Todo tiene un punto, un freno, un lugar de llegada, un cauce. Si no, la cosa desborda, cae, excede, se desmadra, explota. Y cuando esto pasa, ya nada es igual que antes y cuesta el doble volver a encausar, frenar, levantar, y demás verbos racionales. Esta es la situación en la que se encuentra el campo. Pero no diría el campo, ni siquiera diría mesa de enlace, tampoco las cuatro entidades ruralistas. Lo más correcto sería decir que este es el punto exacto en el que se encuentra la Federación Agraria Argentina (FAA), que así como llevó durante todos estos días y en el paro anterior también, el peso de los piquetes, la voz de los chacareros, el ariete más puntiagudo contra el gobierno, el cuadro más racional y formado (Eduardo Buzzi) como vocero que permitió aclarar por qué la necedad de un gobierno había llevado a juntar a quienes no deben estar juntos; ahora todo da lo mismo. Y eso, siempre es una lástima. Siempre es una pérdida.

A nadie en todo el espectro popular de la política y la sociedad argentinas le importará que hagan de acá en más Luciano Miguens o Mario Llambías, como tampoco a ellos les interesará. Pero sí había puentes, entendimientos, pertenencias e identificaciones con Buzzi, Pablo Orsolini, Pedro Peretti. A ellos, desde determinados sectores se les exigió el doble, como alguna vez también ellos hicieron señas desesperadas hacia un gobierno autista que no entendía quién era quién en el conflicto. La primera parte, vaya y pase, el gobierno embestía como toro ciego en un rodeo nutrido y heterogéneo. Pero ahora, el conflicto tiene ganada la mayoría de edad y cada uno es responsable de lo que hace y dónde se pone. Y la FAA tendrá la mayor de las responsabilidades, junto a sus dirigentes que hoy se debaten entre ver a los que los corren por izquierda desde su propio redil, o a la sociedad que ya empieza a manifestar su hartazgo con el sector al que vuelve a ver tan lejano como antes del conflicto a la hora de hablar de rentas e ingresos.

La histeria que invadió a algunos dirigentes ruralistas hizo explotar en privado a Hermes Binner, que fue el primero que los apoyó y al que fueron a visitar el viernes pidiéndole -un poco más- que donara su sangre para saldar el entrevero del que no saben salir. El gobernador santafesino lo único que hizo fue subsanar el error cometido en la firma del documento anterior: Puso entre los puntos del documento la necesidad de que el campo levantara la medida para negociar. Una premisa básica aún con lo devaluado que está el discurso del gobierno nacional.

Binner terminó tras la última reunión con el campo dándole un marco de mayor credibilidad a las palabras que cruzó en privado con funcionarios nacionales, que lo que escuchó de boca de los exaltados dirigentes que pretendieron arrastrarlo a un acto frente la propia casa de gobierno en Santa Fe. De paso aclaró que no participará del acto del 25 en Rosario. Tampoco prestaría su figura el intendente Miguel Lifschitz, conciente de lo mucho que tendría para perder en un marco de exaltación campera que ya no tiene el mismo apoyo de semanas atrás.

El gobierno comprendió lo que al campo aún le cuesta digerir: El silencio, la no agresión y los llamados al diálogo le dieron mejores resultados que la provocación, los insultos y la bofetada de Luis D'Elía en Plaza de Mayo. El turno sigue siendo del campo, si no acciona esta semana, los motivos de la lucha se irán deshilachando notoriamente con el correr de los días. Si hasta en la "guerra" con los medios parece que hubo pipa de la paz. Como sea, Rosario sigue puesta allí como epicentro de la protesta o, por el contrario, ya se la ofrecieron como escenario a la propia presidenta si es que hay acuerdo.

[email protected]