Lunes, 9 de agosto de 2010 | Hoy
OPINIóN › SIETE DIAS EN LA CIUDAD
Los homenajes que se hicieron este fin de semana en memoria de Yves Domergue y Cristina Cialceta son la contracara de los pretenciosos libros que presenta como verdades reveladas alguien que fue espía del neoliberalismo. En cambio, en Melincué, una docente supo cómo entusiasmar a sus alumnos en la búsqueda de la verdad histórica que contenían los restos de dos militantes por una vida mejor.
Por Leo Ricciardino
La profundidad, emoción y valor histórico de los homenajes que este fin de semana se hicieron en memoria de Yves Domergue y Cristina Cialceta, tanto en Rosario como en Melincué; no pueden menos que llevarnos a pensar que ese pasado doloroso de nuestro país merece mucho más que los devaneos escritos de un espía del neoliberalismo divorciado de una chica Olmedo, que pasó por Rosario para presentar su pretencioso "escarmiento" en forma de libro. Es el mismo que cuando era periodista tenía buenos contactos en la Marina de Massera. Qué casualidad, ese mismo almirante que -como contó Coco López en su artículo del año 2000 para Rosario/12 lo mandó al rosarino Luis Sobrino Aranda a hacer gestiones ante la comunidad francesa que pedía por la liberación de sus detenidos por la dictadura militar argentina. Ese mismo nucleamiento francés que integraba Jean Domergue, el padre de Yves que este fin de semana estuvo en Rosario y en Melincué, junto a sus otros hijos para darle una sepultura definitiva, después de 34 años, a los restos de su querido Yves, al que buscó siempre.
Toda la historia de un país y sus derivaciones estaban reunidas en el Bosque de la Memoria, al lado de los chicos que corrían con los barriletes el sábado previo a los festejos por el día del niño. Y no está mal, no es contradictorio que el bosque que en Rosario recuerda a las víctimas de la dictadura militar sea a la vez un espacio tan lleno de vida, de sol, de aire y de risas de niños.
Pero el sábado, los que estuvieron allí pudieron ver la emoción de los familiares directos de Yves y Cristina que en algunos casos habían viajado desde tan lejos. Las lágrimas también de la profesora de Melincué que logró interesar a sus alumnos con la historia de estos dos militantes de los '70 y sin cuyo entusiasmo y dedicación no se hubiera llegado quizás al trabajo final del Equipo Argentino de Antropología Forense que determinó finalmente que esos maltratados huesos correspondían a los dos jóvenes detenidos en cercanías del batallón 121 de Rosario y asesinados luego en Melincué donde fueron sepultados como NN en el cementerio del lugar.
No pudo ser más oportuna la cita del Director del Museo de la Memoria de Rosario, Ruben Chababo que eligió los versos de Dylan Thomas para despedir a Yves y Cristina: "La fe en sus manos será un relámpago de dos, y los unicornes males raudos lo atravesarán y aunque todo termine en separación, ellos no serán destruidos". Esos mismos versos que -precisamente en Francia fueron musicalizados en forma de tango por el Tata Cedrón. Y siguen las coincidencias porque hablando de tango que muchas veces cantó en París Pirucho Gabetta, el sábado estaba allí en la ceremonia del Bosque de la Memoria su hermano Carlos Gabetta, director para la edición argentina de Le Monde Diplomatique. Otro argentino exiliado en Francia que despedía a un francés que vino a pelear acá en el corazón de la dictadura Argentina. Los sentimientos que viajan y que se atraviesan, que ni un inmenso océano es capaz de detener cuando buscan unirse en la lucha por un hombre mejor, nuevo, como el que se buscaba entonces.
Ese bosque tiene ahora un árbol más, un ejemplar de "Timbó" que crece fuerte y rápido. Y más ahora que será empujado desde su raíz por las cenizas de Yves y de Cristina, que vuelven a la tierra para expandirse. Cada quien tiene su recuerdo en ese bosque, su árbol. Yo tengo el de María Cristina, hermana de mi entrañable amigo Marcelo Márquez. Me gustaría tener otros árboles para Luis y para Zulema, aunque ellos cayeron más lejos.
Por eso hay que confiar en el corazón y en el sentimiento, para ahuyentar a los cuenteros, a los que simplifican todo en ese afán que en realidad no es didáctico sino reduccionista y mezquino.
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