PSICOLOGíA › JUEGO Y HUMOR EN EL TRATAMIENTO DE PACIENTES
› Por Sergio Zabalza*
"El deporte sirve para expresar el contrato humano", decía Roland Barthes. El período de las vacaciones de invierno brinda la oportunidad de recuperar el valor del juego y el humor. Aquí algunas consideraciones al respecto. El lenguaje testimonia la presencia del juego en la vida de las personas. Por ejemplo, muchas metáforas nacidas en el ámbito futbolero se trasladan a temas alejados de lo que sucede en las canchas: hay que tener cintura; se abrió de piernas; me la dejó picando; te mandaron al banco; no me da pelota; yo toco al costado; me metió en un arco; me patearon; tirame un centro; no caza un fútbol; me la puso en un ángulo; paremos la pelota; a ese le faltan jugadores; pifiaste feo; y muchas otras que testimonian el vibrante matrimonio que las palabras y el cuerpo conforman para sublimar dramas y afanes a través del artilugio simbólico por excelencia: el juego.
De hecho, en el tratamiento de pacientes con graves carencias simbólicas, es notable el efecto vivificante que provoca el recurso lúdico sobre esos cuerpos sometidos a una mórbida y pesada voluntad orientada hacia el eterno retorno de lo Mismo. No en vano, Sigmund Freud ubica en una diferencia de período, el pasaje de lo cuantitativo a lo cualitativo, que instituye la dimensión del principio de placer. El juego convoca la dimensión temporal a través del corte que imponen las reglas, por más sencilla que la actividad lúdica acontezca. De allí las sonrisas en los rostros, el entusiasmo y la picardía que se dan cita en un taller de juego y movimiento de un hospital de día.
Todo juego, por más que se practique en soledad, consta de un sujeto, un Otro imaginario o no y un objeto que no se sabe a quién pertenece. Simple estructura que aporta la cuota de imprevisibilidad y contingencia necesarias para insuflar ánimo en los cuerpos. Es que, según Freud, una de las vertientes del humor es el disparate. Esta vía de la comicidad reside en la pérdida de compostura que un error o un traspié originan en el actor, quien en nuestro caso, lejos de caer como un resto se ríe amparado en el consenso que las consignas del juego establecieron entre los varios que componen el taller.
Aquí cobra todo su valor el cruce entre diversión en su acepción diversa, y el equívoco, oportuna articulación que hace vacilar el sentido unívoco que somete al sujeto. Así, el humor testimonia el restablecimiento del matrimonio entre las palabras y los cuerpos. Pero la sonrisa también trasunta la faz de confianza que supone el hecho de contar con el otro. En efecto, un sujeto puede consentir a ser llevado en andas durante una carrera de postas sin sentirse pasivo ante el goce del Otro a condición que funcione el límite que el aparato simbólico del juego impone.
Estos elementos: humor, confianza y límite, se aúnan en la terceridad que los instrumentos del taller aportan. En efecto, por ejemplo: la pelota, que al circular de mano en mano en la ronda del taller se va cargando con la pesadez que aplastaba el ambiente, y apenas una torpeza la deja caer, hace estallar en risas lo que antes acumulaban los cuerpos.
*Psicoanalista.
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