Las universidades como gran parte del sistema educativo suelen ser indicadores del malestar social. Espacios desde los que se producen conocimientos y se reproducen prácticas sociales y políticas que tienen un origen también social.

Es erróneo pensar a la Universidad como "fuera del sistema", ésta es un emergente de la sociedad que la instituyó.

En la universidad pública parece haber ingresado en los últimos años un virus que como mancha de aceite se expande desde hace décadas por toda la sociedad argentina: es el virus de la perpetuación en las funciones directivas y de gestión.

Acaso porque los que llegan a esas instancias de poder se olvidan que con la modernidad, se produjo una separación entre el patrimonio público y el doméstico. Esta concepción patrimonialista propia de la Edad Media subsiste claro que bajo ropajes más sutiles.

El gobernador de la provincia de Misiones no es un "rara avis", con su vocación de perpetuidad en su cargo. Es en todo caso un exponente obsceno de una élite dirigente, codiciosa, rapaz y autoritaria.

Por estos lares no estamos mejor, la Universidad Nacional Rosario sigue sometida a los tira y afloja de internas partididarias. Es un ámbito de prácticas clientelares con insólitas alianzas que involucran a docentes, dirigentes gremiales, estudiantiles y a más de un puntero comiteril.

Con claridad lo dijeron los Reformistas Universitarios de 1918, faltan libertades y sobran dolores. Decimos nosotros que hoy más que el legado ético e intelectual de Deodoro Roca, Alfredo Palacios o José Ingenieros lo que impera es la lógica perversa de los caudillejos de baja monta y el espíritu del cruel déspota mexicano Porfirio Díaz.

La reticencia del rector en ejercicio, Aldo Gimbatti, de convocar a la Asamblea Universitaria para renovar autoridades es un síntoma que debería alertarnos del advenimiento de un futuro sombrío si no actuamos a tiempo.

* Profesor de la UNR.