PSICOLOGíA › LAS CARTAS EN LA PRODUCCIóN DEL SABER PSICOANALíTICO
› Por Belén del Rocío Moreno C.*
Pertenezco a aquellas criaturas humanas que se pueden localizar la mayor parte del día entre dos muebles, uno de forma vertical, el sillón, y otro que se extiende horizontalmente, la mesa, y de los que comenzó a surgir toda la civilización como coinciden los historiadores de la cultura, porque estos dos muebles reclaman con razón el predicado de sedentario o de 'asentamiento'.
Quizá, para utilizar las palabras del Freud posterior, una "coerción forzosa" lo obligaba a leer y escribir; tal deseo vuelto imperativo lo conducirá, mucho tiempo después, a descifrar la escritura de los sueños. Con las cartas a Silberstein, Freud abre una amplia serie de corresponsales cuya función será muy importante en la producción del saber psicoanalítico. El lugar del destinatario de la correspondencia ingresará luego en la escritura de sus textos como tercero supuesto entre el lector y el autor, lugar desde donde se formularán preguntas inevitables, se llevarán los argumentos al límite, se pondrá, en fin, a prueba el rigor de sus planteamientos.
La escritura para Freud no sólo era el medio para dar a conocer los productos de su investigación; ante todo era el instrumento mismo de la investigación. ¿Cuántas veces su escritura nos conduce por los más impensados meandros de la reflexión, para después por los mismos efectos de la escritura deshacer lo formulado y replantearlo en nuevos términos? No podía ser de otra manera, pues la condición escritural del inconsciente y litoral de la letra imponen de suyo a esta investigación su instrumento. Escribir para otro y alojar al Otro en su escritura es lo que Freud comienza a esbozar con este primer corresponsal. En 1884, en una carta dirigida a su prometida, Martha Bernays, Freud recordará así aquella época: Hoy ha venido a verme otra vez Silberstein, me tiene el mismo afecto que antes. Fuimos amigos en una época en que no se entiende la amistad como un deporte o una ventaja, sino que se necesita al amigo para vivir con él [...] Estudiábamos juntos español, tuvimos una mitología propia y nombres secretos que habíamos tomado del gran Cervantes. En nuestro libro español de lecturas encontramos una vez un diálogo filosóficohumorístico entre dos perros que están sentados contemplativos delante de la puerta de un hospital, y nos apropiamos de sus nombres; tanto en el trato escrito como en el oral, él se llamó Berganza y yo Cipión. Cuántas veces escribí "querido Berganza" y firmé "Tu fiel Cipión, perro en el hospital de Sevilla".
*Artículo completo en la Revista de Psicoanálisis "En el margen", sobre las Cartas de Juventud de Sigmund Freud, Gedisa, Barcelona 1992. Edición de la versión española a cargo de Angela Ackerman.
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