Jueves, 3 de octubre de 2013 | Hoy
PSICOLOGíA › SOBRE LOS DISCURSOS QUE NOS HABLAN SIN CESAR
Por Elsa Emmanuele*
Una ruidosa polisemia de la noción de Discurso atraviesa el espesor del siglo XX. Y no es por azar, es justamente por su entramado con la microfísica del poder. Hablar es hacer algo distinto a expresar lo que se piensa, no es poner en juego las estructuras de una lengua. Los Discursos nos hablan sin cesar, penetran nuestros cuerpos. Sin embargo no hablamos todos del mismo modo, ni siquiera decimos lo mismo. Somos hablantes y hablados por una maraña de Discursos que operan enlazados, mezclados, yuxtapuestos. Y lejos de tratarse de inmóviles determinismos, se trata del más preciado enigma humano que al fin de cuentas revela su singularidad. Hablamos.
El libro Los discursos que nos hablan intenta documentar, interrogar, pensar de otro modo. Sin buscar datos, sólo tropezando con ellos. De ahí la relevancia de los episodios vividos cuyo registro escritural adquiere un valor tan primordial como la localización de pintorescos decires en corpus documentales. O la irrupción de acontecimientos que destrozan alguna evidencia, que rompen certezas apócrifas pero naturalizadas (dolorosa muestra ha sido la trágica explosión edilicia de agosto de 2013: ¿qué es la inseguridad? ¿Está acaso donde nos dicen que está?). Es que valerse de la historia para interrogar el devenir presente implica enfrentar esas rarezas del poder de afirmación, esa grisácea antigüedad de lo que hemos naturalizado como verdadero. Mapas y paisajes en movimiento, diagramas, dispositivos.
Poner en uso las líneas y pliegues rectores del sendero de Foucault es sostener la entereza de un juego analítico, de una praxis que tensiona categorías -como los procedimientos de exclusión, control y sumisión discursiva- y principios metodológicos como el de exterioridad. Un juego analítico que sólo es posible desde metodologías no convencionales bajo férrea defensa del ensayo y en contra de todo atisbo de neutralidad.
Praxis que no se corresponde con el análisis de discurso de la semiótica -experticidad que no es la nuestra-, no implica pesquisar relaciones de sentido sino interpelar relaciones de poder ensambladas con el saber, con el régimen político de lo verdadero, la gobernabilidad, las luchas políticas, las formas de subjetividad, el lazo social. Rarezas de una discursividad que no es ni obvia ni natural: es práctica social.
*Doctora en Psicología.
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