Lunes, 23 de marzo de 2009 | Hoy
OPINIóN › SIETE DÍAS EN LA CIUDAD
La batalla del campo atraviesa todo el espectro político de Santa Fe, que se encamina a los comicios con candidatos temerosos del castigo popular, intendentes dispuestos a no perder su oportunidad y dirigentes agrarios entusiasmados con sumarse a las listas de candidatos en los lugares que ya comenzaron a ofrecerles.
Por Leo Ricciardino
La política, en confrontación abierta, puede ser demencial. Si no que lo diga ese grupo de intendentes del sur provincial que quiere pedirle al gobernador Hermes Binner que "rechace" el dinero correspondiente a Santa Fe por el Fondo Federal Solidario que lanzó la presidenta Cristina Fernández la semana que pasó. Pero el gobernador ya había anticipado que "acá nadie va a rechazar nada", en referencia a los 500 millones extra que le tocarían a Santa Fe. Casi la misma cifra que el propio gobierno provincial esperaba recaudar con la malograda reforma tributaria en Santa Fe. Además, otro grupo de intendentes que piensan también en las necesidades de sus poblaciones, se preparan para asegurarse de que ese dinero -que se genera principalmente en estas tierras- sí llegue a los santafesinos.
En este territorio, el conflicto con el campo lo atravesó todo: Al peronismo primero, al gobierno socialista después. Y también sumó a los oportunistas que vieron su ganancia en el río revuelto. Señoras que jamás podrían pensar en una candidatura a senadora nacional ya se refriegan las manos e intendentes que ocultan los millones que recibe su agroindustria de parte del mismo gobierno nacional contra el que despotrican sin miramientos esperan ansiosos su turno para una lista o una reelección.
Claro que el gobierno nacional ha elegido el camino de la confrontación y es doblemente responsable por no solucionar esta crisis. Sobre todo porque una cosa es un modelo económico y de redistribución; y otra muy distinta son los problemas de gestión que derivan no ya de decisiones ideológicas sino de una inoperancia política que muchas veces resulta inexplicable.
Hoy en Santa Fe, muchos creen que ser chacarero es un valor o una virtud en sí misma. Por eso Roxana Latorre dice en los medios que Carlos Reutemann es "más agricultor que político". Porque la política es la mala cosa, la mala palabra, lo que huele a rosca. Por eso la marcha contra la inseguridad en Buenos Aires la lideraron religiosos, porque nadie quería políticos allí. Claro, pocos sospechaban que el cura y el rabino terminarían haciendo los más políticos de los discursos. Y no era difícil sospecharlo, porque la política es irremplazable, es indispensable. Sólo la derecha juega a desparramar el juego de la antipolítica. Cuando esos sectores ganan en ese juego seguro es que pierde la gente, no los pocos jugadores que conocen las reglas al dedillo. Porque las inventaron.
Casi como aquel slogan "Todos somos el campo", en Santa Fe parece que todos dependemos del campo. Pero no desde el punto de vista productivo, sino desde el punto de vista electoral. Por eso habrá dirigentes chacareros colados en las listas. Porque queda bien, porque puede sumar voluntades. Claro que no por convicciones.
Hasta el propio Binner, que demostró buenos reflejos en los inicios del conflicto y trató de ofrecer soluciones meditadas a uno y otro sector en pugna, ha quedado ahora sin argumentos. Aún sostiene la suspensión por 180 días de las retenciones a la soja cuando ya ni siquiera la Mesa de Enlace comparte ese reclamo. El escenario es muy cambiante y, la verdad, a veces resulta difícil saber qué quiere uno y otro.
Pero lo peor que le puede pasar a un dirigente -sea del campo, del partido del gobierno o de la oposición- es caer preso del temor. Del miedo a perder, de ser superado por las bases, de no montarse a tiempo sobre la ola vaya para el lado que vaya. Cuando ese miedo se apodera de la dirigencia, ésta deja de pensar y de cumplir con su rol de conducción. Se transforma en un eco de los dislates de la masa para ganar, pero termina perdiendo. Y lo que es peor, termina haciendo perder a esos sectores que dice representar.
Santa Fe está hoy presa de esos vaivenes, casi como todo el país, pero esta batalla tiene una significación especial en una provincia con fuerte arraigo en la producción rural. Las elecciones se avecinan y aquí hay ministros con miedo, legisladores nacionales presos de sus acciones e intendentes que se reparten entre la racionalidad que el cargo les impone, y el temor que genera mantener algunas convicciones.
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