Dom 09.04.2006
rosario

SOCIEDAD › COMO ES SER EMPLEADA DE UN SUPERMERCADO Y ESTAR EMBARAZADA

Un boleto seguro hacia el infierno

El testimonio de Mariana, de 19 años,
indica cómo las patronales del sector
hostigan a sus empleadas para que renuncien.

› Por Sonia Tessa

Sentado en el regazo de su madre, Leonel no se queda quieto ni un instante. Tiene apenas cuatro meses, una mirada muy vivaz y ganas de moverse en lugar de esperar a que termine el relato. Ella es Mariana, de apenas 19 años, y mientras su bebé sonríe ella cuenta como si fuera una película el hostigamiento que sufrió en su trabajo desde el mismo momento en que quedó embarazada. Era empleada de panadería en un gran supermercado, y ahora enfrenta un juicio porque la obligaron a renunciar. Cuando se le pregunta si tiene problemas en mencionar su apellido, ya que algunos familiares trabajan allí, duda. En cambio, sí quiere que se sepa cuál es la empresa. "Estoy muy resentida con Coto", confiesa. "Empecé a trabajar con 18 años, pero todo empezó cuando quedé embarazada", relata antes de desplegar los pormenores de ese "todo" que compara con "una guerra".

No es la única que sufre las consecuencias de la decisión de ser madre. "A una chica su jefe llegó a decirle que era la última persona de la que se esperaba algo así", cuenta. "Cuando mi compañera me lo contó no lo podía creer, ni que fuera un pecado", continúa. La guerra terminó con su ida de la empresa, después de los tres meses de licencia por paternidad. Antes, incluyó la negativa a justificarle los días de ausentismo por una descompostura durante el embarazo, la acusación de un falso robo y haberla dejado encerrada durante algunas horas en una oficina a la espera de que decida renunciar, ante la evidencia de que estaba "afuera". "Parecía que estaba incomunicada, en la cárcel", cuenta sobre la jornada en la que el jefe de personal de la sucursal la presionó. "O te hacen la vida imposible para que renuncies o tenés que llegar a un arreglo", sintetiza.

La historia de Mariana empezó durante el embarazo. El trato de sus jefes cambió apenas hizo el anuncio, y esa tensión se manifestó en un cuadro de presión alta cuando cursaba el sexto mes de embarazo. "Nunca había faltado, pero mi médico me dio tres días. Cuando volví me dijeron que tenía que justificarlo con el médico de la empresa. Fui a verlo el día de mi franco, pero fui maltratada, y se negó a hacerme el certificado", relata Mariana, quien cuenta que todo no terminó allí. Al decirle a su jefe que no tenía la justificación, volvió a sufrir maltrato. "Me subió la presión por cómo me gritó. Cuando fui a ver a mi médico conté que había tenido una discusión, y así se explicaron la hipertensión. Me dieron siete días de licencia y sólo fui una vez más a trabajar antes del parto", continúa con su experiencia. Sintió el rechazo de los jefes. "Con mis compañeras estaba todo bien, pero el problema venía de arriba", agrega.

Después dejó de ir a trabajar hasta que terminó la licencia por maternidad. Apenas llegó volvió a encontrar un clima hostil. "Hablamos con mi jefe, que estaba un poco enojado, pero yo pensé que habíamos hecho borrón y cuenta nueva. Pero enseguida me hicieron la cama, porque me pusieron un perfume en la faja de seguridad que nos dan para realizar los trabajos que requieren fuerza", cuenta ahora que está más tranquila.

La acusación es un punto crucial en el desenlace de la relación laboral de Mariana con el supermercado. A los pocos días de haber vuelto a trabajar sonó la alarma cuando se iba. "Estaba tan tranquila que pasé varias veces por el sensor, porque sabía que no tenía nada. Pero cuando vino el personal de seguridad, me abrieron la faja de seguridad y estaba el perfume. Me quedé re sorprendida. Le ofrecí que fuéramos a mi sector para ver si había algo que identificara si yo había robado. Pero el empleado de seguridad me dijo que no me preocupara, que me habían hecho una broma fea o había alguien que me quería perjudicar", vuelve sobre la historia que contó ese mismo día a su familia. Sus suegros -que son empleados jerárquicos en la misma firma- le aconsejaron que hablara con el gerente de la sucursal. Apenas lo cruzó le pidió una entrevista, pero la única respuesta que obtuvo fueron dilaciones y evasivas.

Al volver del franco, pasaron pocas horas antes de que el jefe de personal la llamara a la oficina. Allí comenzó la presión para que renuncie. "Sabés por qué estás acá. Bueno, no supongas más y pensá que vas a hacer ahora que no pertenecés más a la empresa", le dijo. "Cuando me dijo que viéramos el video que supuestamente demostraba mi robo, acepté. Mientras veíamos unas imágenes que no mostraban nada, él me iba diciendo que se veía cuando robaba. Yo me quería morir. Yo insistía con que no era verdad, pero él contestaba que me tenía que ir. Yo sólo quería ir a hablar con mis compañeros, necesitaba alguien para desahogarme", relata Mariana, mientras revive que cuando se cruzó con uno de ellos le aconsejó que no renuncie. "Ahí reaccioné, me estaban haciendo renunciar. Dije que no iba a hacer ningún telegrama, porque yo sólo me iba a ir si me echaban", cuenta. Mientras hace todo el relato, Mariana toma con humor algunos tramos. Sobre todo cuando recuerda los momentos más insólitos. "Ahora me río, pero en ese momento me daba una bronca bárbara", dice. Con la negativa a renunciar comenzó la última etapa de la presión. "Mi jefe se hacía el que hablaba por teléfono, para que yo me asuste. De repente yo me ponía firme, pero también tenía momentos de mucha angustia. Fueron dos horas pero para mí fue interminable", continúa con la historia. En verdad, ahora puede recordar que esas situaciones eran habituales. "Ahora encontraba que yo estaba en boca de todos. Era la comidilla. Cuántas veces había visto que le hacían lo mismo a otra compañera. Decíamos, viste que la echaron a la rotisera, o a cualquier otra empleada".

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