OPINIóN
› Por José Ernesto Schulman *
El juicio oral que se lleva adelante en Santa Fe, como todos, tiene su especificidad distintiva. En principio destaca la presencia de un ex Juez Federal, pero no en el lugar habitual del Tribunal, sino en el del banquillo de acusados por perpetrar un genocidio. Víctor Hermes Brusa, funcionario judicial del Dr. Mántaras, Juez Federal en Santa Fe bajo la dictadura, articulaba su accionar con el grupo de tareas que torturaba en la Cuarta (Bv. Zavalla y Tucumán) y fue promovido a Juez por Carlos Reutemann por medio de sus senadores Gurdulich de Correa y Rubeo. La infamia se cometió bajo el menemato en 1992.
Pero su presencia es un emergente: el de la subordinación del Poder Judicial al Terrorismo de Estado como confirmó ya la CONADEP en los 80 y ahora parece olvidarse: negaban los habeas corpus, ignoraban toda denuncia de tortura o asesinato, legitimaban los actos de un poder surgido ilegalmente, y por ende, nulos de toda nulidad. Todos sus actos: la deuda externa, los fallos judiciales, las adjudicaciones de ondas radiales...
A decir verdad la tragedia del liberalismo había comenzado en 1930 cuando la Corte Suprema de entonces legitimó el primer gobierno surgido de un Golpe de Estado abriendo paso a la "continuidad jurídica" que aún sufrimos.
Pero no es esa, la de Brusa, la única presencia. También están los compañeros sobrevivientes, "mandatados" para horrorizar por la tortura sufrida en cuerpo y alma, y que ellos dan vuelta para convertir su testimonio en una acusación contra los represores y el modelo de país que impusieron. He ahí su derrota, pensaron que nos habían quebrado y los vencimos. Vencidos vencimos. Y también están los desaparecidos con nosotros, y ellos lo saben. Todos lo saben. Los desaparecidos están desaparecidos había dicho Videla pero también en eso fue derrotado. Aquí están, y no sólo en las fotos que portamos al declarar, sino en nuestros corazones y se sabe que quien vive en el corazón del pueblo, vive para siempre.
Pero el juicio también es simbólico por las ausencias: la de los tres militares que por razones biológicas (uno falleció y los otros dos tienen cáncer terminal) lograron el sueño de ser Pinochet: morirán acusados pero no condenados. Y no es el cáncer el culpable, sino la impunidad. En 1983 estaban sanos, también en el 2003, su impunidad no es un problema sanitario sino político: es una decisión estatal que sólo haya pocos juicios por pocos represores, y así pasarán a la historia los sucesivos gobiernos constitucionales, como quienes desaprovecharon el respaldo social existente para castigar el Genocidio.
Y hay todavía una ausencia más dolorosa. En el juicio se confirma que no sólo eran perversos torturadores, sino vulgares ladrones de libros y licuadoras; pero el robo verdadero lo hicieron los grandes grupos económicos como Acindar (no olvidar, Martínez de Hoz, antes de ser ministro de Videla fue presidente de la empresa de acero) que gastaron a cuenta de la deuda externa que luego Cavallo estatizó y todavía seguimos pagando.
Pero de todas las ausencias y presencias me quedó con una de las que no estaban dentro de la pequeña sala de audiencias, en la calle, un jovencito con ojos grandes y remera del Che, el día del inicio me abrazó y me dijo: "Esta la ganamos, compañero", y como lo dijo con tanta convicción, yo le creí. Esta la ganamos, compañeros.
* Querellante en la causa Brusa. Secretario de Liga Argentina por los Derechos del Hombre.
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