OPINIóN › SIETE DíAS EN LA CIUDAD.
El gobernador Bonfatti comenzó a transitar el tramo final de su gestión. Ya no hay tiempo para lo nuevo y Lifschitz como sucesor electo, empieza a despegarse de los problemas que rodearon a la administración anterior. En los barrios, los que denuncian a los narcos se quedan en la más absoluta soledad.
› Por Leo Ricciardino
Antonio Bonfatti ingresa al tramo de su mandato que todos los gobernadores, sin reelección en esta provincia, ingresan: ya no está el impulso y la iniciativa de los primeros años y no hay tiempo para plantear nada nuevo. Por eso también al mandatario ya hay cosas que le desagradan y responde más enojado que certero a la prensa ante las requisitorias.
Una prueba de eso fue cuando se conoció el robo de material de almacenamiento al ex secretario de Tecnologías del Gobierno, Javier Echaniz. Bonfatti se mostró molesto con los periodistas que legítimamente le preguntaban si temía que hubiera en esos pendrives y la notebook faltante alguna información vinculada a la administración pública.
También le molestó recordar que es el mismo Echaniz que fue señalado por la oposición de manipular sin permiso judicial la Mac del asesinado empresario sindicado como narco Luis Medina.
Este gobierno hizo ingentes esfuerzos por sostener al funcionario en su puesto, pero una sola apreciación de Miguel Lifschitz luego del escándalo de la carga de datos en las primarias, apagó la buena estrella de Echaniz. "Un estúpido cargó mal los datos", dijo el gobernador electo que aún no lo era en esos momentos y tendría que luchar mucho más para lograrlo y con eso bastó para que se sintiera el estruendo de la cabeza del experto rodar por las escaleras de la Casa Gris.
Bonfatti pretende no hacer olas que lo lleven a rumbos inciertos en los próximos meses, pero el esfuerzo no es menor. Sabe que se va con muy buena imagen del sillón del brigadier y que ha superado a Lifschitz en votos en estas elecciones provinciales que pasaron. Eso lo pone en un lugar de jefatura política del socialismo que sólo puede subsumirse si Hermes Binner diera un batacazo en las urnas como candidato a senador nacional, en agosto y octubre. Más claro, Bonfatti no está dispuesto a reconocer en Lifschitz a un nuevo jefe. Y eso traerá tensiones más temprano que tarde.
El gobernador electo está abandonando sus vacaciones y se muestra verborrágico a la hora de describir su futuro gobierno. Un perfil que ya le trajo algunos dolores de cabeza con la Empresa Provincial de la Energía, con Aguas Santafesinas y la reforma policial que está pensando.
La última consideración del ex intendente de Rosario apunta nuevamente a separarse de las cuestiones más espinosas que rodean al actual gobierno provincial: Lifschitz eligió las palabras y concluyó que en el juicio abreviado para Los Monos "las penas impuestas no demuestran firmeza (en la lucha contra el narcotráfico) de parte del Estado". Es muy difícil no encontrar en esta aseveración una crítica directa al corazón de la causa que armó el gobierno de Bonfatti para tratar de demostrarle a la sociedad que no se iba a quedar de brazos cruzados frente al flagelo que en algún momento amenazó con llevarse puesto su mandato. Bonfatti esperará a ver cómo le va a su sucesor en el enfrentamiento con las bandas organizadas y el delito complejo en la provincia.
Lifschitz sólo se "pegó" a Bonfatti después del duro revés de las PASO en las que el ex intendente de Rosario hizo una mala elección, sobre todo, en la ciudad que gobernó por dos períodos. Ahora que ya consiguió la ajustada victoria frente al PRO y Miguel Del Sel, ya no tiene necesidad de marchar tan cerca del gobernador actual con lo que volverá a alejarse para que no lo salpiquen las posibles críticas a una gestión que está vaciando los escritorios de la Casa Gris.
El Estado lejos
Esta semana fue muy ilustrativa respecto de cómo le va a las personas que por una situación u otra conviven con las bandas criminales que comercializan drogas en los barrios de Rosario. Como en los casos de violencia de género, a las denuncias sobreviene la soledad y el abandono del necesitado. No en vano siempre se trata de mujeres, en todos los casos.
Adriana Abaca, que denunció a los narcos que operaban en la zona de 27 de Febrero y Circunvalación tuvo que pedir en los medios que le restituyeran la custodia que tuvo durante mucho tiempo después de cursar esas denuncias. Incluso en un momento llegaron a incendiar el patrullero que los custodios sólo utilizaban como casilla frente a su casa ya que el auto no se movía. "Me va a pasar lo que a Norma Bustos", dijo Abaca en referencia a la vecina que fue asesinada por un sicario en La Tablada, y que también había optado por denunciar las actividades de bandas criminales en su barrio.
A estos acontecimientos hay que sumar el hartazgo y la desazón de los vecinos del barrio Luis Agote a los que delincuentes y policías de la seccional correspondiente se les ríen en la cara por sus denuncias cuando no los amenazan en las propias marchas que han organizado.
Esta semana se repitió otro hecho trágico vinculado a este abandono del Estado para las personas que tienen la valentía de denunciar a los que pudren a los jóvenes del barrio. Otra madre desesperada, María Marta Maidana, denunció a otra familia del humilde barrio Vía Honda. Lo hizo en secreto, en el Buzón de la Vida más cercano. Sin embargo, los señalados se enteraron y tomaron represalia. Fueron a balear su casa para terminar con la vida de su hijo, pero los disparos terminaron matando a su nuera e hiriendo a su marido.
El viernes, su sobrino de 14 años sufrió una herida de bala en la ingle, a plena luz del día perpetrada por uno de los integrantes de esta familia narco denunciada por María Marta. Como hubo muchos testigos que vieron lo sucedido en bulevar Seguí al 5.000, el barrio se levantó con protestas frente a la seccional policial del barrio. "Cada vez que voy a pedir protección a la comisaría 19 se me cagan de risa", dijo la mujer harta de estar a merced de estos violentos delincuentes.
Más allá de la desarticulación que pueda darse en algún momento de una banda organizada y con poder como Los Monos, el Estado no puede estar desatento a estas violencias cotidianas de los barrios que no se explican solamente porque los vecinos dirimen sus conflictos con armas, como a veces les gusta repetir a los funcionarios.
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