OPINIóN › SIETE DIAS EN LA CIUDAD
Raro el sábado, frío, inquietante. Con las cadenas de noticias mostrando cómo la Gendarmería tironeaba a De Angeli, mientras nutridas columnas de jóvenes marchaban por Rosario hacia la zona sur para asistir al acto de homenaje al Che Guevara, a 80 años de su nacimiento. Si hasta un dirigente chacarero decía "nuestro espíritu está con el Che". A veces, poco resulta demasiado.
› Por Leo Ricciardino
La sensación era rara. Daba gusto, alegría contagiosa ver a los contingentes de jóvenes que habían llegado desde distintos puntos del país para ir al homenaje al Che Guevara a 80 años de su nacimiento. El símbolo estaba ahí, el mito más vivo que nunca y movilizando como siempre en las calles de todo el mundo. Las columnas bajaban hacia el sur bordeando el Paraná para llegar a 27 de Febrero, al parque Irigoyen donde casi 50 mil personas se terminarían congregando en una celebración que -a pesar de todo- será histórica para la ciudad.
Pero adentro de las casas, no era la estatua del Che hecha por Zerneri con casi 15 mil llaves fundidas provenientes de toda Latinoamérica lo que mostraban los televisores a la hora del almuerzo. Lo que se veía era la Gendarmería tironeando a De Angeli hasta dejarlo con la panza afuera, hasta convertirlo en un símbolo injusto. Hasta darle lo que este dirigente busca en el fondo, por más que se haga el chacarero bruto y campechano. A mí no me engaña y yo ya no quiero dejarme engañar por nadie. La verdad. Tampoco por Buzzi que repite el combate contra los pools de siembra pero que en los piquetes lo único que persigue es hacer retroceder al gobierno, y ver cuánta ventaja le saca De Angeli, con la panza al aire en primer plano.
Los chicos con las banderas rojas enrolladas hasta llegar al parque Irigoyen, al parque del Che miraban atónitos a los caceroleros del sábado al solcito en el monumento. Casi conmovían con sus miradas hacia esas señoras golpeando las tapas, contra ya no se saben bien quién. El gobierno se supone, que tampoco puede engañar a nadie con los Fernández, que gastan las pantallas tanto como la panza de De Angeli, y su prédica de mano enrollada como rematador de feria. El gobierno le dio lo que quería: Por unas horas fue un "preso político", por unas horas la vergüenza era tan fuerte que casi se tornaba insoportable.
Lo más cálido de este frío fin de semana era estar con el Che. A lo mejor lo más cómodo también, pero bueno, tampoco eran el símbolo del sacrificio aquellos que hicieron la digestión golpeando ollas frente al río. Los que se fueron apagando con el sol. Si hasta a D'Elía daba lástima verlo denunciando que lo habían golpeado con una botella de plástico en el Parque a la Bandera.
Acá los únicos que no comen son los transportistas. Los más legítimos de la protesta, los que no trabajan hace tres meses, los que no pueden aguantar ya más y sin embargo estiraron su solidaridad hasta donde pudieron. Son los que simbolizan el hartazgo de una sociedad que ya no quiere ver más este tironeo estéril y de poca monta. A un gobierno torpe y orgulloso y a un campo arrogante, porque eso es lo que hace, arrogarse banderas, patria, nacionalismos, gestos prestados y representaciones ajenas. Ser un hombre de trabajo no exime a nadie de sus responsabilidades políticas, desdeñar la política y maldecirla mirándose el ombligo, no sólo es injusto y egoísta, sino peligroso.
Ya todos perdimos la cuenta de quien respondió de qué manera a tal o cual agresión. A nadie ya le importa esto. Ahora todos estamos concentrados en adivinar cuándo se termina y -que quede claro- ya no hay espacio para que nadie se lleve los laureles de nada. Por si alguien lo está pensando. Tampoco los que creen que la apelación pública al diálogo es -a esta altura- una contribución profunda. Por favor, eso ya lo saben hasta los chicos de jardín.
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