Lunes, 24 de septiembre de 2007 | Hoy
OPINIóN › SIETE DIAS EN LA CIUDAD
La regulación para las alturas de edificios en el área central ya está lista para ser debatida por el Concejo. Los arquitectos no la ven bien, pero en realidad llega cuando ya hay muchas construcciones en marcha y la realidad financiera amenaza con parar el boom del sector que se inició pocos años atrás.
Por Leo Ricciardino
La paradoja fáustica del desarrollo se da en los países emergentes, en realidad, de manera pseudofáustica, como dice Marshall Berman. Y aquí sí que "todo lo sólido se desvanece en el aire". Que otra cosa representan si no esa docena de edificios abandonados a medio terminar en el macro centro de la ciudad. Son emblemas de ese desarrollo a tontas y a locas que supimos conseguir, de la misma forma que entramos en las profundas y negras depresiones económicas y sociales, oscilamos hacia el extremo de la euforia desarrollista. Es entonces cuando ese boom constructivo de tan solo 24 meses atrás encuentra una pared, no para anexar a un edificio, sino enfrente, una pared que lo detiene y disuelve la burbuja.
Pero el mal queda. El impulso inversionista inmobiliario en Rosario se da en el marco supuesto del beneficio para la gente, para la que invierte y para la que puede acceder a una vivienda. Y también para la mano de obra que mueve esa misma inversión. Pero como en muchos otros casos, las cosas no son tales. Muchos de esos inversionistas se han quedado sin dinero para terminar esos edificios, el 90 por ciento de la gente que necesita vivienda no puede acceder al crédito para llegar a ella, y -un mito enorme- la construcción en Rosario representa un ínfimo porcentaje en la creación de empleo genuino que sigue liderado por el sector servicios.
No es raro que de la burbuja constructora se pase, nuevamente, a la burbuja financiera con el corrimiento de las tasas, y el dinero más caro vuelva a ser más redituable que los ladrillos. Ninguno de los tantos edificios que se encararon en la ciudad fue concebido fuera del cálculo por excedente de dinero, con lo cual ese mismo excedente puede virar rápidamente hacia otros horizontes. Un inversionista es siempre un inversionista, ponga donde ponga el dinero. El diferendo moral entre ladrillos y mesas de dinero es tan falso como la burbuja misma.
Es por ello que la regulación que diseñó el Ejecutivo para acotar el boom constructivo, llegue a destiempo, cuando el mal ya fue hecho. De todas maneras, es una forma de preservar. Por más que al Colegio de Arquitectos de Rosario le parezca que el municipio "está apurado". Claro, es como preguntarle a Drácula si prefiere un bife bien jugoso o una ensalada de lechuga.
Es realmente significativa la encuesta que encaró el gobierno local entre los vecinos a propósito del tema de las alturas. Al 75% por ciento de la gente no le gustaría que construyan edificios en su zona, el 58,3% no está de acuerdo con las construcciones de altura. De ellos, casi el 60% se opone a este tipo de estructuras por la sombra que proyectan y la consecuente pérdida de luz que genera. Ergo, no quieren perder calidad de vida. Es absolutamente razonable, pero también contradictorio. Porque si se realizara una encuesta que preguntara ¿dónde quiere usted vivir?, resultaría altísimo el porcentaje de los que responderán "en el centro".
De cualquier manera, el Proyecto de Reordenamiento Urbanístico del Area Central que será remitido al Concejo esta semana, estableció una altura máxima de 23 metros (unos diez pisos) con unas pocas excepciones donde se podrán levantar 30 metros. Y la altura máxima permitida para los centros de manzana, será de no más de 6 metros.
Todas estas regulaciones, cuando ya hay en la ciudad y -precisamente en la zona a regular- unos 200 edificios en marcha, puede traer consecuencias para los barrios. Especulación sobre terrenos que estén por fuera del área limitada, estructuras que proyecten sombras enormes sobre calles hoy arboladas y soleadas, con la consecuente pérdida de beneficios en esas barriadas.
El proceso ya está en marcha y será difícil encuadrarlo ahora. Se parece un poco a lo que pasó en los '60 y '70 cuando esa misma fiebre -y sin la conciencia que hay en la actualidad- nos legó ese "hermoso" túnel de viento, ese pasillo que desemboca en el río que hoy es la avenida Pellegrini.
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