Mié 22.08.2012
rosario

SOCIEDAD › DECLARARON VECINOS COMO TESTIGOS DE LA MASACRE DE LA CALLE JUAN B. JUSTO

El efecto indeleble del miedo

El Tribunal Federal escuchó los testimonios de ocho vecinos de la casa en la que fueron asesinados tres militantes y dos niños. "Fue una situación muy traumática para todos los testigos", señaló la abogada querellante Oberlin.

› Por Sonia Tessa

Desde San Nicolás

Los efectos del terrorismo de estado extienden sus telarañas más allá de aquellos militantes que perdieron su vida o lo sintieron en carne propia. En la primera audiencia con testigos de la causa por la masacre de la calle Juan B. Justo 676 de San Nicolás, el Tribunal Oral Federal número 2 de Rosario se constituyó en el Concejo Deliberante de esta y recibió los testimonios de ocho vecinos de aquella casa en la que fueron asesinados los militantes Omar Amestoy, Ana María Fettolini, Ana del Carmen Granada, los niños Fernando (3 años) y María Eugenia Amestoy (cinco) y en la que sobrevivió Manuel Goncalves Granada, de cinco meses, hoy querellante en la causa. La habitante de la vivienda de enfrente, Elida Rodríguez, fue gráfica: "Había muchísimos corriendo por los techos de mi casa. Decían 'abran la puerta y saquen a los chicos'. Cuando nos arrimamos a la ventana, los tiros iban todos para el mismo lado. Estábamos muy asustados", relató la mujer. Pese a los años, y las experiencias reparadoras de justicia, el miedo sigue disciplinando, como quedó expresado en la mayoría de los testimonios de la audiencia de ayer. "Vimos cuando sacaron a las criaturas, que los pusieron corriendo en una camioneta de la policía", relató la mujer. De manera muy fresca, dijo que "nunca había visto policías de tantos colores".

El comienzo de la audiencia se demoró porque uno de los imputados, Manuel Fernando Saint Amant, que fue jefe del Area 132 del Ejército hasta 1977, manifestó estar descompuesto. Los controles médicos pertinentes -que determinaron su buen estado de salud- hicieron que el primer testigo se sentara a declarar pasadas las 12.30. En esta causa también están acusados el ex militar de la plana mayor de San Nicolás, Antonio Bossié y quien fuera jefe de la Policía Federal en esta ciudad, Jorge Muñoz.

El dueño de la casa alquilada por los Amestoy, donde se produjo la masacre, Nicolás Donatelli, se amparó en una dolencia sufrida en 1991 para explicar su falta de recuerdos. No le había impedido declarar en 2005. La siguiente testigo, su esposa María Tadeo de Donatelli contó que el mismo día de la masacre fue a ver cómo había quedado la casa. "Estaba rodeada de militares toda la cuadra. A la tarde, cuando quise ir por la vereda de enfrente no me dejaron pasar. Me puse a llorar y el guardia me preguntó por qué lloraba. Le dije que era la dueña de la casa. Entonces me dejó entrar sola. Estaba toda averiada", dijo la mujer. Recordó que las puertas estaban "todas agujereadas" y el baño "todo roto, con los azulejos reventados". En el baño, que no daba a la calle, estaban los niños, Fernando y María Eugenia, y además de la granada de gases lacrimógenos tirada a través de la claraboya, que les provocaron asfixia, había impactos de bala.

La tercera testigo fue la hija del matrimonio Donatelli, Pascualina, que eludió detalles sobre el momento del tiroteo (la familia vivía a una cuadra y media), y del estado posterior del inmueble. Los fiscales Adriana Saccone y Juan Murray le leyeron su declaración en la etapa de instrucción, para "refrescarle la memoria".

Si de desmemoria se trata, el otro hijo de los Donatelli, Carlos Alberto, no sólo negó haber escuchado el tiroteo, sino también haber visto cómo había quedado la casa. En el público, Manuel Goncalves se agarraba la cabeza. Esos mismos testigos le habían contado a él que había impactos incluso en el placard donde él fue escondido cuando era bebé. Murray leyó una parte de sus declaraciones en instrucción, y Donatelli las negó, pese a haber reconocido su firma. La abogada de la querella, Ana Oberlin, le preguntó si tenía miedo o había recibido amenazas. La respuesta también fue negativa. En el público, muchos se quedaron esperando que el presidente del Tribunal, Jorge Venegas Echague, o los magistrados Beatriz Caballero de Baravani y Omar Digerónimo, le advirtieran sobre el peligro de cometer el delito de falso testimonio.

Después de la audiencia, Oberlin subrayó que los testigos hayan concurrido a cumplir con su deber. "Fue una situación muy traumática para todos los vecinos, el impacto del asesinato de los niños es notorio. Y aún así, todos tuvieron la valentía de cumplir con su deber", dijo la abogada de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación.

El efecto indeleble del miedo resalta aún más la declaración de Rodríguez. "Creo que a las criaturas se las llevaron en una camioneta policial pero no sé, sinceramente, porque estábamos completamente asustados. Los sacaron envueltos en algo, corriendo, a ver si las criaturitas revivían", dijo la mujer, quien contó su preocupación por "el pibe chiquitito que la mamá llevaba en un cochecito". Aquel bebé era Manuel. "Había como tres o cuatro clases de uniformes, que nunca había visto", abundó sobre el despliegue de 100 efectivos de distintas fuerzas de seguridad para matar a tres militantes y sus hijos.

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