OPINIóN
› Por Manuel Quaranta*
El recomendado documental La educación prohibida, estrenado recientemente, intenta, al parecer, desde una posición crítica, mostrarnos cómo son de malas las cosas en la escuela tradicional y qué bien se vive en las instituciones que logran escapar a la lógica de la mera contención e inclusión.
Uno de los modos que tiene el documental para exponer la perversidad del plantel educativo es el empleo de horrorosos primeros planos de los docentes gruñendo enojados o pidiendo que se repita de memoria una frase. En estos ambientes la oscuridad o los tonos apagados dominan la situación. El reverso exacto son las entrevistas a los maestros que podríamos enmarcar dentro de la escuela nueva. Siempre rodeados de espacios verdes, de un maravilloso sol luminoso... Los buenos docentes, al contrario de los malos, tienen una obsesión: que los niños sean capaces de desarrollar todas las potencialidades que les pertenecen y disfrutar así de una vida plena sin tristeza ni malestar. Los otros solamente son capaces de odiar. Los obligan a repetir hasta el hartazgo fórmulas químicas que van perdiendo paso a paso el sentido. Los castigan por no saber, por no poder, por no acordarse. Son tremendamente malos. Los otros, los buenos, muy buenos.
Y así transcurren dos horas y veinte de los lugares comunes más trillados que uno logre imaginar. Es inaudito, jóvenes que en el siglo XXI no sean capaces de correrse un milímetro del lugar asignado y se transformen en meros reproductores de lo que ellos mismos critican.
La educación prohibida es nefasta. Su crítica pretendidamente naturalista distorsiona tanto las cosas que si uno cree que hay modificar las estructuras escolares, luego de las dos horas veinte se vuelve el más ferviente defensor de la escuela tradicional. El documental fomenta el conservadurismo. Su inveterada forma de presentar las entrevistas no es más que una invitación al rechazo. Abruma el poco compromiso con la forma, lo que redunda en un escasísimo compromiso con el contenido. No es que se puedan separar. Si quienes estuvieron a cargo de La educación prohibida hubieran reflexionado acerca de la forma, el contenido hubiese sido literalmente diferente, provocando otras reacciones.
En el epílogo, uno de los docentes entrevistados a lo largo de las más de dos horas, aparece emocionado, casi llorando, patético de verdad, y profiere una frase que es de antología: lo único que importa es amar a los niños. Mi carcajada fue incontenible. No era alegría. Era más bien sorpresa, descubría en ese momento que La educación prohibida no era un documental, era una película cómica.
*Licenciado en Filosofía y docente de Psicología de la UNR
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