OPINIóN
Por el Programa de Estudios Gubernamentalidad y Estado*
Uno de los artilugios más conocidos en el manejo del ejercicio del poder por parte de aquellos que constituyen y representan a una minoría multimillonaria ha radicado siempre en instalar sus intereses corporativos y de clase como parte de los intereses del conjunto social, de las mayorías, del interés general.
Nos preguntamos, entonces, cómo es posible que gran parte de la población haya tomado como propias demandas que no pertenecen (y que se dirigen en franca oposición) a sus intereses sectoriales y a sus intereses particulares; ¿de qué manera se efectivizó y se construyó esta estrategia política? ¿de qué modo logra mantener la confianza y la legitimidad un gobierno, que al haber sido votado por la mayoría (con muy poca diferencia porcentual, es cierto, pero mayoría al fin), toma sistemáticas medidas en contra del bienestar económico y social de ella, para beneficiar directamente a una minoría multimillonaria?
Sabemos que no existen respuestas unívocas a estas preguntas, que las maneras de mirar y de comprender los fenómenos políticos, electorales y sociales son múltiples, complejas, variopintas. Sin embargo, ensayaremos algunas líneas -a modo de hipótesis- a partir de las cuales abrir canales para reflexionar a contrapelo de los tiempos convulsos que por estos días vivimos, debido a la batería de medidas que está aplicando el gobierno nacional, presidido por Macri y su equipo de Ceoministrxs.
En primer lugar, consideramos que existe un interesante punto de análisis en la manera en que el PRO planteó su campaña fundamentalmente apuntando a los afectos y convirtiéndolos en un potente sentido común. De este modo, la activación permanente de la indignación por el modo en que el saliente gobierno nacional desempeñaba sus funciones, el repudio a la ex presidenta (por su forma de hablar, de vestirse, por las cadenas nacionales y largos etcéteras), un convencimiento ciego acerca de la supuesta "corrupción imperante", la incesante preocupación acerca de la "desunión" entre lxs argentinxs (la instalación de la palabra "grieta"), así como instigar a un continuo y permanente malestar diario amplificado y sobredimensionado por los monopolios mediáticos, caldearon la atmósfera pre electoral.
Y como reverso de esta situación, el PRO predicaba fundamentalmente el cambio apelando a la felicidad, a la alegría, a la revolución, a la unión bajo el slogan "ahora más juntos que nunca", a la multiplicidad de oportunidades (recurriendo a la individuación en los discursos de campaña: "vos podés", "vos sos capáz", "vos merecés"); a la recuperación de la libertad supuestamente perdida (que se esgrimía especialmente en una consigna: comprar dólares sin dar cuenta a la AFIP).
Como ya todxs sabemos, esta estrategia de campaña fue -para decirlo en términos del PRO- exitosa. Al hacer uso y activar los afectos, cualquier tipo de argumentación que quisiera oponerse resultaba o bien una mentira, o muy aburrida, o extensa, o poco sustentable y rebatida rápidamente con la aplanadora de sentidos comunes amasados paciente, sencilla y sentimentalmente.
En segundo lugar, otro aspecto a tener en cuenta es el artilugio discursivo utilizado por el PRO que ha consistido (y consiste) en negar de antemano alguna acción puntual (polémica) en relación a las políticas e iniciativas que llevará a adelante. Trataremos de explicarlo con simpleza. La estrategia apunta no a esquivar con evasivas tal o cual acción o a no hablar de tales o cuales temas; sino más bien a negar explícitamente que se actuará de una determinada manera. Para graficar con algunos ejemplos: en el discurso de asunción como presidente de la República, Macri afirmó que no iba a designar jueces macristas, que bregaba por una justicia independiente y nombró mediante decreto, en los primeros días de mandato, a dos abogados para la Corte Suprema de Justicia de la Nación. En varias entrevistas, Macri manifestó que, en su gobierno, se escucharían todas las voces, incluso las disidentes y, a poco de andar, varios de los programas y periodistas opositores se quedaron sin sus espacios, tanto en medios televisivos como radiales. Ni que hablar de la promesa de llegar a la pobreza cero, manifestada también en su discurso de asunción, y días después devalúa 40% la moneda nacional.
Esta estrategia no puede activarse sin la existencia de la primera, porque cuando se estimulan afectos tendientes a creer en alguien, y éste a su vez niega que tomará un camino determinado, luego, cuando efectivamente aborda esa dirección (que había prometido no tomar), a través de acciones concretas, sus creyentes se sentirán, al menos en un primer momento, como mínimo desorientadxs, o sentirán que la información se presenta tergiversada.
En tercer lugar, consideramos que han operado algunos de los efectos de la posmodernidad como lógica cultural del neoliberalismo en la constitución de nuestras subjetividades. En este sentido, notamos cierta desconexión entre lo que se percibe con el propio cuerpo y lo que se dice desde los concentrados medios masivos de comunicación. Este mecanismo genera una distancia, una brecha, un abismo abierto entre la experiencia personal, subjetiva y material, y el relato de otrxs sobre la misma.
Abundan ejemplos de ciudadanxs que han podido construir o están en proceso de construcción de su primera vivienda a través del Procrear; o parejas que han podido casarse gracias a la sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario; o madres y padres que perciben la asignación universal por hijx; o parejas que han podido realizar vía sus obras sociales tratamientos de inseminación artificial (por nombrar sólo algunos ejemplos) que no obstante expresaban un profundo malestar hacia el gobierno que había impulsado esos beneficios, transformándolos en leyes. Muchos de estxs ciudadanxs, a pesar de ser lxs que han percibido directamente los beneficios de esas leyes, no sólo no acompañaron con sus votos al candidato kirchnerista, sino que votaron al PRO, partido que en el terreno legislativo votó en contra de todas estas leyes.
Este fenómeno resulta llamativo en la medida en que el desacople entre los derechos conquistados (y efectivamente materializados en la vida cotidiana) y la percepción de malestar, convivió y convive en varios sectores sociales. Puede decirse que asistimos, en cierto modo, a un proceso de enajenación de la propia experiencia, de lo efectivamente vivido, logrado y alcanzado, individual y colectivamente.
Cuando al comienzo hablábamos de la fuerza de la instalación de una idea en el sentido común nos referíamos, por ejemplo, a la siguiente frase: "Yo quiero que le vaya bien al país, quiero que le vaya bien al nuevo gobierno. Hay que confiar y tirar todos para adelante, para el mismo lado". Este es un argumento tramposo y falaz.
Primero: no hay una única manera de entender qué es lo bueno o lo malo para el país. Segundo: ¿qué significa "que le vaya bien al gobierno"? ¿que haga todo lo que desee sin ningún tipo de limitación? ¿que gobierne como una monarquía absoluta y no como presidente de una república democrática y federal? ¿que no se presenten objeciones, críticas o acciones tendientes a pedir explicaciones o a impugnar decisiones? ¿que se dejen en suspenso todas las garantías democráticas? Laissez faire, laissez passer... vale todo.
La política supone conflicto, contradicción, diferencias, disenso y consenso. La política supone, también, un juego de intereses. Los intereses de los distintos sectores sociales (¿todavía está permitido hablar de clases?) son claramente diversos: los empresarios agroexportadores tienen intereses bien distintos a los trabajadores golondrina y las empleadas domésticas, las grandes corporaciones mediáticas y financieras tienen intereses bien distintos a los docentes y científicos públicos, los megaconglomerados mineros o petroleros tienen intereses bien distintos a los empleados de comercio y los beneficiarios de la AUH o lxs jubiladxs, lxs dueñxs y gerentes de los bancos tienen intereses absolutamente diferentes a los empleados públicos o los operarios de las PyMES, y así sucesivamente.
Es imposible, por tanto, favorecer intereses divergentes en forma simultánea: cuando se toma una decisión política se afectan intereses, favoreciendo a algunos sectores en detrimento de otros. Un gobierno cuyas decisiones -todas- favorecen los intereses de las corporaciones económicas, mediáticas, financieras, energéticas y agroexportadoras, entiende el "bien" del país de un modo diametralmente opuesto al de la mayoría de la población, que vive del salario de su trabajo.
Por ende, si le "va bien" a un sector híper concentrado del país, significa que se está enriqueciendo exponencialmente, a costa del empobrecimiento de todxs lxs demás. Si "le va bien" a este gobierno, conclusión, no "le va bien" a nuestro país sino a un minúsculo puñado de privilegiadxs para cuyos intereses se gobierna.
*Facultad de Ciencia Política y RRII, UNR.
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