OPINIóN › 7 DIAS EN LA CIUDAD
La demorada canalización del Ibarlucea surge como la principal causa no natural de la inundación en el noroeste de Rosario. Pero por encima de las responsabilidades puntuales de funcionarios al respecto, hay que asumir la necesidad de afrontar con políticas constantes de Estado los desafíos que trae aparejado el cambio climático.
› Por Leo Ricciardino
Se sabe. Cuando la responsabilidad es de todos, termina no siendo de nadie. Aunque en este caso sí se puede establecer un grado de imprevisibilidad en un actor clave: El Estado. Pero como es en sus tres niveles, la cuestión termina por diluirse.
Hubo, en el caso de las inundaciones de Rosario, una obra que falló o que faltó, para decirlo mejor. Y esa es la profundización del canal Ibarlucea, demorada por distintos motivos casi cuatro años. Encima, la ausencia de la canalización prevista desde hace tiempo, quedó más evidenciada por la excelente performance de la represa retardadora del arroyo Ludueña, puesta a prueba como nunca desde su concreción, casi doce años atrás.
El canal de la zona noroeste colapsó por la cantidad de agua recibida y la creciente del Paraná que actuó como una pared, frenando o demorando la salida de la gran cantidad de agua que traía el ducto a cielo abierto. La consecuencia fue el desborde y el anegamiento de por lo menos cinco populosos barrios de ese sector de la ciudad, cuyos habitantes terminaron por nutrir al grueso número de evacuados que dejó el temporal que batió los récords de lluvia para marzo, en los últimos cuarenta años.
La historia de esta obra, largamente pregonada y solicitada por quienes más saben de este tema, se remonta al año 2003. En ese momento, cuando Miguel Lifschitz asume la intendencia de Rosario y Néstor Kirchner la presidencia de la Nación, los trabajos en el Ibarlucea iban a correr por parte del gobierno nacional con financiamiento del Banco Interamericano de Desarrollo. Por motivos que ya pocos recuerdan, la responsabilidad terminó en manos de la provincia. Pero el principal factor de demora en la obra era la necesidad de relocalizar a las 50 familias que se habían instalado precariamente en una de las márgenes del canal.
El escollo siguió dilatando los trabajos. El municipio debía hallar un terreno para levantar nuevas viviendas y trasladar allí a los vecinos del Ibarlucea. Cuando lo encontró, la provincia cambió su funcionario de Recursos Hídricos y el nuevo titular, Alberto Joaquín, le dio un nuevo impulso al proceso de concesionamiento de obra que se terminó de adjudicar poco tiempo antes de que comenzaran las intensas lluvias de esta semana, la noche del domingo pasado, meteoro que no se detendría hasta pasado el mediodía de ayer. Pero en ese momento, ya se advertía que el paso que quedaba para la relocalización de medio centenar de familias instaladas a la vera del canal, no contaba con el financiamiento suficiente por lo que habría que buscarlo. Además, para ese entonces, ya no eran 50 familias, sino casi el doble las que habían buscado ese lugar para levantar sus viviendas precarias. La pobreza también tiene sus estrategias, y en este caso ésta marcaba que asentarse en ese lugar implicaría conseguir en poco tiempo más una modesta pero nueva casa en algún otro sitio de Rosario.
En eso andaban la provincia y el municipio cuando el cielo descargó toda su furia. La historia no pretende eximir a nadie de las responsabilidades del Estado, pero sí establecer cómo se dieron los tiempos y dificultades para poder concretar lo que en el fondo, no era una obra demasiado complicada. Es difícil saber qué hubiera pasado con el Ibarlucea ensanchado, pero está claro que se hubiera atenuado el impacto de los anegamientos en un gran porcentaje.
La recurrencia de estos fenómenos naturales es la que ahora está en duda: En menos de cuatro meses, la ciudad fue castigada por dos episodios que trajeron consternación y pérdidas materiales y humanas. La pedrada del 15 de noviembre y los más de 400 milímetros de lluvia de esta semana; son datos centrales a la hora de establecer las prioridades de Rosario para un futuro cercano.
Sin conocimientos técnicos y aplicando sólo el sentido común, una elocuente pregunta apareció por estos días en algunos habitantes de esta provincia. ¿Cómo es que ciudades como París, Londres y Berlín crecieron y se desarrollaron alrededor de importantes ríos y no registran catástrofes como las nuestras? Recursos, planificación y previsibilidad, no parecen una mala respuesta.
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