Domingo, 11 de febrero de 2007 | Hoy
SOCIEDAD › UN ENCUENTRO INTIMO CON EL HERMANO DE FIDEL
Contra todos los pronósticos, rompió el protocolo al aceptar la invitación de Obeid para visitar el stand de Santa Fe. Ante una pregunta de Rosario/12 acerca de su primer encuentro con Guevara, siguió un monólogo fascinante del actual presidente cubano.
Por Pablo Feldman
Desde La Habana
"Muchas gracias por aguantarme ustedes que les cuente estas historias", dijo Raúl Castro saliendo de "la casa del Che" en el stand santafesino de la Feria del Libro, antes de subirse al colectivo que trasladó a media docena de ministros del Consejo de Estado.
La luna brillaba sobre el mar, y desde la fortaleza que interrumpe el Malecón, se adivinaba el parpadeo de las luces de otra ciudad que nunca duerme. "Viene Raúl, por los movimientos, seguro que viene", dijo a este cronista un funcionario de tercera línea entre asustado e ilusionado. La plaza San Francisco de Asís, en la cabecera del morro, estaba atestada de personalidades: Quino, David Viñas, Juan Carlos Baglietto, embajadores, funcionarios, artistas y escritores cubanos y un centenar de jóvenes uniformados con remeras rojas y azules con la leyenda "trabajo social". A la hora señalada, un pelotón de negros con guayaberas blancas apareció en el empedrado abriendo paso, y bajó Castro, no Fidel sino su hermano Raúl. De saco claro y camisa oscura, de paso lento y gafas con marco de oro, saludó a Jorge Obeid, a José Nun, y alargó su caminata hasta el final de la primera fila para abrazar a Hebe de Bonafini. "Raúl nunca participa de estos actos. Es un hecho importante", remarcaba insistentemente nuestro cicerone cubano.
"Con esto ya están hechos", trataba de congraciarse un funcionario de la embajada argentina. Pero hubo más; después de la apertura formal, Raúl -como le llaman todos su colegas de gobierno- recorrió el stand de Argentina -país invitado de honor- rodeado de más guardias que escritores, y contra todos los pronósticos, y para preocupación de sus agentes de seguridad, rompió el protocolo al aceptar la invitación de Obeid para visitar "la casa del Che".
Allí se armó la charla, justo en el "living" de la casa. Sólo faltaba el café -o el ron- para estar a tono. Obeid, Bonasso, el canciller Felipe Pérez Roque y este cronista rodearon al comandante a cargo del gobierno. Sólo periodistas santafesinos, Rubén Goldín -que ofició de cameraman- el Secretario de Cultura santafesino, Jorge Llonch y tres integrantes de la delegación provincial, asistieron a un relato que comenzó con la pregunta de Rosario/12 acerca de "su primer encuentro con el Che". Raúl alzó la vista y le dijo al Canciller: "Oye Felipe, ya has contado lo de los gatos". Felipe sonrió y Castro habló como lo hubiera hecho Fidel.
"El Che trabajaba de médico legista en México, y de noche hacía investigaciones por el tema de la alergia. Para eso necesitaba animales, gatas, y además, preñadas. Así que allí andábamos buscando en los botes de basura, donde tenía que haber gatos, y que además había que tirar pa' rriba, pa'ver si eran hembras, y encima tenían que estar en estado de gestación. Y aquí va la parte final del cuento: entrábamos de noche, porque él trabajaba allí y era amigo de un sereno. Yo le ayudaba en una mesita a amarrar a los animales y los anestesiaba. Le abría, le tomaba por la matriz y le colocaba una precillita y como un sismógrafo, iba marcando. Terminó, la cosió, y me dijo 'a esta le podemos hacer varios experimentos'. Nos fuimos. Pasaron varios días -él la tenía medio escondida allí, en el laboratorio- y sacamos la gata muerta. Ahí estaba, tiesa. Y dice el Che: 'Esto imposible, vamos a hacer una autopsia'. Le abre, y de buenas a primeras dice: 'que bestia soy... al coserla le suturé los intestinos... se murió de hambre'. Entonces yo le dije: tu no me pones a mí ni una inyección. Y lo cumplí. Sólo una vez en México me dio una gripe, un poquito de fiebre y me dio una cafiaspirina. Después en la Sierra Maestra sacaba muelas. Sabía anestesiar la parte de abajo pero no la de arriba, y cada vez que me tocaba allí no se aguantaba... y el Che haciendo fuerza, agarrado de cualquier cosa. Era lo más audaz que había... hasta en eso".
-Eso fue antes de que el Che se conociera con Fidel..., alcanzó a interrumpir este cronista.
-Sí, sí... Yo lo conocí dos meses antes, pero ya conocía un grupo de cubanos que habían estado en Guatemala con él y Nico López. Fue él quien me dijo: 'busca a un argentino: le decimos Che'". Lo encontré enseguida.
-¿Y dónde lo encontró?, quiero decir, ¿en qué lugar?-, interrumpió una vez más Rosario/12.
-En el Paramount 49, que era la casa de una cubana llamada María Antonia, que era la que nos arropaba a todos allí. Tenía la dirección de él y fue allí que también lo conoció Fidel. Era un departamentico un poco más grande que éste, con una cocinita que cabían apenas dos de pie...
-¿Y eso fue en el año...?
-Cincuenta y cinco... -dice alargando la "y" hasta completar con el cinco.
En la fortaleza no quedaban muchos invitados. La mayoría había partido hacia el brindis en La Habana Vieja, ya había sonado el "cañonazo de la 9", y en "la casa del Che" continuaba la tertulia. Miguel Bonasso recuerda un episodio acerca de una vaca que le habían comprado a un campesino, y que el Che se empecinó en asarla a la estaca.
"Fidel dijo que había quedado deliciosa" -terció Felipe, que se parece más a Fidel que su propio hermano.
"Pasa que en las memorias, Raúl había escrito que había quedado cruda", agregó Bonasso, antes de que el Canciller le dijera que "Fidel no quería dañar la imagen del Che".
Pero el que había estado allí mismo, en el asadito, había sido Raúl que retomó su relato: "Un pedazo quedo crudo, pero con el hambre que traíamos al Che se le ocurre hacerla como en las pampas, con una cruz -a la estaca- y yo me comí unas vísceras que quedaban allí, pedacitos... pero comimos como dos días de la vaca, ya al final le estaban saliendo unos gusanitos y teníamos que rasparlos para poder comer".
Bonasso recuerda que Fidel sostuvo "si lo dijo Raúl debe ser así, él lo escribió en ese momento y yo trato de recordarlo de memoria".
"Yo me acuerdo hasta de la casa del campesino, Piña se llamaba...", reafirma Raúl que cierra el relato con una reivindicación del asador, que seguramente no recibió el tradicional aplauso. "La experiencia fue muy buena porque después de eso jamás le volvimos a dar una vaca al Che para que la cocinara, se asaba en un palito por trozos, pero esa vez el Che nos tuvo allí horas enteras, en el primer campamento que hicimos, después de salir de Picana donde reunimos los 7 fusiles, allí se nos unieron varios".
Los morenos de guayaberas blancas comenzaban a inquietarse, afuera de "la casa del che", en la explanada de la Fortaleza medio centenar de periodistas de todo el mundo esperaban la salida de Comandante. De Fidel nadie había dicho una palabra, tendrían que esperar, en el comedor Raúl dejaba atrás los recuerdos mas amenos y penetraba en las horas del combate.
"Hace ya 50 años de aquello.... caramba... el 18 de diciembre. Fidel estaba allí con dos hombres, y uno estaba desarmado. Fidel no, el nunca dejó el fusil, ni ahora... -se ríe- y agrega: "Cuando tuvo el accidente del 2003 lo primero que hizo fue ver en la ambulancia si podía jalar del gatillo... y no quiso que le dieran anestesia". Retoma el relato de hace medio siglo. "Eso fue así: el 2 de diciembre desembarcamos, el 5 nos destruyen y el 18 nos encontramos Fidel y yo, y el 20 llegan Camilo y el Che, pasamos la Nochebuena allí y después de ese campamento fue la vaquita aquella. Allí fue cuando Fidel me da un abrazo y me preguntó: '¿cuántos fusiles traes? Cinco le dijo yo. 'Y dos que traigo yo son 7, ¡ahora sí ganamos la guerra!' dijo y yo no quise ponerlo en el diario y se lo dije a él mucho tiempo después, 'yo creí que tu te habías vuelto totalmente loco'".
Los jefe de la custodia se comunicaban con sus radios; "ya salimos", se escuchó que un joven rubio y fornido con saco a cuadros le decía a su par fuera de la casa, Reynaldo un mestizo de chomba a rayas que se parecía más a un barra argentino que a "Boogie el aceitoso".
Raúl se acercaba a la puerta de salida, pero faltaba la historia del Gramma, "ese barquito que no serviría ni para pasear por el Malecón".
"Fidel nunca ha perdido, nunca perdió, una vez estábamos presos en la misma celda, nos pasaban todo tipo de libros: El Capital de Marx, obras selectas, textos de Lenin, todo eso pasó hasta que un día alguien nos manda un libro que dice 'Stalin' y en la cárcel dicen 'ese no pasa', y Fidel le escribía al director de la cárcel que era un militar todos los días reclamándole hasta que le mandó el libro. ¿saben quién era el autor?... Trotsky... Y entonces allí estudiamos, cada vez que le entrábamos a El Capital yo le decía eso no se puede estudiar solo... el siguió leyéndolo, yo no... cambié de libro. Después jugábamos al ajedrez antes de acostarnos y por lo general él me ganaba, pero un día de esos que yo andaba con buena luz le he dado tunda tremenda, pero entonces no me dejaba acostarme hasta que él no emparejara... eso ya era abuso de poder. 'Tengo sueño' le decía, 'tu te quedas ahí' me contestaba hasta que él no tuviera un partido por encima de mí. Y es por eso que le ganó la guerra a Batista en 25 meses, ¿a quién se le hubiera ocurrido? Es decir 25 meses partiendo de 7 fusiles y después 15 o 18 que reunimos contra un Ejército, policía y órganos represivos que contamos en 80 mil".
"Raúl, cuéntales antes de irnos, cuando el Che preguntó ¿cuándo llegamos al barco? al montarse al Gramma", sugirió el canciller, mientras Carlos Lage avanzaba hacia la salida.
"Eso le pasó a más de uno... yo me enteré que ése era el barco y subí resignado. Por poco nos quedamos en el estrecho del Yucatán donde empezó a hacer agua y agua. Había que caminar en punta de pies porque todos estaban borrachos del mareo. Había mal tiempo, estaba prohibido salir. Había un cable atravesado, cantamos el himno, apagamos el motor y con el impulso lo pasamos por arriba y salimos, y ya un poco más afuera aquello era un revoltijo, el barco hacía agua, el agua subía, sólo un grupito se enteró y con unos cubos sacaban el agua, la bomba está rota y Fidel midiendo con un cordelito con una tirilla, hizo un cálculo y dijo 'estamos a 80 kilómetros de la costa'. Pero él lo había probado al cálculo sin contar 82 hombres y armamento para 100, eso nos redujo la velocidad 7 nudos. Santiago se subleva el 30 de noviembre -que era el día que debíamos coincidir- y eso fue un boomerang porque Batista reforzó con tropas enviadas por avión y cuando llegamos ya estaba reforzada la provincia. Pero en esa ocasión fue que subía el agua y pensábamos, no llegamos a la costa... había un botecito ahí atrás, que cuando llegamos al desembarco se hundió justo cuando el agua nos llegaba a la nariz. Entonces pregunto yo si hay salvavidas y Fidel que estaba midiendo me dice 'hace rato que no sube', más tarde otra vez... Hasta que nos dimos cuenta de que por una ley física los barcos navegan con su línea de flotación. Cuando va mas lerdo baja el calado y se mete agua por las tablas que deberían quedar fuera, por eso entraba agua hasta que se hinchó la madera y se selló. Y oíamos por radio cuando llegamos a Priente la sublevación de Santiago y llegamos el 2 de diciembre en lugar del 30 de noviembre. De los 7 días de travesía solo uno de buen tiempo, lo demás era un cachumbambe... Ese no era un barco ni para salir a pasear por La Habana....
-¿Cachumbambe? - preguntó este cronista.
-El movimiento del barco... eso fue una aventura, pero yo lo digo siempre, Fidel nunca perdió a nada, cuando jugábamos a las canicas, a las bolitas como dicen ustedes, él tenía que ganar, por eso los americanos no nos han ganado. Es un tipo fabuloso.
Salió de la casa del Che, les dijo a los periodistas que esperaban afuera que "Fidel mejora día a día", se dio vuelta para despedirse de sus interlocutores de la casa y lamentó que se hubiera hecho tarde. "No voy a poder ir a visitarlo, cuando lo vea le diré que estuve en la casa del Che", concluyó.
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