Uno de los errores más frecuentes de los gobernantes es creer que si se sinceran determinadas cuestiones, se muestran flancos débiles. O piensan que ante una verdad, digamos, difícil, el público concluirá rápidamente en que el gobernante no es apto para sus funciones y eso minaría las bases de su poder.

Por eso les cuesta tanto admitir cosas que, a veces, son producto directo de la realidad. Por eso, para el intendente Lifschitz fue una "catástrofe" tener que comunicar que los rosarinos pasarían a pagar entre 10 y 40 pesos más por mes (en rigor, el 80% sólo pagará 10 pesos más). Que a nadie le gusta que le aumenten nada es ya harto conocido, pero el problema más grave es la cara de circunstancia que ponen a veces los funcionarios. Ese es el "costo político" más alto: dejar la cresta de la ola un rato y aterrizar en la playa a veces no de la manera más elegante. La gravedad es la importancia que el protagonista y su entorno le den a esa "caída". Porque también se puede dar a entender claramente que no todos los tiros dan en el blanco y que no siempre se puede andar arrancando aplausos de la tribuna. Bah, que todos los años de una administración no pueden ser una fiesta.

Por eso, el cómo y el cuándo son aquí tan importantes como el cuánto. Lo mismo hizo Binner en la provincia: ¿Había necesidad de anunciar el aumento en la tarifa eléctrica en medio del verano cuando ya ningún corte programado o no podrá ser solucionado mediante inversiones que demorarán años? ¿Qué tal hubiese sonado el mismo incremento en mayo?, por ejemplo.

Aquí en Rosario, no es difícil comprobar (porque hace sólo cinco meses atrás lo votó casi el 65 por ciento por ciento de la gente) que la mayor parte de los vecinos no cree que el intendente se haya "fumado" los recursos. Pero cualquier observador de la realidad notará que el municipio absorbió en los últimos años cuestiones muy importantes como la Semtur y ahora la empresa Mixta. Y lo hizo obligada porque el sistema se caía por muchos lados. Ahora, ¿alguien suponía que era gratis? Además de municipales, el Ejecutivo tiene que cumplir ahora convenios de la Unión Tranviarios, que son muy buenos y -como toda conquista gremial- muy justos. Pero hay que pagarlos.

Por eso, no está mal lo que hizo la municipalidad para mantener el transporte, pero demoró mucho en aquella oportunidad en comunicar la dificultad que esto suponía y dilató excesivamente el aumento del boleto por el miedo a lo antipopular. Conclusión, el boleto aumentó igual y la gente protestó.

Ahora se viene otra. Recolectar la basura de Rosario y trasladarla hasta su disposición final le cuesta al municipio 250 mil pesos diarios. Es decir, cerca de 100 millones al año, una cifra que podría reducirse notablemente si la recolección dejara de realizarse diariamente, como se hacía años atrás. Pero eso implicaría revelarle al rosarino medio que no se está resintiendo un servicio, sino que se están optimizando recursos para no tener que seguir incrementando los tributos ante una demanda cada vez más creciente y extendida como esta. Pero para eso es necesario concientizar que en ninguna ciudad moderna del mundo los residuos se recogen todos los días. Y para eso, seguramente falta un tiempo.

Quizás uno de los errores que pueda marcarsele a esta administración es dejar que los problemas se agranden demasiado. Los desafíos hay que tomarlos, pero no siempre postergar las amargas decisiones termina siendo la política más recomendable para una gestión que se ha caracterizado por enfrentar tanto éxitos como fracasos. Como, ciertamente debe sucederle, y le sucede a cualquier gobernante en este y otros lugares del mundo. Con distinta suerte, pero nunca a costo político cero.

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