Lunes, 31 de diciembre de 2007 | Hoy
OPINIóN › SIETE DIAS EN LA CIUDAD
El intendente sabe que su gobierno no es ya el espejo para mirarse porque ahora, con la llegada de Binner a Santa Fe, se quiere construir un espejo más abarcador, reproducir el modelo de gestión de esta ciudad en muchos lugares.
Por Leo Ricciardino *
El intendente Miguel Lifschitz sabe que ahora todos los flashes apuntan a Santa Fe, ahí está centrada la atención. Ahí está también parte del equipo que se formó en los claustros socialistas de los últimos años en Rosario. Sabe además que la ciudad es ya la "vieja" experiencia de gobierno del partido y que ahora el desafío mayor lo pone más atrás en el plano. Lo sabía antes: los años del Congreso Internacional de la Lengua, los de la recuperación social y económica de Rosario, pasaron. Y no volverán por ahora. Conoce que ya no habrá comparaciones para hacer con la provincia porque es una y la misma cosa. Ese era el proyecto, ese es. Y hay disposición para llevarlo adelante.
Rosario y su gobierno no son ya el espejo para mirarse porque ahora se
quiere construir un espejo más grande, más abarcador, que cubra el
territorio que, precisamente, votó para ver esa reproducción de esta ciudad en muchos lugares. Réplicas a escala de un lugar que se fue construyendo y amplificando como un polo de desarrollo, no productivo (no es eso lo que llama la atención porque muchos otros lugares de Santa Fe también lo son), sino cultural, moderno y sumamente atractivo. La eterna seducción de la polis. El influjo de sus poetas, la estrella de su bohemia.
La ciudad reinventó un modelo de gestión y de narrar esa administración al que mucho contribuyó el propio Lifschitz. Pero ya está, ahora la historia la cuenta Hermes Binner en Santa Fe, donde todo lo que aquí se vio será novedoso allá.
De hecho, la enorme cantidad de votos que obtuvo el intendente para su reelección fueron un premio a ese pasado, a ese ciclo de cuatro años donde todo parecía hacia arriba. Donde Kirchner y Lifschitz llegaban al poder y Argentina y Rosario iniciaban el prodigioso camino de la recuperación. Aquí no se hablaba de tasas o modificación de gravámenes, ni de sueldos municipales. Aquí se hablaba de Saramago caminando por las calles y firmando autógrafos junto a Fontanarrosa. De la gente votando cómo quería que fuese la ciudad en los distritos o cuánto dinero se le iba a destinar a una u otra cosa. Del "Tríptico de la Infancia" ideado por Chiqui González, de la "Fuente de los deseos" de Dante Taparelli. De la empresa estatal de transporte y de la Mixta. De las nuevas avenidas que conectan con el norte.
Aquí no se hablaba de caos vehicular y de la flota de taxis. Se hablaba del boom de la construcción y no de los problemas de los vecinos linderos a las obras.
Ese lenguaje florido y benevolente cambió. No porque algo haya hecho mal el intendente (claro que hay cosas discutibles como siempre), sino que algo está terminando. Eso es lo que pasa. Y Lifschitz está al frente del final de ese ciclo. El sentido inaugural ya no es el mismo. Y a eso tendrán que acostumbrarse los funcionarios y también los rosarinos.
El intendente, quizás como nadie, supo que esto se avecinaba de antemano. Lo dijo en confianza en varios círculos: "Es difícil aunque sea repetir lo que uno ha hecho si la gestión ha sido medianamente buena". Y es cierto, fueron cuatro años muy dinámicos y si bien la economía sigue creciendo y no se ve una recesión en el horizonte inmediato; Rosario tendrá que trabajar duro para que su crecimiento no se detenga.
Habrá que recurrir no sólo al ingenio y a los hombres que hicieron posible además todo este relato de gobierno (que hoy se encuentran casi todos en Santa Fe); sino también a los recursos que hoy no son precisamente abundantes. No por desmanejos financieros sino por la creciente demanda del rosarino medio, en obras, en cultura, en ideas que embellezcan y hagan cada vez más confortable a la ciudad. Pasa como en las economías familiares, una vez satisfechas las necesidades básicas, padres e hijos irán por el confort, por una vida mejor.
En este marco, Provincia y Municipalidad no sólo deberán complementarse en planes estratégicos de todo tipo -lo que será sin duda un alivio para el escenario local-, sino que además deberán acostumbrarse a compartir logros, a acordar en que las iniciativas ya no tendrán firma clara, que serán producto de un proyecto más grande y ambicioso.
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