida; las redes virtuales reemplazan frecuentemente el contacto cara a cara; el apuro, el estrés, la violencia, la angustia, la depresión y el desconcierto parecen formar parte del paisaje. Hoy se sabe mucho y se comprende poco; hablamos "lindo" y decimos nada.
Es cierto, el cambio es intrínseco a la vida todo cambia y sería absurdo pensar que el tiempo pasado fue un paraíso y todo lo actual es malo. Tal vez la íntima diferencia consista en que hoy es más difícil acceder a pequeñas y simples cuotas de felicidad: la vida diaria se nos ha complicado y sentimos la incomodidad de vivir en un mundo donde lo que se ha perdido es la dimensión de la escala humana. Quizás eso sea todo. En fin, casi nada...
Jorge A. Cáceres
Las Rosas (Santa Fe)
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