Dom 19.07.2015
rosario

SOCIEDAD › LOS ESCENARIOS NACIONALES DE CARA A LAS PRESIDENCIALES QUE VIENEN

Entre el cambio y la continuidad

Cambio o continuidad. Por una parte una coalición de centroderecha que se ofrece como drástica réplica de una acumulación de fracasos que debe ser sometida a mutaciones profundas; y por la otra un oficialismo abroquelado en la defensa y conservación de un extenso listado de verificables méritos.

› Por Juan José Giani

Hay una perplejidad constitutiva de la palabra en política, una tensión que regula fluctuantemente su apropiado uso. Por un lado rige un estado de cosas cuya complejidad requiere de razonamientos pausados y retóricas copiosas, y por el otro la incita referencia a un público masivo exige la experticia para sintetizar verdades que apuntan a ser fluidamente aprehendidas.

Los problemas de un territorio son siempre abundantes y sus implicancias ideológicas perceptibles, pero a su vez la capacidad de asimilarlos nítidamente por el ciudadano promedio afronta los límites de una atención que suele ser restringida. Estamos entonces frente un doble riesgo para la calidad del debate democrático. O el discurso impactantemente escueto pero impreciso y esquemático, o la explicación medulosa que no logra encuadrar la sustancia de aquello que está en disputa.

Por lo demás, sabemos, la política se alimenta de la construcción de campos adversariales, de trincheras identitarias, de la vocación por enfatizar en cuanto las riquezas de lo propio colisionan con los raquitismos del otro. Cuando buscamos las preferencias de un pueblo solo puntualizamos nuestros rasgos intransferiblemente distintivos, aquellas facetas de un bagaje que viene a denunciar las oscuridades del contrincante de turno. Ese trazado de un escenario de confrontación habilita genuinamente el disimular matices, borronear parciales coincidencias, colocar en segundo plano aspectos que desdibujan nuestro mérito exclusivo.

Se trata entonces del difícil equilibrio entre el pensamiento simple pero no precario y las narrativas medulosas pero no inaccesibles. Ese equilibrio, claro, se torna menos sencillo cuando ingresamos al vertiginoso tiempo de las campañas electorales, pues su propia lógica de desarrollo supone pronunciamientos constantes, gran cantidad de escucha anónima e intercambios habituales con el adversario que se recomienda desechar.

Es un momento extraordinario, pues en sus ambiciones el candidato necesita extender la gimnasia argumentativa, pero de una manera tal que resulte tolerable para los espacios de tribuna (y especialmente ahora con el encorsetado formato de los medios de comunicación). Dilema hondo entonces, porque sin un hálito de esquematismo el ejercicio de la opción política se vuelve impensable, aún a sabiendas de que esa condición insoslayable puntualiza insuficientemente la densidad de los perfiles en competencia.

De cara a los inminentes comicios presidenciales estas apreciaciones adquieren particular sentido. Los principales contendientes y una parte considerable de la opinión pública parecen haber definido el diseño binario de lo que se pone en entredicho: Cambio o continuidad. Traducido, por una parte una coalición de centroderecha que se ofrece como drástica réplica de una acumulación de fracasos que debe ser sometida a mutaciones profundas; y por la otra un oficialismo abroquelado en la defensa y conservación de un extenso listado de verificables méritos.

¿Es ésta una fidedigna descripción de las alternativas desplegadas? Sí y no. Sí (y esto parece más obvio) porque el eventual triunfo de Mauricio Macri implicaría un pronunciado desplazamiento en los climas ideológico culturales que palpará el país en las distintas esferas de la gestión estatal. Con la resurrección personajes que predicarán la occidental conveniencia de amigarnos nuevamente con los Estados Unidos, terminar con el revanchismo (lo que implicará ralentar los juicos contra la impunidad), favorecer la libertad de prensa (léase el entierro definitivo de la Ley de Servicios Audiovisuales), o el retorno al asfixiante monitoreo macroeconómico de los organismos internacionales de crédito.

No, por dos razones. La primera, más evidente, es que son recetas del pasado con ropajes más cordiales, restauración de un modelo de país del que ya conocemos dramáticamente sus contraindicaciones. Pero no, también, e invito a detenernos en esto un poco más, porque resultaría entre torpe y socialmente intolerable que un gobierno de la centroderecha avance impúdicamente sobre algunas conquistas firmemente consagradas. ¿Qué racionalidad tendría agredir medidas como "Fútbol para todos", la Asignación Universal por Hijo o el plan PROGRESAR, que además cuentan con apropiado y sustentable financiamiento?

Es más, emprendimientos de mayor espesura ideológica (la estatización de Aerolíneas o de Yacimientos Petrolíferos Fiscales) parecen innecesariamente reversibles, aún para aquellos cuyas escala de valores se incomoda frente a su vigencia. No se advierte la sensatez de privatizar empresas públicas que (bajo cualquier mirada medianamente sosegada) han recuperado inversión y prestaciones eficientes.

Hay por lo demás una frontera que separa al político con una arraigada axiología que sin dudas lo condiciona, del gobernante necio que no calibra con algún tino la temperatura social que lo circunda o las tendencias históricas en la cual inserta sus convicciones. Difícil imaginar a un hombre de estado (que está allí entre otras cosas porque pretende conservar el afecto del voto popular durante largos períodos) que vulnere flagrantemente derechos que puede solventar y son bien ponderados por el grueso de la ciudadanía.

Esto ha sido por cierto un talento del kirchnerismo, que ha fijado un piso de logros que permea todos los discursos de campaña y coloca al adversario en un terreno de lo audible que únicamente con algún rasgo de aventurerismo este intentaría vulnerar. Y otro ingrediente no menor. La mera restauración de los desquicios del paradigma neoliberal es hoy impensable, por la adicional y comprensible razón de que cuando este alcanzó su punto más alto de consenso cultural los desempeños del estado realmente existente eran en más de un caso paupérrimos, logrando que el repiqueteo ideológico de los privatistas hiciera sintonía con un disgusto social mayoritario. Nuevamente un dato para el haber del kirchnerismo, que agigantó las incumbencias del estado manteniendo niveles razonables de eficacia.

Respecto del Frente para la Victoria repetimos el mismo dispositivo analítico. ¿Es la pura continuidad una carátula apetecible para la fórmula Scioli Zannini? Por cierto que sí en más de un aspecto, en la medida que la historia que los precede y la trama orgánica de lealtades que desembocó en sus respectivas candidaturas se pueblan de realizaciones que aspiramos a que permanezcan incólumnes.

La centralidad de lo público, una política exterior autónoma y latinoamericanista, la defensa del mundo del trabajo, el desendeudamiento, una política social exitosamente inclusiva o la importancia del mercado interno como dinamizador de la economía son algunos pilares de una estrategia de desarrollo que funciona como innegociable piso identitario del oficialismo.

Sin embargo, sería incorrecto postular que la pertinente enumeración de aciertos implica invisibilizar errores que se han cometido, temas pendientes o mal encaminados o cambios de expectativa social que reclaman inexplorados abordajes. Señalemos la más estridente e influyente al momento de una elección presidencial: la situación económica. Es evidente que la segunda gestión de Cristina Fernández no descolló en este punto, de lo que dan testimonio un exiguo crecimiento, una inflación aún rebelde y un estancamiento en la generación de empleo. Estos sinsabores suelen ser endilgados a un horizonte crítico del capitalismo global lo que, siendo a todas luces cierto, no puede subestimar defecciones internas que deber ser subsanadas.

Mencionemos la principal, la escasez de divisas que pone freno al crecimiento en el marco de una estructura productiva aún fuertemente extranjerizada, concentrada y primarizada. Por lógica que el camino de la solución no puede provenir del oráculo del ajuste perpetuo (reducción del gasto público, devaluación brusca y sobreendeudamiento), sino de acelerar la sustitución de importaciones, revertir con prontitud el déficit energético y avanzar en un mayor control estatal sobre el crédito productivo y el comercio exterior.

¿Es Daniel Scioli el hombre indicado para encarar tan ímproba como imprescindible tarea? Su encumbramiento, sabemos, es la combinación de una imposibilidad del kirchnerismo para promover una figura más propia y de la notable ubicuidad del gobernador de Buenos Aires para amalgamar lealtad política inquebrantable en los instantes de mayor zozobra para el gobierno nacional y un cuidado manejo de los énfasis al desatarse las transformaciones ideológicamente más ríspidas.

¿Son los hombres, incrustados en una historia que en algún punto no controlan, mera ratificación de lo que su propia trayectoria anticipa? ¿O es el escenario entre propicio y acechante que esa misma historia construye la oportunidad siempre irrepetible para desplegar comportamientos hasta entonces insospechados? Pregunta clave de la filosofía de la acción, que en estos días transita nuestras inquietas conciencias.

Se verá. El solo freno al avance de los globos amarillos es un objetivo primordial que militaremos con ahínco, aún a sabiendas de su carácter apenas modesto.

*Filósofo

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