Jueves, 14 de junio de 2012 | Hoy
PSICOLOGíA › ACERCA DE LA REITERACIóN DE CASOS DE BULLYING EN DISTINTAS ESCUELAS
El acoso que sufren los alumnos adolescentes en los establecimientos educativos deja al descubierto la trama entre la crucial identificación con los pares y la búsqueda de la singularidad, en un proceso que interpela a los adultos.
Por Sergio Zabalza*
"Pues, de lo terrible, lo bello no es más que ese grado que aún soportamos..." Reiner María Rilke.
El bullying es el acoso que sufre una persona en el ámbito laboral, educativo o familiar. Consiste en un hostigamiento que supone, no solo violencia física o verbal, sino toda manipulación o abuso de poder que redunde en la discriminación, denigración, exclusión, o cualquier otro daño u ofensa moral que atente contra los derechos humanos y la dignidad de una persona.
En los últimos tiempos se han repetido casos entre la población adolescente de los establecimientos educativos. El último ocurrió hace un tiempo en Tunuyán, provincia de Mendoza, donde una niña de trece años fue agredida por cuatro varones que la insultaron y golpearon por su condición física. La púber fue internada a raíz de los golpes, caratulados como lesiones calificadas en la causa judicial correspondiente.
No todos los casos de bullying portan en su ominosa repitencia las mismas problemáticas. La agresión entre adolescentes alberga causalidades muy precisas que hay que atender, si es que de veras queremos proteger a nuestros jóvenes.
Durante la adolescencia, un chico o una chica dedica buena parte de su energía, lo sepa o no, a conformar una nueva imagen corporal. De la misma depende su inclusión en el grupo de pares o la amenaza del exilio en el mutismo y el aislamiento. La niñez ha quedado atrás y la irrupción pulsional empuja a encauzar el torbellino de emociones y desafíos que la nueva etapa trae consigo. No hay otra forma de armarse un cuerpo que no sea a través de la identificación con algún modelo.
Puede ser un deportista, el diariero, o un escritor, no importa. La psique se encarga, vía metafórica, en traducir los rasgos elegidos en puntales de la nueva imagen que, con mayor o menor eficacia, brindarán soporte a ese adulto por venir que, en definitiva, es un adolescente. Pueden ser gafas o bíceps poderosos, da igual. Lo importante es la función de identificación que amalgama la singularidad del sujeto con las coordenadas que constituyen un colectivo. Tramitación que, por cierto, no es sin avatares ni tropiezos.
Es que a veces los modelos son tan exigentes, los rasgos tan inalcanzables y los mandatos tan imposibles, que el desenlace obligado no es otro que la frustración, la estereotipia o la inhibición. Allí sobreviene la violencia. Por ejemplo: si no se puede acceder a la mujer entronizada por un arbitrario modelo estético, se golpea entonces a aquella cuyo semblante no coincide con la imagen por todos aceptada. En este caso opera una identificación por idealización con el objeto admirado. Sin embargo, es posible encontrar una motivación aún más decisiva, certera y audaz. ¿Por qué no pensar que la agresión deviene como consecuencia de sentirse atraído por una compañera cuyo semblante no se condice con la estereotipia que el grupo de pares impone?
En ambos casos lo que prima es el horror a la diferencia, solo que en el segundo se destaca el drama que supone poner en juego la propia singularidad dentro del grupo de pares. En el único texto que dedicó a la adolescencia -prefacio a "El despertar de la primavera"- Lacan formula que "un hombre se hace El hombre por situarse como Unoentreotros, por incluirse entre sus semejantes". Una tarea con la que los adultos podemos colaborar solo si revisamos nuestra propia inclusión en el grupo de pares.
*Psicoanalista. Autor de Neoparentalidades. El Porvenir de la Diferencia (Letra Viva).
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