Domingo, 18 de marzo de 2007 | Hoy
Lo dijo en esta entrevista con Rosario/12 el ex cónsul de Italia en Buenos Aires, Enrico Calamai. Durante el golpe del '76, muchos llegaban a la puerta de su oficina buscando un pasaje a Italia, hacia la vida.
Por José Maggi
Enrico Calamai tiene 60 años y todo el cansancio en sus ojos, después de una jornada de homenajes, y reconocimientos en los que volvieron a pasar por su corazón los años en que fue cónsul italiano en Buenos Aires, entre 1972 y 1977, tiempo en el cual pudo salvar -no siempre con estrategias legales- la vida de decenas de argentinos que buscaron refugio y una salida del país en la oficina a su cargo. Llegó a Buenos Aires con solo 27 años y con su espíritu de poeta a cuestas. "Arrastraba la ilusión de conseguir un trabajo digno, y poder escribir", confiesa. Pero en realidad "me encontré con una durísima situación laboral en el Consulado de Italia, de absoluta insuficiencia de personal. Y la consecuencia era un desgaste psicofísico muy fuerte, una frustración laboral contínua y una incapacidad de resolver los problemas sustanciales. Y por supuesto, poca escritura". Así comienza su historia que él resume con humildad: "Sólo tratamos de abrir una puerta cuando todas se cerraban".
-"Buenos Aires era una ciudad europea, hermosa", confiesa.
-¿Cómo fue cambiando esa ciudad y su gente con el transcurrir del tiempo?
-Yo no recuerdo cuándo cambió, creo que con el gobierno de Isabelita incluso con las Tres A seguía habiendo vida cultural. Y cambió de repente el día del golpe, pero creo que hasta ese momento siguió habiendo mucha discusión, debate, mucha participación, mucha discusión política. Es decir sentir que América Latina podía cambiar a pesar de lo que había pasado en Chile, casi como si lo de Chile fuese una enfermedad localizada. La idea era que iba a ser una lucha muy dura, pero que se podía hacer, y que valía la pena intentarlo, había muchas posibildades de éxito por un mundo mejor. Desde mi lugar no la vi cambiar en absoluto ese día. Todo era igual el 23 que el 25 de marzo. Había sí algunos retenes policiales y controles militares, pero en la periferia, no en el centro que estaba igual. La gente iba al teatro, el tráfico era el mismo, las tiendas estaban abiertas y las oficinas trabajaban normalmente. Es más, la gente estaba aterrada que ocurriera como en Chile (por la resistencia al golpe) y al darse cuenta de que no era así pensó que Videla había hecho el milagro de un golpe con represión seguramente, pero sin la violencia del tipo chileno. Sobre todo se pensaba que era una operación de policía dirigida en contra de delincuentes comunes que asaltaban bancos, cuarteles y cárceles y cometían secuestros y robos.
-¿Cómo se comportaron las embajadas de los paises más importantes con el golpe del 76?
-Seguramente hubo acuerdos y contactos entre los militares argentinos y las embajadas, en lo que se llamaba la solidaridad occidental. Es decir que por parte de Argentina se habría explicado lo que se pensaba hacer, que era precisamente eso: Una operación de policía para limpiar al país, y recrear las condiciones para una economía sana, y volverse a los cuarteles. Pero con una especificación; precisamente como no iba a ser como en Chile, con una transformación política violenta, sino más bien una caza a delincuentes comunes, no se reconocería el derecho de asilo político a las embajadas. Los contactos de los militares fueron sobre todo de este tipo; les anunciaron a las representaciones diplomáticas que se venía el golpe, les prometieron que exclusivamente se iban a eliminar delincuentes comunes, propusieron volver al país al orden económico, y finalmente dijeron que la cúpula militar iba a ser moderada, no del tipo chileno y con la esperanza de volver lo antes posible a los cuarteles.
-¿Qué fue cambiando con el correr de los días?
-Empezaron a detener gente, que no aparecía en los registros. Fue entonces que comenzaron a plantearse los pedidos de Habeas Corpus, con un saldo muy duro: Los abogados que los presentaban eran asesinados. La gente comenzó a llegar entonces al Consulado, que no estaba preparado para esto y tratamos de conseguir un profesional, que logramos a partir del contacto con el partido Comunista argentino. Era un abogado de 50 años de origen italiano de apellido Librandi.
-¿Cuál fue su tarea entonces?
-Con las personas detenidas no tuvimos mayor suerte, salvo con una joven italiana, que fue blanqueada en la Cárcel de Devoto. Pero teníamos muchos casos de gente que se presentaba en el Consulado, gente joven, parejas con niños que venían a decirnos que estaban en peligro, que no tenían dónde ir, y que llegaban a nuestra puerta cuando ya no tenían ni dinero, ni escondite, ni contactos, cuando ya habían terminado todo, y por lo tanto era el final de la partida para ellos. En verdad primero iban a la Embajada de Italia, pero desde allí los mandaban al Consulado porque no querían refugiados políticos. Es decir, ese había sido el acuerdo. No había asilados políticos porque los perseguidos eran delincuentes comunes, según decían los militares argentinos. Entonces empezamos a enfrentar las situaciones, y nos dimos cuenta de inmediato que no se podía salir del país por Ezeiza, porque los detendrían. Todo lo hacíamos hablando con los perseguidos, no por iniciativa abstracta. Ya se sabía del Plan Cóndor, y sabíamos que en Uruguay operaban militares argentinos, así como otros chilenos actuaban aquí. Paradójicamente eso nos daba libertad de acción, porque los militares estaban esperando otra gente que no fueran unos turistas italianos, que de paso por Buenos Aires les habían robado el pasaporte por lo cual tenían uno nuevo, junto a un billete de avión de Montevideo a Roma. Esta es una manera muy sencilla de resumir la estrategia, porque los embarcábamos desde Aeroparque donde había menos control policial, que se hacia en el Uruguay.
-¿Hasta cuándo pudo cumplir su tarea en la Argentina?
-Hasta el 7 de mayo de 1977. Recuerdo el último viaje, en el que acompañé a dos jóvenes a quienes mantuvimos viviendo durante tres meses escondidos en el Consulado. Les hicimos un pasaporte falso, un documento de identidad falso, un billete de avion Ezeiza-Río, y otro para volar Río a Roma. Viajé con ellos hasta Brasil para cuidar de ellos, por si los detenían, ya que era distinto ante una autoridad consular. Esto fue posible porque es paradójico, gracias al representante de Varig, porque la gente de Alitalia no quiso hacerlo porque era contrario a la ley.
-¿Estaba solo en esta tarea?
-No, yo era parte de una estructura, tenía detrás una fuerza política como el Partido Comunista Italiano, y eso me facilitaba las cosas. Pero en 1976 hubo una elección muy buena del PC que superó a la Democracia Cristiana, y contrariamente a lo esperado esa victoria les dio nuevas responsabilidades por lo cual renunciaron a la política exterior, y decidieron no hacer nada que pusiera en peligro el equilibrio bipolar mundial. Por su parte los militares argentinos tenían muy buena relación con sus pares soviéticos, que impusieron la fantasía que Videla era un moderado y que había que ayudarlo porque si no todo hubiese sido peor. Así que pidieron a los partidos comunistas hermanos que callaran. Y la idea que ganó es que no se iba a poner en riesgo las relaciones entre países que comerciaban fuerte por cuatro delincuentes comunes. Allí sí estuve solo y comprendí que se había terminado mi capacidad de acción.
-¿Cuánta gente salvó con su estrategia?
-No sé realmente. Cuando comprendí que estaba quemado decidí salvarme. Era como estar en el medio del mar, y uno es rescatado, pero deja a los demás en el agua. Eso no se olvida. Yo elegí la vida, elegí vivir, pero la amargura y la herida no se van a cerrar mientras viva, no es posible.
-Pero ayudó a salvar a mucha gente...
-Algo hice, es verdad algo hice- confiesa mientras baja la cabeza y su mirada se cubre de lágrimas.
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