Martes, 26 de noviembre de 2013 | Hoy
OPINIóN › COLECTIVIDADES, UNA VENTANA A LAS COMPLEJAS REALIDADES DE UNA ROSARIO DIVIDIDA
Por Julia Comba
Hace una cuadra que bajé del 106 junto a mucha otra gente que viene a hacer lo mismo que yo. Quedó atrás el sol picante de la tarde y atrás quedó también el paro de los colectivos amarillos que tomó por asalto a la ciudad.
Atravieso la Plaza 25 de Mayo donde los puesteros de turno terminan de acomodar las tazas de los equipos de fútbol en medio de los carritos pancheros y las pelotas de Kiko.
Frente a la Catedral una mujer espera en el asiento trasero del auto que alguien le dé una indicación. Sólo veo su silueta a través de los vidrios polarizados y entonces me pregunto si lo habrá previsto.
Una lejana música árabe sube mezclada con canción de Dalila y entre la humareda de los choris que se venden en la Plaza, la veo bajar blanca, con sus destellos de strass y una cola que alguien acomodará tal como debe ir la cola de una novia cuando ingresa a la Catedral sobre alfombra roja.
Habrá sabido que su boda coincidiría con la fiesta más popular de la ciudad? Le importará? Importa si le importa?
-Te vas a arrepentir! -le grita un hombre a lo lejos.
Las arañas colgantes de la Catedral se reflejan sobre el impoluto mármol de Carrara y, detrás, brillan también los cientos de focos de luz que dan vida a la interminable feria de las afueras del predio de Colectividades.
Desde la Plaza 25 de Mayo, bajando por el Monumento y extendiéndose hacia el Sur por la Avenida se vuelve difícil encontrar un metro cuadrado que no haya sido conquistado por el plástico en sus diferentes composiciones y formas: pelotas, lentes, relojes, aros, pulseras, espadas con luces, fundas para celulares, sandalias, perritos que mueven la cabeza y (anote aquí lo que ud. quiera).
Lo demás es cuento conocido: choripanes, praliné, bolas de fraile, empandas turcas, panchos, tartas y empanadas.
Soy parte del río inacabable de personas que bajan por los laterales del Monumento a la Bandera para desembocar en la 29º edición de la Fiesta de las Colectividades. Hoy somos "la gente" y "la gente" viene a Colectividades.
Los estímulos van reproduciéndose y se me hace imposible abarcarlos: un nuevo aroma, más humo, más locutores, música que se mezcla con otra más, luces que destellan en cada escenario, vendedores que vocean sus productos. Llegar a la puerta principal de la Fiesta y no perderse de nada es una experiencia cercana a la convulsión.
Llego a Irán donde uno puede hacerse acreedor de cucharitas doradas, pirámides egipcias contra la envidia, dedales de costurera, pastilleros tallados, espejos con aumento que dicen "Egypto", cantidades industriales de aros, pulseras con ojos, colgantes con ojos, aros con ojos y adornos, -también- con ojos. Ojalá nunca tenga que comprarme un pastillero, pienso. Y sigo.
En pocos metros caigo en la cuenta de que el Mundo acabó en Cuba (y en Japón) así que comienzo a regresar por el otro flanco: los escenarios de Siria, Líbano y Palestina parecen exitosos. Muchos se han detenido frente a estas mujeres de polleras y vientres al viento que bailan con una felicidad y una gracia que no les cabe en el cuerpo.
Parada al lado de sus hijos y su marido, Estella mira el espectáculo con una botella de gaseosa de naranja bajo el brazo. Viven en el sudoeste de la ciudad y dice que vienen a esta Fiesta todos los años:
"Para nosotros es importante estar acá. Yo soy hija de croatas y mi marido de españoles, sentimos mucha emoción cada vez que llegamos a esos puestos", sonríe.
Se ve fuego en el Líbano. Tres rollos de carne giran alrededor de un eje lamidos por las llamas que les llegan desde abajo. Frente a ellos, un hombre de chaleco y pantalones negros afila una cuchilla. Se seca el sudor de la frente con el brazo y da una tajada firme, certera. A sus espaldas, una decena de persona hace fila y acumula saliva.
"Acá está el Shawarma más rico", dice una adolescente. Y a juzgar por la extensión de la cola, pienso que tiene razón.
El Líbano también tiene una tienda como la de Irán: las mismas cucharitas, iguales pirámides contra la envidia, idénticos espejos con aumento y pastilleros de Egipto, miles y miles de ojos repartidos en aros, pulseras, adornos y collares.
Será esto la globalización?
Perú tendrá dos escenarios. En uno, un grupo de adolescentes bailará una danza amazónica mientras en el otro, algunas chicas pasearán sus plumas al compás de la samba enredo -brasilera, claro- y nacerán al carnaval carioca.
Abajo las fronteras!
La tienda de Perú es una feria completa. El sonido de la máquina grabadora no se detiene nunca. Parece que las pulseras metálicas con el nombre propio sigue siendo moda después de todo. Un vendedor aviva a la clientela:
-Quién sigue? Quién sigue? -grita después de vender una muñequera de River.
Si es por el montón de billetes que saca del bolsillo, ésta es una noche ganada para Perú.
Los ríos de personas crecieron a lo largo de las horas hasta convertirse en esta marea de gente que circula con lentísimos pasos para no pisarle los talones al de adelante ni comerle los tendones con las ruedas del cochecito.
Entre esa marea, están Mariana, Belén y Agustina, de 16 años. Dicen que lo que más les gusta es ver bailar danzas brasileras. Llegan de Alvear y San Francisquito todos los años y casi todos los días.
-No me la pierdo nunca, vengo desde chiquita -dice Mariana.
Están las familias con sus niños, parte de la clase media, los pibes de los barrios, las empleadas, los que estudian, los que laburan, los ni-ni, los pibes de gorra, las madres adolescentes, los que pueden gastarse una moneda en un plato, los que vienen sin un mango, los perseguidos por la policía y los rechazados por el derecho de admisión.
Así se ve por aquí abajo. Me pregunto cómo se verán desde el Acqualina.
Colectividades siempre me llamó la atención. No sólo por ser la fiesta más popular y convocante sino por ese fenómeno singular que produce y que, pienso, muchos no deben perdonar: la ocupación del espacio. Durante diez días los vecinos de todos los barrios de Rosario hacen suyo un lugar público del que, fuera de esta fiesta, parecen no apropiarse.
Y me da por pensar que quienes se han apropiado de la vista al río, de los parques, de los bares, del derecho a la ciudad, no desean compartirlo. Quizás esté equivocada.
"Los clientes no vienen por que hay gente diferente", explicó, para despejar toda duda, una de las mozas de un bar de la zona.
Habrá otro evento con mayor capacidad sintetizadora que éste? Las Colectividades son una ventana para mirar las complejas realidades de esta ciudad dividida, algo así como resumen de un cachetazo, un catalizador, un Aleph borgiano.
Afuera de la fiesta, miles de luces azules chispean en las espadas luminosas que portan los niños y destellan las luces, también azules, en los techos de los patrulleros distribuidos a poca distancia. Adentro, familias pagan por fotografiarse montadas en un caballo falso en la entrada del stand argentino. La foto grande cuesta 40 pesos. La alegría es genuina, todo lo demás parece que no importa
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