Las aguas

De repente una catástrofe se cierne sobre una ciudad, la población inerme asiste a la tragedia que en pocas horas devasta viviendas y arrasa con vidas humanas. El avance del agua parece no tener límite. La consecuencia, dolor y espanto generalizados. ¿Cómo ocurrió? ¿Se podía evitar la muerte de seres inocentes? Acaso no se tomaron las precauciones por ineptitud, impericia o por perversidad burocrática.

El panorama al que aludimos se dió en dos extremos del continente americano con diferencia de algunos años: New Orleans al Sur de Estados Unidos de Norteamérica y la ciudad de Santa Fe, en el Litoral argentino, nuestra región. ¿Casualidad?

No por cierto. Lo ocurrido en un lugar y en otro no es más que una muestra más de la aplicación de políticas neoliberales, de la desestructuración de los mecanismos públicos de asistencia. Es el rostro verdadero de un sistema basado en el lucro y la codicia de unos pocos.

Tampoco es casualidad que los afectados por las inundaciones y huracanes sean los más pobres, vivimos bajo un sistema que multiplica la desafiliación social y erosiona la ciudadanía.

Sin tener una visión conspirativa de las cosas, es evidente que en las situaciones de crisis salen a la luz las contradicciones sociales y políticas. El mismo Estado que pone en marcha su maquinaria represiva es el que hace oídos sordos a los informes científicos que alertan sobre eventuales catástrofes. Sin ir más lejos el proceso de erosión del suelo producto de la soja﷓dependencia, sabemos que el monocultivo es un derivado del pensamiento único.

Es preciso que actuemos coordinadamente desde la sociedad a través de las organizaciones populares, resistiendo a los embates, pues los responsables de todo este oprobio mantienen su doble discurso y sus preocupaciones no trascienden la mediocridad de mezquinos intereses electoralistas. Nosotros en cambio reafirmamos el compromiso con la reconstrucción de la sociedad basada en valores de la ecología social, el respeto por la vida y la biodiversidad.

Carlos A. Solero